Aunque poca atención ha despertado a la hora de plantearse cómo será el futuro y lo que este pueda representar dentro del complicado damero geoestratégico, el hecho es que el denominado Estado Islámico, asentado en un territorio, aparentemente tiene los días contados. Las piezas se han movido y lo que inicialmente formó parte del proceso de desestabilización de la zona para crear una nueva realidad geoestratégica, cambiando regímenes y alterando fronteras, ahora es asumido como un enemigo al que es preciso eliminar, ya que hace tiempo que dejó de ser controlable. Los hechos indican que el monstruo creado se desmandó alcanzando vida autónoma pero ahora parece que toca dejarlo reducido a un estadio que será calificado como «de baja intensidad». En este marco nos queda por saber cuál va a ser la política del nuevo presidente de los EEUU, pero dado el peso que en ello puede tener el mercado del petróleo y su posición con respecto a Rusia cabe asumir que apoyaran el fin del Estado Islámico, pero sin que nadie sea capaz de precisar cómo será su actuación frente al radicalismo islámico, aunque algunos gestos indican que habrá una variación con respecto a la agenda de Obama.

A día de hoy, las ofensivas sobre el «Califato islámico», tanto en Irak como en Siria, de los últimos meses, con la toma de Alepo y la cada vez más clara liberación definitiva de la ciudad de Mosul, pese a unos comentarios poco asumibles en algunos medios, en los que se olvida el terror y las víctimas que el Estado Islámico ha causado, del que por cierto, salvo las imagines de las ejecuciones, poco se hablaba para no provocar una corriente de opinión en occidente que presionara para su eliminación inmediata, indican que dentro de unos meses el Estado Islámico se quedará sin un territorio importante sobre el que asentarse aunque no sin potencia terrorista.

Es un error pensar, salvo que se produzca una victoria que conlleve el fin de la cúpula del Estado Islámico y la eliminación de lo que es su estructura militar y financiera, algo en lo que nadie cree, que el fin territorial del «Califato» llevará aparejada la desaparición o reducción al mínimo suicida del terrorismo islamista que EI renovó sobre la base de la ya finiquitada Al Qaeda (una y otra vez, como ha sucedido en atentados como los de Turquía, nos encontramos con que los responsables se iniciaron en el grupo de Bin Laden para después integrarse en los combatiente de EI). Lo que el fin del «califato» sí implicará será un cambio de estrategia y táctica por pare parte del EI que, a pesar de todo, tendrá como base lo que ya ha puesto en práctica: territorio y terror. Con una diferencia con respecto a lo que fue el EI hasta hoy: que ahora cuenta con un ejército desplegado en todo Occidente, además de que se de por descontada su presencia en los países musulmanes.

Conforme la guerra se vaya apagando en Siria e Irak es más que probable que se incremente la acción aislada, difícil de controlar, en cualquier punto del globo, pero EI sabe que en Occidente las acciones terroristas cometidas en África o en Asia tienen escasa trascendencia en la opinión pública, se consideran casi como habituales e inevitables, y por tanto no propagan el estado de terror e inseguridad que quieren crear, que es el objetivo de sus operaciones. La guerra de EI, del radicalismo islámico, contra Occidente librada en Occidente, está aún en una primera fase, aunque hoy el peligro de generalización sea mayor que hace unos años por el número de «combatientes islámicos» que han vuelto de la zona de guerra a sus países de origen, y no lo han hecho solo por decisión propia sino para incorporarse a un ejército durmiente que cuenta con la arribada de personas ya nacidas en Europa y que no despiertan especial sospecha.

Calibrar el grado de peligro y de capacidad de acción que este ejército durmiente pueda tener en un futuro inmediato en realidad es aún difícil de precisar. No es lo mismo realizar una acción suicida de carácter espectacular que lanzarse a una ofensiva generalizada con lo que de apoyo logístico necesita. Parece evidente que atentados/ataques como los de Niza, París o los más recientes de Berlín, junto con la desarticulación y detención de los que conforman claras células de combate, indican que ese puede ser el marco en el que se mueva la continuidad del EI en los próximos años, porque antes de generalizar cualquier tipo de acción necesitaría algo tan vital como existir y por lo tanto ser polo de atracción, ejemplo vivo de que su promesa puede convertirse en realidad.

Los islamistas están actuando dentro del marco de lo que se conoce como la guerra 4G. En su versión, su objetivo no es conquistar Occidente o desencadenar una guerra en Occidente, concretamente en Europa. Ni tienen potencia, ni tienen capacidad para ello por más individuos que formen su «ejército durmiente». Su objetivo es sembrar el miedo. Llevar el miedo a la población civil, convirtiendo a los ciudadanos en rehenes de un temor generado por la inseguridad y por su propia incapacidad para asumir acciones radicales contra este enemigo; ese es su objetivo, de ahí el tipo de acciones que están ensayando. Es el modelo empleado en Niza o en Berlín, capaz de generar, como hemos visto, una sicosis a nivel continental que tensiona a la sociedad. Es lo que ha sucedido en las pasadas Navidades, donde hasta en la ciudad más pequeña se adoptaron medidas para evitar, dada la concentración de personas que se produce en los centros de la ciudades en las fiestas navideñas, que se pudiera producir una acción de este tipo (un camión lanzado contra la multitud); así proliferaron las armas y los maceteros. Ahora bien, el despliegue antiterrorista que hemos visto estas Navidades, más allá de las grandes capitales, también nos lleva a sospechar que los informes de que disponen los Servicios de Inteligencia indican que el «ejército durmiente» capaz de perpetrar este tipo de atentados está más extendido de los que usualmente se admite, aunque su operatividad se considere muy reducida. Las detenciones que se producen inciden en la misma idea: la expansión geográfica de los durmientes está más extendida de lo que se admite, pero también que viene a coincidir, como no podía ser de otra forma, con las áreas de concentración de población musulmana y de la existencia de mezquitas en donde se predique el radicalismo. Un radicalismo que allana el camino para pasar a formar parte activa o pasiva de las células islámicas.

La caída definitiva del Estado Islámico en Siria e Irak empieza a ser asumida como inevitable por los propios dirigentes islámicos. Sin un territorio el «Califato» deja de existir por lo que esta nueva fase estará marcada, más que por lo atentados en Europa o EEUU, que continuarán, por la necesidad de dominar un territorio que permita mantener el Califato. ¿Dónde?

Lo que los analistas geoestratégicos determinan es que el siguiente intento del EI tendrá como punto de referencia Libia y allí se producirá el segundo intento de crear un «Califato» si no se evita. Sin embargo, en esta ocasión el EI no cuenta con la permisividad que le permitió hacerse con el primer territorio. Ahora bien, si el Estado Islámico logra su propósito y por tanto se acerca más a Occidente es evidente que España pasará a ser uno de sus objetivos principales dada la proximidad con Libia. De ahí que sería necesario que el Estado pasara a asumir esta realidad como algo previsible y por tanto pusiera en marcha una política preventiva mucho más intensa destinada a poner coto y eliminar el islamismo radical en España antes de que el problema sea mayor.

Una base de operaciones del Estado Islámico tan próxima a Europa debiera de ser objeto de preocupación tanto por parte de los países del sur de la UE como de la propia Unión Europea, y por tanto demandaría una acción conjunta destinada a evitar que esto pudiera consolidarse, aprendiendo de los errores cometidos en Siria e Irak. Ahora bien, el problema no es tanto la aparición de un nuevo «Califato», que difícilmente soportaría un acción militar de envergadura lanzada por la OTAN o la UE, sino la expansión del radicalismo islámico en Europa, y especialmente en España, que es la base que permitirá al «ejército durmiente» contar con la logística mínima para poder actuar. El problema fundamental a que nos enfrentamos no es tanto de capacidad como de voluntad para implementar una política preventiva que impida, una vez que el Estado Islámico sea vencido y expulsado de Siria e Irak, que vuelva a constituirse en el norte de África.