Francisco Torres García

La estantería del historiador

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Entierro de Marina Moreno

Dos enfermeras, una falangista y otra carlista, caídas en la guerra y una cruz en el plano.

En la euforia que se vivía entre los que se habían sumado militantemente a la rebelión contra la república del Frente Popular en Zaragoza desde el 18 de julio de 1936, con la gran movilización realizada por Acción Ciudadana y de fuerzas como la Comunión Tradicionalista, Renovación Española y Falange Española, a las órdenes de Jesús Muro, uno de los pocos líderes falangistas que no fueron víctimas del Frente Popular al quedar en la zona controlada por el gobierno de la República, convertida en pocos días en gran catalizador, hay que subrayar algo que no se ha tratado con suficiencia en la historiografía: el apoyo femenino a los sublevados desde los primeros momentos. Si seguimos los datos de la propia Sección Femenina falangista, llegarían a movilizar a medio millón de mujeres «combatientes» en toda España (en la zona frentepopulista, de forma clandestina, actuarían unas 6.000).

Estas mujeres actuaron sobre todo en la retaguardia nacional pero también en las proximidades a los frentes de combate. Una parte de ellas se integrarían, posteriormente, cuando se organizara, en Frentes y Hospitales.

Estas enfermeras falangistas, pese a no estar en primera línea, dejaron un tributo de sangre en diversos lugares de la geografía bélica. Durante la guerra o al acabar la misma recibieron tributo de homenaje y admiración, les dedicaron calles en municipios; sus nombres estuvieron vinculados a organizaciones de la Sección Femenina tan destacadas como, por ejemplo, las cátedras ambulantes; fueron condecoradas con la Y de la Sección Femenina; algunas supervivientes vieron como Franco prendía en su pecho la condecoración merecida; pudieron recibir las heridas que sobrevivieron la Medalla de Sufrimientos por la Patria… Fueron presentadas, lo que parece molestar a quienes se han acercado a esta historia, a veces pidiendo perdón por hacerlo, como modelo de virtudes y ejemplo de sacrificio a imitar (¿no es un ejemplo de virtud y sacrificio morir atendiendo a heridos en frente de guerra?)… Ilógicamente, ya antes de que se pusieran de moda las leyes de memoria histórica/democrática, mientras avanzaba la Transición y con la llegada la izquierda al poder, las calles perdieron el nombre que hacia perdurar su recuerdo. Y salvo casos excepcionales su historia fue proscrita.

Una de aquellas enfermeras voluntarias, de los primeros instantes, fue la zaragozana Marina Moreno Tena, caída en acto de servicio un 16 de agosto de 1936. Pudieron también dejar la vida, de no mediar una acción armada de rescate, sus compañeras Manolita Cortés García y Pepita Losilla. Todas ellas afiliadas de la Sección Femenina que dirigía Julia Aguilar. Marina se había incorporado en julio a la 1ª Bandera de Falange. Aquellas chicas utilizaban como improvisado uniforme una falda larga, camisa azul y la típica gorra cuartelera. Su sede se situó en un colegio de la ciudad. En pocas semanas eran 3.000 las muchachas alistadas. Los padres de Marina y Manolita, ambos comandantes, y es un dato a subrayar y tener en cuenta a la hora de evaluar la capilaridad de la sublevación, figuraban entre los sublevados el 18 de julio. Manuel Moreno estaba al frente de un embrión de unidad legionaria que, en septiembre, daría origen al Tercio Sanjurjo.

Todas ellas eran muy jóvenes. Marina tenía 18 años y cuando estalló la guerra estaba estudiando comercio. El domingo 16 de agosto actuaron como enfermeras en un convoy médico. No hemos podido precisar si el coche-ambulancia y el camión que lo componían llevaban distintivos como sanitarios. Su misión era llegar hasta un frente aparentemente tranquilo. Sin embargo, una columna anarquista avanzó sobre Almudévar, llegando hasta la carretera de Huesca por la que avanzaba el convoy. Era una zona en la que políticamente la CNT tenía una gran fuerza, constituyendo la próxima Tardienta un punto estratégico en la zona de combate.

Los diversos testimonios sobre lo sucedido, más precisos que el relato de prensa, son muy similares, aunque un tanto confusos sobre el inicio de la emboscada. En el coche-ambulancia iban, con su chófer, el comandante médico Oliván y el doctor Alonso Lej; detrás el camión con el médico falangista Ángel López Onde, 11 falangistas y las 3 enfermeras. El coche-ambulancia, adelantado, fue tiroteado. Probablemente intentaron salir bajo el fuego enemigo y repeler la agresión, ya que el cuerpo del comandante Oliván Anadón quedó en el suelo junto con el de su conductor. El doctor Alonso Lej consiguió escapar siendo asesinado después.

Es evidente que la distancia entre los vehículos hizo que el camión no tuviera noticia de lo que había pasado y por lo tanto tomar precauciones. Igualmente, que los atacantes dejaron los cadáveres y el coche como señuelo y aguardaron la llegada del resto del convoy. Al llegar, el camión se detuvo. Ignorantes de lo sucedido comenzaron a bajar del camión para auxiliarles. En ese momento los cenetistas abrieron fuego. Manolita y Marina iban a ser alcanzadas, algunos falangistas cayeron al instante, otros fueron heridos. Las tres enfermeras se abrazaron y Marina recibió los disparos mortales en la espalda, mientras Manolita sangraba en sus dos piernas. Los anarquistas abandonaron la protección al cesar cualquier resistencia. Las muchachas vieron como sus camaradas eran rematados mientras aguardaban la muerte. Y el cadáver de Marina expoliado de sus medallas y alguna joya.

Manolita Cortés tenía dos heridas de bala en las piernas. Inesperadamente el jefe de los anarquistas indicó al médico, Lope Onde, que atendiera a la muchacha. Tras terminar su labor, allí mismo, cayó asesinado sobre el cuerpo de la propia chica herida. No es difícil comprender el terror del momento. Ambas falangistas, Pepita y Manolita, debieron temer lo peor cuando los milicianos las encerraron en la estación de Almudévar. Difícilmente se puede estimar que se equivocaran al reconocer al jefe anarquista: Hilario Salanova Carretas, conocido como «El Negus». En alguna publicación se indica que fue el responsable del lanzamiento de las bombas sobre el Pilar en septiembre, lo que carece de toda lógica al tratarse de un bombardeo aéreo.

Natural de Grado (Huesca), nacido en 1900, había sido destinado a África en 1921. Después se instaló en Barcelona donde ingresó en la CNT. Tras la represión de la sublevación en Barcelona, en julio de 1936, marchó con la columna anarquista que avanzó hacia Zaragoza-Huesca. Un testimonio reciente avala el contenido de la documentación de la Causa General que después mencionaremos. Salanova era uno de los mandos de Los Aguiluchos. Volvió a la zona de Huesca en agosto, participando en operaciones de detención de «fascistas» en los pueblos. Vicente Burrel ha relatado lo acontecido en La Puebla de Castro, donde vivía un compañero de mili de Salanova. Su nombre estaba en el listado que le habían entregado a Salanova para proceder a su detención. Este, al llegar al pueblo, no solo le advirtió, sino que le pidió que le indicara si otros nombres de la lista eran «enemigos». Al indicarle que no, que quizás contrarios a la colectivización anarquista, Hilario no detuvo a nadie.

No había sido así en su pueblo, el Grado. Según la documentación de la Causa General llegó allí al mando de una sección de Los Aguiluchos, el 14 de agosto, para llevarse a 12 vecinos. Sin embargo, probablemente tras hacer una comprobación, solo fueron cinco los detenidos (Joaquín Serrado Cosculluela, José Pérez Latorre, José Blanco Español, José Blanco Santaliestra y Alberto Español Valdovinos). Entre el kilómetro 13 y 14 de la carretera a Barbastro, en Peña Lacambra, los asesinaron: «En dichos asesinatos -se anota en la investigación posterior- hubo ensañamiento, ya que el José Blanco Santaliestra, hijo de José Blanco Español, les pidió a los asesinos que respetaran la vida de su padre al que contestaron que le iba a pasar como a él y colocándolos al borde del precipicio les hicieron fuego para que cayeran al río». Según la documentación: «también se ensañaron con Pedro Español Valdovinos, que le hicieron ir a recoger los cadáveres, diciéndole que iba para salvar a su hermano, y posteriormente se ensañaron con los familiares, que después de incautárseles de cuanto tenían no les daban lo necesario para vivir».

Dos días después se produciría la emboscada a los vehículos sanitarios. Es de suponer que había decidido entregar a las muchachas supervivientes o trasladarlas a una prisión. De hecho, quedaron bajo la custodia de un miliciano, «el estudiante», que las trató bien según el testimonio posterior. El 17, el padre de Manolita envió una columna bajo el mando de José Arija para intentar localizar a los desparecidos. Avanzaron y descubrieron el lugar de la emboscada y los cadáveres. Continuaron hasta las proximidades de la estación. Fue la joven Losilla quien los vio, haciéndoles señales desde una ventana. Los soldados se desplegaron para liberarlas, el miliciano que las vigilaba, aplicando las órdenes vigentes, tras ser detenido, fue ejecutado.

El cadáver de Marina sería velado hasta su entierro el martes 18 de agosto. La prensa recoge en sus páginas los actos de homenaje celebrados en su entierro. El féretro fue llevado también por muchachas de la Sección Femenina y escoltado por legionarios de su padre. En enero de 1939 Pilar Primo de Rivera le concedería la Y de plata de la Sección Femenina. En su tiempo fue considerada como la primera de las caídas falangistas. También en su honor, el 9 de septiembre, el consistorio le dedicó la calle antes llamada Galán y García Hernández, por ser la primera aragonesa muerta por «defender los sagrados intereses de España».

Un año después caería en el frente la enfermera carlista Agustina Simón Sanz, como enfermera del Tercio de Almogávares estaba en el hospital instalado en el Seminario de Belchite. Nunca dudó a la hora de acudir a primera línea y a las trincheras en el asedio del pueblo por las fuerzas del Ejército Popular. Se decidió evacuar el hospital, pero ella se quedó con los heridos. Fue detenida por los republicanos y llevada a Híjar junto con los demás. Le ofrecieron, para salvar la vida, que se pasara a los frentepopulistas: se negó. Atada en cuerda con otros carlistas sería sacada de la prisión y asesinada en las afueras del pueblo el 3 de septiembre de 1937. En 1939 se le concedería la Y de oro de la Sección Femenina.

Como en el caso de Marina, el ayuntamiento de Zaragoza le dedicaría una calle en la ciudad. Según revela el estudio de Ramón Betrán, la calle se escogió por razón de formar una cruz en el plano con la dedicada a Marina. Hoy, esta última, recibe el nombre de Paseo de la Constitución.

¿Casualidad o providencia? Releyendo a Onésimo Redondo.

¿Casualidad o providencia? No estaba previsto que un libro centrado en un tema local, aunque escrito, como es usual en mi trabajo sobre grupos, como muestra nacional, La vida por José Antonio. Entre la represión y el olvido (Ediciones Barbarroja, 2016), acabara presentándose en varias ciudades. Así, lo que en principio fue concebido como un trabajo de recuperación de la verdadera memoria histórica, coincidente con el aniversario de los hechos, el asesinato de más de 200 falangistas en la provincia de Alicante por el Frente Popular, pese a no ser un libro de distribución a librerías y ser un libro silencioso, lleva camino de tener en breve una segunda edición dada la acogida que le están dispensado mis lectores.

¿Casualidad o providencia? Incluía en este libro, como muestra de lo que fue la participación activa y no pasiva, prevista y no a resultas de unos hechos, de la Falange y los falangistas en la sublevación cívico-militar de julio de 1936 (algo que ya había desarrollado en mi anterior trabajo El último José Antonio, donde se abordaba la participación directa del fundador de la Falange en la fracasada sublevación de Alicante), un olvidado discurso pronunciado por Onésimo Redondo en Valladolid en la noche del 19 de julio de 1936: “Y al lado del Ejército -¡anotadlo todos!-, anótenlo sobre todo los que alimentan la esperanza de resurgir, está Falange Española de las JONS. Estas camisas que se han ofrecido por millares, albergan pechos que ya no se retirarán sino con el triunfo o con la muerte. Estamos entregados totalmente a la guerra y ya no habrá paz mientras el triunfo no sea totalmente completo”.

¿Casualidad o providencia? El pasado 4 de marzo, LXXXIII aniversario de la fusión de FE con las JONS, la reconstituida Hermandad de la Vieja Guardia de Valladolid me invitó a presentar este libro, La vida por José Antonio. Evidentemente, por razones fácilmente comprensibles, esta presentación conllevaba el recuerdo a Onésimo Redondo, caído al iniciarse la guerra en un enfrentamiento con anarquistas en Labajos, enlazado con las razones que me mueven a realizar este tipo de investigaciones. No pocos me pidieron después del acto que, al menos, recogiera, de algún modo, en un escrito esa parte de mi intervención. Siendo este el motivo de este artículo.

Anotaba Onésimo Redondo -decía en esa presentación-, uno de esos españoles grandes injustamente olvidados hasta por quienes se presentan como sus continuadores, una figura que políticamente pocos suelen reivindicar, coincidiendo con el pensamiento de no pocos intelectuales en la época, que en “el fondo de toda lucha política late una lucha por la cultura”. Vienen al caso estas palabras porque en ocasiones, por la temática de muchos de mis libros y escritos, cuando voy más allá del frío de lo estrictamente académico, cuando salto por encima del discurso histórico políticamente correcto, me han preguntado o incluso teorizado sobre la conveniencia, actualidad y valor político de actos de presentación o conferencias como los que habitualmente realizo, como este; sobre la aparente inutilidad de recorrer España para trasladar estas páginas de la historia a unas decenas de españoles -en ocasiones algunas centenas, conviene subrayarlo-, cuando debiera centrarme en cuestiones mucho más actuales que realmente interesen a los españoles de hoy y no insistir en lo que aconteció hace 70, 80 o 50 años. Temas que incluso, para algunos que debieran estar interesados en que el olvido no borre las páginas, llegan para estos a convertirse en un recuerdo “molesto” ante las necesidades que plantea el necesario aggiornamento con los tiempos, cuando no, directamente, la subordinación de la historia a un discurso político teóricamente renovado.

Ante este planteamiento yo siempre suelo, en mi reflexión, estimar que se equivocan. Difícilmente se puede ser coherente cuando se ignora o no se asume la historia propia y, aún en la sociedad actual, actos que explican esa realidad histórica son necesarios pues difunden la auténtica memoria histórica. En esta línea de pensamiento afirmo, invirtiendo la frase de Onésimo Redondo, al menos en mi caso, que en el fondo de todo combate cultural aparece una lucha política. Y, por tanto, este el modo en el que un profesor más que un político, que es como ahora me siento, trabaja en la defensa y difusión de unos ideales y unos valores. Por ello parte de mis libros o mis artículos, que son objetivos, porque se basan en la búsqueda abusiva de una documentación que los sustente y que ha sido hurtada, consciente o inconscientemente, ni son neutros, ni buscan la equidistancia, ni se avergüenzan, ni reniegan, ni se escudan en perdones permanentes o descafeínan un pasado del que algunos nos sentimos orgullosos, de la vida de unos hombres, como los en este libro biografiados colectivamente, a los que tenemos la obligación de homenajear y reivindicar.

Lo anteriormente apuntado es la simiente que ha dado luz a La vida por José Antonio. No ha sido, y debo subrayarlo, por decisión y mérito mío, sino del editor, de Miguel Ángel Vázquez, que con premura y poco tiempo para realizarlo, me encargó este libro sobre los falangistas asesinados, sobre los que dieron la vida por José Antonio, no solo por sus ideas sino también físicamente al intentar liberarlo de su prisión alicantina.

Vuelvo a esas preguntas que en ocasiones me han hecho para que se comprenda mejor aquello que trato de transmitir con estas palabras que, a veces, hay que escuchar más allá de su enunciado: ¿Qué falta hacía hoy desenterrar estas historias? ¿Para qué tratar de ir contra la corriente y escribir un libro sobre héroes sencillos y azules, sobre todo azules, que según algunos de sus teóricos seguidores, aunque de forma mínima, combatieron en el bando equivocado, en una guerra equivocada que vitolan, desconociendo o no queriendo asumir sus razones, en lenguaje del adversario, como “incivil”? ¿Para qué escribir este libro heterodoxo, que además te va a marginar, cuando se debiera estar mirando a las preocupaciones de los españoles de hoy?

Y mi respuesta, ante estos recurrentes interrogantes, vuelve a ser la misma: quienes así opinan están, a mi juicio, equivocados. Por edad, aunque yo haya pasado por ello con la velocidad de un leve sarampión, muchos de aquellos con los que comparto generación, ingenuamente -¡Ah, la ardorosa ingenuidad, que diría José Antonio!-, cayeron en aquello de la necesaria desmitificación. Compraron, y muchos perseveran en el error, el mensaje envenenado del adversario ideológico; asumieron que tener héroes es malo; bajaron del pedestal, o al menos lo intentaron, a  Onésimo, a Ledesma, con la misma fruición con la que otros bajaban del mismo a los héroes de nuestra historia, sin darse cuenta de que sin héroes que lo sustenten y encarnen hasta perece el propio concepto de España, y sobre todo quisieron, y en ello andan no pocos, bajar de la altura heroica a José Antonio y lo importante, que es el mensaje, dejó paso a cosas que tienen escaso interés. Compraron el mensaje de que la mitificación, mejor dicho la conversión del hombre en arquetipo, es de por sí mala y solo conduce a la tergiversación y a la irrealidad.

Ahora, desde la altura del tiempo, tras haber contemplado los efectos demoledores de ese proceso, yo suelo oponer algunas preguntas: ¿Qué ha hecho el adversario? ¿Ha renunciado a los mitos, a los arquetipos, a los héroes que encarnan sus presupuestos ideológicos? El adversario ha hecho precisamente lo contrario. Ahí tenemos el ejemplo del Che Guevara, mitificado hasta la saciedad y convertido en icono permanente de la izquierda y también, por qué no decirlo, de parte de la derecha. El adversario ha hecho precisamente lo contrario de lo que nos proponía, porque lo que aspiraba era a sustituir los mitos, los héroes y los arquetipos por los suyos. El resultado: la Ley de Memoria Histórica. Y ha funcionado a la perfección. En el caso que nos ocupa, mientras algunos de los continuadores actuales de Onésimo, Ledesma o José Antonio, y de tantos otros como los protagonistas de este libro, los desmitificaban, los olvidaban (en algunos casos se convertían casi en una memoria molesta) y, sobre todo, se peleaban con su propia historia para borrar su contribución a la modernización social de España durante el régimen de Francisco Franco, el adversario jamás se peleaba con su historia y vivía en una permanente reivindicación de su pasado.

No es que yo sea un seguidor de Carlyle, ni del modo histórico del XIX, pero es evidente que la política, las ideas, también se encarnan en hombres; que ahora que tan de moda está en algunos ambientes eso de lo “identitario”, algunos no perciben que esa identidad se encarna también en hombres, que en toda construcción ideológica los arquetipos humanos son necesarios para la aproximación sensitiva, aproximación al ejemplo que conduce a la reflexión y a la interiorización del mensaje. Aunque se pretenda ignorar constituyen esos arquetipos, esos héroes, el primer escalón de identificación. Y por ello el adversario ha contribuido y buscado la demolición y la autodemolición de esos arquetipos. ¿Es que no vemos ante nuestros ojos, como se han utilizado esos “héroes”, esos “luchadores por la libertad”, que ha creado la “memoria histórica”, para atraer a importantes sectores de jóvenes españoles a una serie de ideas partiendo de algo que no conocieron y no vivieron? Por ello, yo estimo, aunque algunos insistan en que estoy equivocado, que nado contracorriente, que nosotros también tenemos derecho a reivindicar, en actos como este, con libros como este, nuestra Memoria Histórica, que es la de estos jóvenes que dieron la vida por José Antonio.

¿Tiene sentido político hoy esta reivindicación que hago de nuestra historia? La respuesta es simple y os la convierto en pregunta: ¿acaso no estamos cansado de escuchar que la crisis nacional que vivimos es una crisis de identidad nacional y que su origen está en la desaparición de todo aquello que transmite la idea y el concepto de España?

Volvamos, brevemente, las palabras hacia los escritos de Onésimo Redondo que cobran en mi relectura una interesante actualidad. Pedía Onésimo Redondo la constitución de un movimiento juvenil. Y no es baladí ese “juvenil”, porque asumía que la mayor parte de las generaciones posteriores a este estaban contaminadas por las tesis del adversario. La misión fundamental, angular, primigenia, de ese movimiento juvenil tenía que ser la de “rehabilitar el patriotismo”. ¿No vemos cómo hoy también existe una juventud, mínima, pequeña si queréis, que, de un modo u otro, por una vía u otra, tiene ansia de patriotismo, que se define simplemente como patriota?

Rehabilitar el patriotismo, desde la retórica hermosa, es la misión. Pero eso lo proponía cuando aún el patriotismo era en España, al menos, “una gloria de museo”. A diferencia de hoy, al menos estaba en los museos. Y continuaba: “¿qué nos han enseñado a nosotros, jóvenes amigos, de la Patria?”. Nada -contestaba-, salvo ese museo. Al menos, reitero, entonces, tenían el museo de héroes y gestas que encarnan la Patria y solo quedaba desempolvarlo, ponerlo al día, sacarlo de los estantes, para con él dar base -volvamos a Onésimo- a un “patriotismo robusto de FE y henchido de afirmaciones constructoras”. El patriotismo constructivo frente al patriotismo sensitivo. El patriotismo activo, el de la patria que se ama porque no gusta, el patriotismo perfectivo frente al patrioterismo en el que no pocos se embanderan.

En el fondo de las páginas de este libro lo que late es esta razón. Aun asumiendo que vamos contracorriente hemos querido sacar, no ya del museo en el que no están, sino del olvido más absoluto, a estos héroes que son ejemplo y acicate para preguntarnos: ¿Quiénes fueron? ¿Por qué entregaron su vida? ¿Cómo murieron? A estas tres preguntas respondemos, en esta presentación, de forma sintética con el escalón siguiente, con el objetivo práctico de ese movimiento juvenil que debía de rehabilitar el patriotismo, con palabras de Onésimo, basándose en el ideal de “reincorporar el pueblo [la gente que se dice ahora] a lo nacional” y por la necesidad de “construir un Estado que solo se justifica si sirve para fijar y mantener la España grande, libre y única”.

Ese movimiento de rehabilitación se instrumentalizó entonces en FE de las JONS y para su desarrollo, y con esto quisiera cerrar estas palabras, debía de asumir, según Onésimo Redondo, dos recomendaciones que, a mi juicio, tienen una permanente actualidad: primera, “lo que ocurre fuera es bueno para aprender y malo para importarlo”; segunda, “expulsemos a los bastardos que han hecho su fortuna política sobre la ruina del patriotismo”.

Defendemos el derecho a que sus nombres permanezcan en las cruces, las lápidas y las calles.

Me invitaron los organizadores, La Falange, a intervenir al finalizar la manifestación que el pasado 21 de enero, habían convocado en Callosa de Segura en homenaje a los falangistas de la localidad asesinados por los republicanos y para defender el derecho a que la “Cruz de los Caídos” continúe en la plaza delante de la iglesia. No pocos me han felicitado por mis palabras y me han pedido que publicara  el texto del discurso. No suelo escribir mis intervenciones aunque sí lleve un esquema desarrollado. Además, los discursos, y más en este caso donde por fuerza se tiene que ser breve, presentan siempre del problema de incurrir en las  simplificaciones o del exceso de síntesis  que limitan el necesario desarrollo de lo que se quiere transmitir. Me tomo la libertad de rehacer mis palabras e incluso ampliarlas en algún párrafo para mejorarlo. Después del acto, y es necesario subrayarlo, hemos sabido que tanto el alcalde, que estaba dentro del Ayuntamiento que está en la misma plaza, como algún representante de Izquierda Unida, el partido que presiona para la retirada del monumento con más ahínco, pudieron escuchar estas palabras.

“Hace casi 83 años, en unas circunstancias que invitan al paralelismo histórico, José Antonio Primo de Rivera, venía a Callosa de Segura a apoyar en un mitin a unos jóvenes, la mayoría de condición modesta vinculados al duro trabajo del cáñamo, que unos meses antes habían puesto en marcha en este lugar, cuando aún era un balbuceo en gran parte de España, un partido, un movimiento político denominado Falange Española. Algunos de esos jóvenes que estuvieron ese día de 1934 con José Antonio en el cine Imperial, la antigua plaza de toros, entregaron su vida por el sueño de una España con Patria, Justicia y Pan y por ello su nombre figura entre los de las 81 personas que recuerda esta Cruz amenazada por el odio, pero también por la cobardía.

Estamos hoy aquí no solo para defender que esta Cruz, con sus 81 nombres, la mayor parte de personas asesinada por los republicanos, permanezca en su sitio, sino también para defender el derecho que nos asiste, en un régimen de libertades como se proclama, a rendir homenaje público y permanente a aquellos que murieron bajo las balas del odio y del rencor.

Estamos hoy aquí en Callosa de Segura porque más de 40 de esas 81 personas fueron asesinadas por ser falangistas. Víctimas de eso que hoy se denomina “odio ideológico”. Muestra de la decisión documentada de los partidos del Frente Popular, del pacto entre anarquistas, comunistas y socialistas, de exterminar a unos falangistas que cayeron por miles en la retaguardia republicana.

No venimos aquí a pedir venganzas, ni a mencionar los nombres de quienes los asesinaron, ni a exaltar un odio que ya no tiene sentido alguno, sino a defender, simplemente, la memoria, el derecho a la memoria, de los asesinados; el derecho que les asiste a que permanezcan sus nombres en las cruces, las lápidas o las calles de España. Muchos de ellos -debemos subrayarlo- murieron perdonando a los que los asesinaban; en sus últimas cartas pedían a sus familiares que perdonaran y no guardaran odio alguno. No somos nosotros los que han edificado, para dividir a los españoles, la ideología del “guerracivilismo”; esa con la que se envenena, se exalta y se lleva al odio y la violencia a una parte de la juventud, que no es precisamente esta que está hoy aquí representada, la de los convocantes de este acto, sino la de sus adversarios.

Nosotros estamos aquí para apoyar a quienes quieren que esta Cruz, este monumento, permanezca completo, íntegro, con los nombres de aquellos a quienes homenajeamos.

Estamos hoy aquí para denunciar la sinrazón, el sectarismo y hasta el fraude de ley que está cometiendo o va a cometer el señor alcalde de Callosa de Segura y que impulsa esa muestra de indignidad que se llama Izquierda Unida. Y yo quiero recordarles a los concejales de Izquierda Unida, que ellos son herederos directos del Partido Comunista de España, partido que propició e impulsó el asesinato de miles de españoles en la retaguardia republicana; que aquí, en Callosa de Segura, miembros destacados y conocidos de ese partido, asesinaron a un policía municipal de 60 años cuyo nombre figura en esta Cruz; tengo que recordarles que una señora, dirigente comunista destacada, Dolores Ibárruri, Pasionaria, en artículos publicados en la prensa, recogidos en diarios de izquierda cercanos de esta zona, como el de Novelda, no solo pedía el exterminio de los presos sino también la detención como rehenes de los familiares de los nacionales y llegado el caso su asesinato en venganza. Por eso probablemente, por su responsabilidad en lo sucedido, muestran ese celo a la hora de intentar borrar las huellas quitando lápidas, cruces y placas con los nombres de los asesinados.

Se equivoca señor alcalde, la “ley de la memoria histórica” nos conmina a rendir homenaje a las “víctimas de la guerra civil”, a todas las víctimas. Y yo le pregunto, señor alcalde, ¿es que acaso estas 81 personas, la mayor parte asesinadas por los republicanos, no son víctimas de la guerra civil? ¿Es que usted entiende que víctimas son solo las de un lado y estos bien muertos están?

Se equivoca señor alcalde, cuando se escuda en el artículo 15 de la citada ley. Ese que habla de los monumentos que exalten el franquismo. Pero, ¿cómo una Cruz con unos nombres puede exaltar  el régimen franquista cuando resulta que cuando fueron asesinados ni tan siquiera Franco era Jefe del Estado?

Se equivoca señor alcalde, cuando como supremo argumento recurre al dictamen de la comisión de expertos; comisión creada a dedo, paniaguada, formada por gentes de izquierda. Esas comisiones de ignorantes que para sonrojo, como ha sucedido en Alicante, han llegado a decir que los Reyes Católicos no eran franquistas “pero casi”. Comisiones de ignorantes, como la que ha llegado a afirmar que al incluir, no siendo el caso de esta Cruz, el término caído se está utilizando en el discurso un término fascista.

Pero es que además, señor alcalde, ya hay sentencias que en casos similares, una Cruz con el nombre de las víctimas nacionales, se indica que esta no está sujeta a lo previsto en la ley y que por tanto es lícito que permanezca donde está. Y yo invito a los familiares de quienes fueron asesinados a que lleven a los tribunales al alcalde y a la corporación por vulnerar la ley, en defensa del derecho que tienen sus deudos al homenaje y a permanecer en las calles y plazas de España. Pero es que hasta el señor alcalde sabe que esta Cruz no es ilegal, que no está dentro de los monumentos que condena a la piqueta la “ley de memoria histórica”, por eso habla continuamente del traslado y no de la destrucción.

No solo eso, porque una de dos, o bien el tripartito que gobierna Callosa, el alcalde y los concejales del PSOE, IU y la filial podemita, prescinde de las propuestas de la Generalidad o mienten como bellacos. ¿Es que no se han leído lo que se ha publicado sobre la Ley de Memoria Histórica de la Comunidad Valenciana que padeceremos en breve? ¿Es que no han leído que se trata de honrar a todas las víctimas, a las fosas de los dos bandos? Y si esto es así, señor alcalde, ¿por qué ese empeño en borrar este recuerdo? ¿Por odio político?

Estamos pues aquí, reiterémoslo, no para defender solo la permanencia de la Cruz, sino de la Cruz y los nombres, para abogar por la permanencia íntegra del monumento.

Lo hacemos en nombre de esos más de 40 falangistas asesinados en las cárceles, en los paseos o por haber intentado, ingenuamente, liberar a José Antonio de su prisión.

Lo hacemos en nombre de los mártires, de los religiosos asesinados, de las víctimas de una persecución religiosa que se inició mucho antes del estallido bélico; porque ellos, llegado el momento de la muerte no aceptaron componenda alguna, no renegaron de parte de su Credo, no abandonaron el puesto y supieron dar testimonio y hoy, nosotros que somos católicos, sin monopolizar nada, no queremos escupir sobre sus nombres para ofrecerlos como moneda de cambio para preservar solo la Cruz; porque símbolo de la Fe en Cristo es tanto la Cruz como el nombre de quienes dieron su vida hace poco más de 80 años por él.

Los hacemos en nombre de todos los Caídos; de esas 81 personas cuyos nombres están grabados en el pie de la Cruz. Nosotros no pedimos que no se hagan otros homenajes, lo que pedimos y reclamamos es el derecho a rendir homenaje a los nuestros, a esos caídos de los que nos enorgullecemos.

Amigos, nosotros creemos que más allá de este cielo encapotado, allá en lo alto, hay 81 luceros, uno para cada uno de los asesinados. Allá en lo alto hoy estarán tan orgullosos de nosotros como nosotros de nuestra historia”.

Al acabar los discursos se me acercaron dos personas a darme las gracias y a felicitarme porque eran familiares de esos asesinados que figuran en la base de la Cruz de Callosa.

 

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