Francisco Torres García

La estantería del historiador

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EL INCOMPARABLE SEMANARIO FUERZA NUEVA

Con el título que rotula este artículo criticaba en tono irónico la oposición al franquismo, pero también los reformistas del franquismo, el semanario Fuerza Nueva, un histórico de la prensa española tras la guerra civil.

Revisar la historia de la revista Fuerza Nueva, al cumplirse el cincuenta aniversario de la aparición de su primer número, es poder adentrarse en una historia alternativa de los últimos cincuenta años de la vida política y social española; entrar en la crónica de lo que los demás medios ignoraban y de la denuncia constante de lo políticamente correcto. Una publicación a contracorriente, tanto en el régimen de Franco, como en la Transición o en la Monarquía democrática. Molesta para muchos, hasta tal punto que a ambos lados del espectro ideológico hubiera voces que abogaran por su suspensión.  Quizás lo más significativo, a día de hoy, sea su supervivencia y le cabe el triunfo de ser la última publicación que se mantiene viva en un sector ideológico ayuno de prensa periódica. Estos cincuenta años sin faltar a su cita con sus lectores quizás sea su mejor carta de presentación. Su historia ha sido también un termómetro con el que medir la penetración en la sociedad de las ideas que sustenta la revista ya que no se trata de una publicación neutra, una fuente fundamental para poder aproximarse a este sector político y su evolución desde finales de los años sesenta.

“Fuerza Nueva quiso ser -anota Blas Piñar- y lo fue sin duda, aglutinante y portavoz a la vez de una corriente de opinión que comenzaba a dibujarse en la segunda mitad de la década de los sesenta, y que estimaba que la evolución política, propia de una sociedad en pleno desarrollo, no podía transformarse en ruptura… Nuestra razón de ser -la que dio origen a la revista- se hallaba en deseo vehemente de que esa evolución fuese perfectiva y se operase a partir de la  carga ideológica del 18 de julio”.

El 2 de mayo de 1966 se fundaba formalmente Fuerza Nueva Editorial. 92 personas habían puesto en marcha en realidad un movimiento. Su proceso de gestación había sido largo, pues las primeras reuniones se iniciaron a finales de 1963. El objetivo real es alumbrar, en pleno régimen de Franco, un movimiento de opinión, ya que no existían los partidos políticos ni las asociaciones políticas. La revista Fuerza Nueva, que se iba a caracterizar por una lealtad absoluta a Francisco Franco y una atrevida crítica con respecto a los gobiernos de Franco. En ese tiempo fundacional, como reconocía el propio Piñar, la idea de Fuerza Nueva era todavía “vaga e imprecisa”, aunque en el fondo subyacía la idea de crear un “movimiento político nacionalista y cristiano”, cuyo objetivo era enfrentarse a las tres “revoluciones anticristianas y antinacionales: la liberal, la marxista y la erótica”.

La revista de las portadas.

La revista arrancó con un proyecto del periodista Jesús María Zuloaga quien fichará a quien ha sido en realidad el alma de la publicación durante cincuenta años, el joven periodista Luis Fernández-Villamea, entonces en la revista Semana. El primer director sería Julio Jesús Mora, que venía del diario Marca. No fue fácil completar la nómina de redacción y colaboradores. La revista salió a la calle con 6.000 números. Una tirada aceptable para una revista política cuando este tipo de publicación no era muy abundante en la época.

Aunque sea redundancia, por conocido y citado, la portada de su número cero era toda una declaración de principios y una crítica abierta al gobierno ejercida por una publicación a cuyo frente se encontraba un Consejero Nacional del Movimiento, pues indicaba que el régimen estaba abandonando sus principios. “El 18 de Julio ni se pisa ni se rompe” era el titular de la portada. El editorial era toda una advertencia de cuál era el objetivo de la nueva publicación, pero no pocos debieron tomárselo como un mero fuego de artificio, un quiero y poco más:

“Por nuestra adhesión cordial [al régimen] nos vemos precisados públicamente desde ahora, a mantener una postura crítica ante quienes, desde cualquier puesto, desfiguren tales ideas, pues entendemos que muchos de los fallos que la conciencia nacional pone de relieve son imputables a quienes por cambio de mentalidad, razones tácticas, o alegando una visión profética del futuro, han hecho posible que cundan los rebrotes de indisciplina, disolución moral. Contra los cuales España luchó con el propósito de extirparlos para siempre”.

Periodísticamente Fuerza Nueva no se va a apartar a lo largo de su historia de la reiteración de portadas y titulares impactantes capaces de levantar a la cúpula militar o política del sillón. Ahí queda, por ejemplo, aquella portada de 1977 con la corona en la portada y el titular de “ni católica, ni social, ni tradicional, ni representativa”; o la de abril de 1977, con un Adolfo Suárez, cuando se especulaba si se presentaría a las elecciones, vestido con uniforme del Movimiento con un titular en interrogación: “¿Será una rosa? ¿Será un clavel?”; o la que, señalando directamente al estamento militar, cuando se asesinaba con asiduidad a militares y se realizaban entierros en silencio e incluso cargas policiales contra quienes querían asistir, aparecía una portada con luceros en lo alto y unos dibujos de gallinas ponedoras con el titular exagerado en el tamaño de la letra de “Gallinas”, eran los años en los que se solía echar alpiste a las puertas de algunos cuarteles; o aquella en la que un puñal, cuya empuñadura era la rosa socialista, ensartaba a un feto al legalizarse el aborto; o más recientemente la que nos presentaba un primer plano de Mariano Rajoy con una gesto acompasado al titular de “Manso”.

Vistas desde hoy, una selección de las portadas de Fuerza Nueva se convierte en un auténtico flash-back de los últimos cincuenta años de historia política de España. Detengámonos, por ejemplo, porque una revisión profunda excedería las dimensiones de un artículo como este, en la batalla que la revista, prácticamente en solitario, libró contra la Reforma Política. Arranquemos con aquella en la que aparecía la imagen multiplicada de Carlos Arias Navarro, último presidente del gobierno de Franco y primero de Juan Carlos I, y un texto significativo “Más espíritus” (la revista Fuerza Nueva había contribuido decisivamente a enterrar el denominado “Espíritu del 12 de febrero” por la denuncia que hizo de la propuesta de Arias todavía en vida de Franco). En febrero de 1976 la revista clamaba: “Se vende España”, denunciando la entrega que el gobierno estaba dispuesto a hacer para poder entrar en el Mercado Común y ser aceptada políticamente por la Europa Occidental (entonces media Europa estaba bajo la dictadura comunista). Pocas semanas después insistía: “Por los caminos de Europa: mendigando”, pues FN siempre fue crítica con la entrada de España en lo que sería la Unión Europea y el precio que por ello iba a tener que pagar nuestro país. En su número 487, pese a las presiones, FN no se arredraba y acusaba de traición a quienes estaban impulsando la reforma política: “A los treinta y siete años de la Liberación, Traición”. Debió de ser la única publicación que protestó ante el fin del Movimiento por lo que ello significaba: “Tiro en la nuca al Movimiento”. Y ello, pese a que años antes había salido con una portada que era una declaración de oposición a un Movimiento que no era más que una cáscara burocratizada: “De espaldas a la Secretaria General”. En eso años  Blas Piñar había tenido serios incidentes, con prohibiciones de actos incluidas, cuando era reclamado para participar en actos conmemorativos relacionados con la victoria nacional en la guerra o las efemérides falangistas. Línea de denuncia que se continuaría con aquella esquela del Movimiento que figuraba en la portada de uno de sus números. Fuerza Nueva estaba denunciando lo que iba a suceder mientras que otras publicaciones, que también sabían lo que significaba la reforma, lo ocultaban pese a su aparente vinculación a lo que había sido el régimen de Franco. Así, en su número 490 recogía con un interrogante: “XXXVII Desfile de la Victoria. ¿Por última vez?”. Y unos meses después iba más allá en su escalada de oposición y denuncia con un informe que señalaba al gobierno, a los procuradores y a la propia Jefatura del Estado ejercida por el heredero de Franco,  el rey Juan Carlos I: “Sobre juramentos y principios: el perjurio a examen”. La conclusión de este recorrido sería aquella otra con la imagen del Caudillo y su “Franco hubiera votado NO” ante el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política. Como ha recordado el general Blas Piñar fue la única publicación que abiertamente hizo campaña por el NO.

La expansión

Entre 1969 y 1975 Fuerza Nueva Editorial se fue transformando en un partido político encubierto mientras otros hablaban de “estados gaseosos”; la revista se transmutaba en algo más que una revista. Estaba constituyendo una corriente de opinión militante; un nicho sociológico que iba a sustentar la creciente presencia de Blas Piñar en actos por toda España. Cuando el régimen, o mejor dicho los gobiernos del régimen, abandonaba actos conmemorativos y lo que había sido el “franquismo militante” Piñar se convertía en el líder natural de esa corriente. Lo que a la vez abría la persecución de la revista por parte de esos gobiernos y la animadversión de los que preferían mirar para otro lado compartiendo espacio ideológico pero que se mantenían en la inanidad o el conformismo político del “atado y bien atado”.

A lo largo de su historia la revista Fuerza Nueva ha tenido varios directores. A Julio Jesús Mora sucedió el periodista y militar Manuel Ballesteros. Pero FN ya molestaba a los gobiernos de Franco por lo que el Ministro del Ejército, general Francisco Coloma Gallegos, ordenó a Ballesteros que presentara su renuncia a la dirección de la revista o sería encerrado en un castillo. Ballesteros tuvo que dejar la dirección siendo trasladado a Mallorca por el Ministro (fue el único militar que sufrió tal medida), aunque siguió escribiendo bajo seudónimo. Se harían cargo de la dirección sucesivamente los periodistas Waldo de Mier y Pedro Rodrigo y el abogado José Luis Jerez. Siendo ya general, Ballesteros volvería a dirigir Fuerza Nueva y finalmente, hasta la actualidad, la revista continuaría bajo la dirección de Luis Fernández-Villamea. Durante los primeros años el editorial sería realizado por el propio Blas Piñar (sin firma estarían los de Ballesteros o Fernández-Villamea; en los últimos años, también sin firma, ha realizado no pocos el autor de estas líneas).

El posicionamiento crítico de la revista con respecto a los gobiernos de Francisco Franco, contra el predominio de la tecnocracia, se concreta cuando se conoce la composición del nuevo ejecutivo tras la crisis de 1969. Revisando la revista se podría afirmar, sin exageración, que Fuerza Nueva se convertirá en su máximo opositor. Los editoriales y algunos artículos van a poner en evidencia que algunas de las propuestas del nuevo gobierno pueden llevar a la desintegración del régimen. Esta postura lleva a los círculos de poder a intentar cauterizar lo que consideran una amenaza, haciendo llegar al propio Franco la idea de que Piñar se ha transformado en casi un enemigo del régimen. La contestación la da el propio Piñar en un editorial publicado en enero de 1970 diferenciando entre la oposición al régimen y la posición al gobierno en defensa del régimen, que es lo que él hace. La revista no hace gracia al gobierno y sufre su primer secuestro cuando su número 163 sale a la calle. Hasta la muerte de Franco Fuerza Nueva será víctima de dos secuestros, tres expedientes administrativos, tres denuncias ante el Tribunal de Orden Público y diez comparecencias judiciales. Todo ello acompañado por la campaña, ordenada por el gobierno, de la prensa del Movimiento contra Piñar y Fuerza Nueva. Esto no amilanó ni a Blas Piñar ni a la revista. En Zaragoza, Piñar sube los decibelios de su denuncia: “Algunos cuadros directivos del país han sido ganados ideológicamente por el adversario”. En la misma línea, el número 189 aparece con un editorial firmado por el fundador de FN en el que pide la dimisión del gobierno, algo inusual en la época. En esos años la revista abre un nuevo frente: la denuncia de los contenidos de las publicaciones vinculadas a la “oposición moderada” al régimen, revistas como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo. La respuesta de estas publicaciones fue la típica de la izquierda acusando al Estado -que persigue a FN- y a la banca -lo cual era de risa- de financiar los “exabruptos del incomparable semanario Fuerza Nueva”.

“Si los ideales que justificaron la revolución -afirmaba en una declaraciones Piñar- no hubieran sido torpedeados, ironizados, y en última instancia defenestrados Fuerza Nueva no había surgido y el que ahora te habla se hubiera ahorrado infinidad de disgustos. Nuestros gobernantes han dejado entibiar la filosofía política del régimen”.

La revista se estaba convirtiendo en un referente para un sector de la opinión pública española, más que por su difusión por las repercusiones políticas de sus artículos. Sin embargo, al finalizar los sesenta la revista contaba con 6.851 suscriptores, entre ellos no pocos antiguos ministros de los años cuarenta y cincuenta. El propio Hedilla había colaborado con Piñar para conseguir esos suscriptores que han asegurado la continuidad de la revista hasta el presente y Patricio González Canales apoyó la campaña siendo, como tantos falangistas de la primera hora, un colaborador activo de Fuerza Nueva. Sin ir muy lejos también estaba entre ellos José Luis de Arrese. La tirada había alcanzado entonces los 20.000 ejemplares. Pero lo interesante es que al compás que se hace evidente que el régimen no va a sobrevivir a Francisco Franco, o mejor dicho que los gobiernos aspiran, de un modo u otro, a cerrarlo, crece la revista. De hecho, es en los setenta cuando llegan las suscripciones de jefaturas locales del Movimiento, de unidades militares (es evidente que es el jefe de la unidad el que decide la suscripción), etc. La revista se hacía cada vez más molesta, porque sí que estaba presente en lo que era la cúpula del régimen. Por un lado, acusaba, más o menos veladamente, a parte de esa clase política de “traición” por lo que impulsaba a no pocos, aunque fuera a regañadientes o por disimulo, a nadar y guardar la ropa (uno de los objetivos que asumieron los fundadores del semanario fue el de “empujar a los responsables a cumplir”). Cada vez que el editorial de Fuerza Nueva anunciaba que ellos, que ya eran algo más que una revista, estaban en la vida pública “para ocupar trincheras y taponar fisuras”, se producía un pequeño revuelo en la clase política del franquismo que se veía abiertamente atacada y censurada. Lo que se veía compensado con el aprecio que dio Carrero Blanco a la revista, las varias veces que Piñar estuvo a punto de ser Ministro y el apoyo indirecto de Franco que se mostraba al nombrarle siempre Consejero Nacional del Movimiento o no aceptando su dimisión cuando este la presentaba. Así por ejemplo, cuando en 1971 se le da un homenaje a Piñar por su nombramiento como Consejero Nacional entre los asistentes figuran: Alejandro Rodríguez de Valcárcel, los tenientes generales Barroso y Ramírez de Cartagena, José Utrera Molina, Dionisio Martín Sanz y numerosos procuradores en Cortes además del médico personal de Franco, Vicente Gil. Sin embargo, no solo desde los ámbitos reformistas  de la clase política o desde la “oposición moderada” se atacaba a FN, también se hacía desde las filas de los teóricamente próximos como en sus memorias reveló el jefe del SECED, José Ignacio San Martín: “Durante la época que estuve al frente abundaban quienes le combatían hasta con saña, pero no eran capaces de hacer lo que Blas Piñar hacía. No tenían poder de convocatoria. Pedían simplemente su cabeza o la clausura de la revista”.

“La revista ha sido -explicaba Piñar en 1976- y está siendo cada vez con más ímpetu, un revulsivo de la conciencia nacional, y en la medida en que el Movimiento se ha ido adocenando, desvitalizando y burocratizando, nosotros hemos ido recogiendo amorosamente, porque seguimos manteniendo la fe que a otros les falta, la historia, los ideales y las banderas del 18 de julio”.

Es de subrayar que durante estos años la revista, cuyos contenidos, como cualquier otra publicación no eran solo políticos incluyó amplios reportajes y prestó una notoria atención a la política internacional, sección de la que se ocuparía durante muchos años el falangista y voluntario en la División Azul Gómez Tello. Resulta interesante detenernos en la serie de artículos que van a retratar la modernización de la España de finales de los setenta. Fuerza Nueva va a llevarnos a recorrer los cambios operados en los sectores económicos, la gran revolución realizada por Francisco Franco, con especial mención a lo que ha sido la política hidráulica y de regadíos realizada por Luis Fernández-Villamea. El arranque de lo que será una constante en la revista desde 1975 hasta la actualidad la defensa de la obra de Francisco Franco. Pero también ahondaba en la denuncia de los casos de corrupción o de los negocios que se hacían a la sombra del poder (ahí quedan sus denuncias sobre los sobrecostes que suponía la concesión a empresas privadas de obras, las autopistas, en vez de ser acometidas por el sector público).

Los años estelares

No es necesario incidir en que dada su posición, llegada la Transición, la revista perdió cualquier tipo de publicidad oficial y que ninguna empresa importante, salvo raras y momentáneas excepciones, insertaría anuncios en la misma, lo que eliminaba una fuente de financiación sin la que en España es difícil sobrevivir en el mundo de la prensa. Solo un número importante de suscriptores aseguraba su continuidad y su presencia en los quioscos de prensa.

Fuerza Nueva, por un lado del arco político, se convirtió en el gran enemigo de los franquistas que pilotaron la Transición, de Manuel Fraga y de la UCD. En 1976 el gobierno cursa una orden para que sea prohibida la entrada de la revista en los acuartelamientos militares, lo que implica la baja inmediata en la suscripción; lo mismo sucedió con centros oficiales, culturales, etc. Fuerza Nueva había dejado clara cuál era su postura. Nada había variado con respecto a su número cero. Es más, lo sucedido, era para la revista la consecuencia directa de haber desoído aquel titular inicial, por ello, en el número conmemorativo de 1976 dedicado al aniversario del Alzamiento Nacional, rotulaba su portada recuperando la de su primer ejemplar: “18 de julio. Pisado y roto (oficialmente)”. Aunque pueda parecer contradictorio, el hecho es que, convertida en la publicación que trata de agrupar los restos del “franquismo militante” y desde ahí ganar al “franquismo sociológico”, disputándoselo a la AP de Fraga y a la UCD de Suárez, sus principales usufructuarios, Fuerza Nueva crece hasta alcanzar los 14.000 suscriptores y los 40.000 ejemplares de tirada media. Una cifra más que digna para una publicación como esta. Además, con la puesta en marcha del partido del mismo nombre, todos los ejemplares sobrantes de la venta, cada vez más complicada, porque no pocos quiosqueros la esconden o la devuelven, son empleados para propaganda política (en algún caso las sacas con la revista fueron destruidas en la central de Correos por trabajadores de izquierdas allí empleados). Es reseñable que Manuel Fraga, en sus memorias, anota por ejemplo, tras sus reuniones con los dirigentes de Excombatientes o con falangistas destacados como Fernández Cuesta, como trataba de convencerles para que apoyasen el “mal menor”, es decir a él, y no se dejaran llevar por Piñar que les “fuerza la mano”, anotando que una de las bazas del dirigente de Fuerza Nueva, además de su militancia, del sector de la juventud que ha atraído y de su capacidad de convocatoria, es su revista

La revista se transforma en el notario de la actividad de Blas Piñar. Los numerosos actos del partido Fuerza Nueva y los discursos de su presidente ocupan gran espacio con amplios reportajes fotográficos que testimonian la asistencia masiva a los mítines. Hasta tal punto ocupó espacio en la misma que durante un tiempo se editó un cuadernillo separata con sus discursos y la actividad del partido. Desde la muerte de Franco, antes realmente, la revista va a defender la necesidad de la unidad entre los diversos grupos nacionales: desde la Falange hasta lo que se podría denominar la derecha de Alianza Popular. El primer intento resultó un fracaso, la Alianza Nacional 18 de Julio fue un tremendo error y, vista desde hoy, constituyó la simiente de la imposibilidad de abrir un espacio en el sistema de partidos que se estaba conformando. El propio Piñar reconoció su error en un escrito firmado el 24 de junio de 1977.

“Creo que hemos jugado limpio y en aras del Frente Nacional hemos sacrificado mucho. Cada grupo político deberá hacer examen de conciencia sobre las negativas, los apoyos, más o menos explícitos pero nunca integradores, las reservas y los vetos que han impedido la presentación conjunta en circunscripciones electorales de suma importancia; la demora, hasta el límite mismo de los plazos, de conversaciones y posibles acuerdos. Quede claro que nosotros lo hemos sufrido todo, aceptado todo, transigido todo, hasta el latigazo moral, por la constitución de ese frente, reducido, y solo en algunas provincias. Hemos aprendido: que la unión no hace la fuerza, y que no basta con que la base diga que es preciso llegar a la unión. Por otro lado, aun existiendo la comunidad ideológica en temas fundamentales, no basta la misma para que la unión surja, cuando hay recelos de carácter personal o de grupo”.

La revista apoyó una acción conjunta para oponerse al texto constitucional. En su número 591 rotulaba: “Ante la próxima Constitución: diremos no”. La revista comenzó a impulsar la necesidad de articular políticamente ese No a la Constitución, y así editorializaba: “Hay que asociar y reagrupar a todas las fuerzas nacionales, bastante desunidas y engolfadas en personalismos y tiquismiquis perniciosos. Urge un Frente Nacional donde quepan todos los hombres de buena voluntad, que en todo caso son de voluntad nacional”. La resultante fue Unión Nacional: “En un intento de salvar a España: los del No unidos”, proclamaba otra portada. Era la primera campaña que asumía realmente la revista: “Elige hombres de honor, no perjuros: vota Unión Nacional”. La revista apoyó la idea de Piñar de convertir Unión Nacional en una coalición estable después de haber conseguido casi cuatrocientos mil votos y un diputado por Madrid. No hubo respuesta y Fuerza Nueva como partido se decidió por la vía de la estrategia autónoma, algo que si hubiera hecho en 1977 quizás la historia se hubiera escrito de otra forma. La llegada de Piñar al Parlamento supuso abrir una nueva sección dedicada a la actividad parlamentaria cuyas crónicas realizaba Luis Fernández-Villamea.

Entre exclusivas y silencios.

A pesar de todo la revista buscó siempre evitar convertirse en un boletín de partido. En sus páginas, desde antes de la muerte de Franco se pueden encontrar las noticias silenciadas, las fotografías que otros medios no publicaban. Por un lado, y son interesantes, las crónicas y fotografías de las actividades de la oposición al franquismo en el tramo final del régimen. Por otro, los ataques a quienes representaban la opción nacional hábilmente escamoteados al público. Los periodistas de Fuerza Nueva estuvieron al lado de los militantes ante las cargas policiales y los botes de humo. Si no fuera por las fotografías de la revista no quedarían testimonios tan increíbles como los de la policía cargando en Elche cuando se inauguraba una sede con la presencia de Blas Piñar, que entonces era diputado; de los tiros aberzales en Anoeta, con la policía refugiada entre los árboles; de los entierros realizados con nocturnidad de las víctimas del terrorismo; de las manifestaciones en apoyo de las víctimas; de los atentados a las sedes de Fuerza Nueva o a las propiedades de sus militantes destacados; de los apuñalados en Córdoba por una manifestación del Día de Andalucía; del chico con un tiro en el brazo en Vallecas…

En Fuerza Nueva aparecía lo que nadie quería que apareciera. Se publicó por vez primera una carta de José Antonio, escrita en la prisión de Alicante a su tío Antón. Mayor importancia tuvo el rescate de las palabras pronunciadas por José Antonio en el Congreso Internacional de Montreux que se creían perdidas. Pero la más trascendente ha sido sin duda la publicación en portada del documento en el que Camilo José Cela se ofrecía para formar parte del “Cuerpo de Investigación y Vigilancia”  por “poder prestar datos sobre personas y conductas”. No menor importancia tiene un reportaje en el que se ponía al descubierto la existencia de una mina en la que habían sido arrojados decenas de asesinados por los republicanos durante la Guerra Civil.

También la revista incorporó en aquellos años la publicación de largos reportajes en capítulos. Quedan para la historia el realizado por Luis Fernández-Villamea sobre la figura de Manuel Gutiérrez Mellado transformado después en libro; los de Pedro Rodrigo sobre Cataluña; informes como los de la Iglesia ante la Constitución o el que el propio Piñar publicó sobre el cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Fuerza Nueva también va a prestar singular importancia a los temas históricos lo que se reforzó con la llegada al equipo de la revista de quien firma estas líneas, publicando series dedicadas a la Transición o el Terrorismo así como  una de las grandes aportaciones de la revista: los fascículos coleccionables que sobre la División Azul publicó Fuerza Nueva con motivo del 50 aniversario de la creación de esta unidad combatiente.

Hasta la fecha

La disolución primero de Fuerza Nueva y después del Frente Nacional marcaron una nueva etapa para una revista que sigue sobreviviendo hoy con una “economía de guerra” asumida desde los años noventa. Siendo imposible mantenerla en los quioscos se transformó en una publicación para suscriptores que de semanario pasó a una periodicidad de tres semanas con algún número intermedio. Al reducirse la fiebre de actos públicos la revista disponía de mayor espacio para otros temas. Mantuvo, como era tradicional, su análisis de política internacional llevado hasta su muerte por Gómez-Tello y luego por Arturo de Sienes. Piñar centró sus artículos en temas doctrinales. La revisión de la actualidad política fue realizada, también hasta su fallecimiento, por Ángel Ruíz Ayúcar. Félix Martialay se ocupó de la crítica cinematográfica. Luis Fernández-Villamea ha dado rienda suelta a su prosa crítica y ácida con sus Piedras de Toque. La revista ha seguido manteniendo su vocación de denuncia de lo que los demás callan y su oposición al discurso políticamente correcto. Al mismo tiempo ha dedicado gran espacio a la publicación de artículos sobre historia centrados en la II República, la Guerra Civil, el régimen de Franco y la Transición. Ha procurado recoger la actividad de los grupos nacionales y ha seguido manteniendo que la única alternativa pasa por la unión de todos los grupos nacionales (especialmente en los noventa con la difusión de la idea de hacer posible una “alternativa nacional”). A lo largo de las páginas de Fuerza Nueva también es posible seguir la persecución a la memoria de Franco y su régimen, la destrucción de lápidas y monumentos, antes de que se alumbrara la mal llamada “ley de la memoria histórica” a la que en la actualidad se enfrenta la revista. Esta coherencia le ha permitido mantenerse hasta hoy como la única publicación existente en este sector ideológico.

ANSÓN, entre el plumero de la desmemoria y la obsesión anti-Franco, o cuando manipular se hace vicio.

De vez en cuando, aunque con plomiza insistencia, Luis María Anson, ese alabado periodista egregio, se acuerda de que le toca exaltar a su añorado Juan III, que ni fue rey -por más que se empeñe en presentarlo casi como rey en el exilio- ni por tanto fue III. Suele hacerlo preñando la historia de olvidos y verdades a medias, que son, en las más de las ocasiones, las mayores falsedades; olvidos que conducen a mitologías y falsificaciones. Y Anson es el último mitólogo de la Monarquía actual y el único que cree en el mito de don Juan.

Leo con retraso de un par de días una de sus «canela fina» cuyo augusto título es «Juan III, Juan Carlos I, Felipe VI», publicado en las vísperas del aniversario de la Victoria nacional -como el corrector automático me corrige para utilizar la mayúscula inicial así lo dejo- en la guerra civil. Vuelve Anson a lo de siempre, meterse con su odiado Franco, «EL DICTADOR», así, escrito con mayúscula superlativa no se nos vaya a olvidar, para ensalzar a un don Juan que defendía una «monarquía de todos». Entiendo que democrática, aunque él utilice la más ajustada definición de «parlamentaria» -la monarquía no es una institución en sí misma democrática, no es electiva sino hereditaria y eso es para la mayoría, menos para los monárquicos, poco democrático-. ¡Claro que eso de que don Juan defendía una monarquía como la danesa o la sueca desde siempre es mucho decir! Digamos que durante mucho tiempo solo fue demócrata liberal a ratos y que durante no pocos años fue más antiliberal que otra cosa, pero ese vicio, el de ser antiliberal, también lo tenía el joven Anson partidario de don Juan, aunque se le haya olvidado o lo considere un pecado de juventud (¡Entonces eran tantos los monárquicos aquejados del mismo pecado!).

Nos dice Anson -dejo a un lado las tonterías sobre la «envidia» que le tenía Franco, a don Juan no a él, por sus viajes a lo largo y ancho de este mundo (viajes particulares en barco) y por sus relaciones con los dirigentes de la época (aquí debería explicar cuáles y de qué tipo, más allá de las reuniones de las testas con corona donde, por cierto, eran simplemente los Barcelona), como si Francisco Franco no las tuviera o no le hubieran venido a ver a su palacio personalidades de su tiempo (¡Haga memoria don Luis María!)- que el objetivo de la Monarquía de don Juan era «devolver al pueblo español la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil». Y por la coda final del artículo me parece que anda entusiasmado por la aplicación antifranquista de la Ley de la Manipulación Histórica, siempre, eso sí, que solo se meta con Franco. No quisiera tenerle que recordar a Anson que ya puestos la Monarquía podía haber incluido, en su heroica lucha contra Franco -modo irónico claro-, el devolverle al pueblo español toda su soberanía, incluyendo votar si quería o no monarquía, porque si los secuestradores fueron el Ejército triunfante en la «guerra incivil» tendríamos que admitir que la expresión de esa soberanía era la II República y por tanto la actual monarquía tendría otra muesca más de ilegitimidad. También Anson, que se lamenta de la «guerra incivil», tendría que explicar cómo esa Monarquía, encabezada por Alfonso XIII y don Juan, con el concurso de la inmensa mayoría de los monárquicos, conspiraron desde el primer minuto para derribar la II República con el recurso al golpe militar que llevaría a una «guerra incivil», o Anson cree que los republicanos y socialistas de entonces se hubieran conformado. ¡Ah, ese don Juan¡, príncipe de los monárquicos antiliberales que le saludaban brazo en alto en Roma el día de su boda (¿fotos pérdidas don Luis María?); príncipe dispuesto a apartar a su padre por el bien de la Corona y al que el padre mandó de viaje de bodas un año para que no cayera en la tentación.

¡Ay, don Luis María!, que sin la «guerra incivil» y sin Franco la monarquía no existiría en España, tendríamos una república y Juan III, Juan Carlos I y Felipe VI hubieran andado o andarían como los Saboya o los Grecia, o tantos otros, dando lustre de título a algún Consejo o emparentados con alguna gran fortuna internacional. Y no se meta con las «monarquías árabes» diciendo que ese era el modelo de Franco -no el de Franco era el mismo que el de los monárquicos antiliberales como lo fueron don Juan y usted mismo-, entre otras razones porque algunas de ellas (Marruecos, Jordania , Arabia Saudí…) han sido y son muy amigas de Juan Carlos I y Felipe VI.

No voy a trazar aquí un memorándum de las declaraciones públicas de don Juan, o mejor dicho de las declaraciones que le escribían a don Juan. Sería una antología del cambio de opinión según el signo de los tiempos y la capacidad de predicción, nula por otra parte, de sus consejeros. Lo declararon casi falangista, y con reiteración tradicionalista y antiliberal, asegurando que de demócrata liberal ni un pelo. Se puso morado a felicitar por los avances y las victorias del Ejército de Franco en la «guerra incivil»; estuvo dispuesto a venir a combatir con los nacionales -media familia Borbón lo hizo- y se libró de morir a bordo del Baleares porque Franco era monárquico y no aceptó su ofrecimiento -Franco lo era, por más que Anson se empeñe a la hora de fabular a la contra-; sus conspiradores, los amanuenses de sus cartas y declaraciones, quisieron que fuera rey con los nazis para sustituir a Franco, rey con los rojos al finalizar la IIGM y creer que echarían a Franco, estuvieron dispuestos a aplaudir una invasión aliada y se callaron cuando con el cerco internacional se sometía al hambre a los españoles -eso es lo que Franco nunca le perdonó a don Juan-; le quisieron hacer rey del Movimiento, verdadero representante de los ideales del 18 de julio… que Franco le hiciera rey y Franco siguiera con todos los honores y, también, que fuera rey democrático, pero ya entrados los sesenta y especialmente cuando su hijo aceptó ser el rey de Franco. Y mientras don Juan andaba con esas cuitas fue Franco quien realizó una maniobra política única cuando las monarquías desaparecían del mapa: volver a poner un rey en la Jefatura del Estado. Y lo hizo en contra de la opinión de no pocos de los suyos y de la propia opinión pública, consiguiendo hacer de Juan Carlos y Sofía los Príncipes de una generación.

La obsesión de Anson con sus hábiles e inexactos escritos es blindar históricamente la Monarquía. Entre otras razones porque sabe leer lo que está sucediendo, porque sabe que la Ley de la Memoria Histórica no tiene solo como objetivo quitar las estatuas de Franco -quedarán cuatro o cinco en toda España-, ni las placas de las calles que llevan retirándose treinta años, sino que va a tirar por elevación y que su objetivo final será el último vestigio del franquismo: la monarquía volando la historia mítica de la Transición. Por eso Anson quiere borrar huellas; por eso cifra la legitimidad de la actual Monarquía en la transmisión de un derecho inexistente, porque don Juan nunca fue rey en exilio, ni fue nunca reconocido internacionalmente como tal, el único reconocimiento lo tenía el régimen de Franco; y la cifra también en la Transición realizada por Juan Carlos I (es de sonrisa eso de que don Juan se atrajo a toda la oposición, porque esa oposición apostaba por una República y lo único que veía en don Juan era un instrumento, un compañero de viaje o un tonto útil según se prefiera). Por eso también tiene que cambiar la historia de la Transición, readecuarla al signo de los tiempos. Por eso, sin solución de continuidad, habla de «pasar de una dictadura de 40 años personificada en el caudillo amigo de Hitler y Mussolini a una democracia pluralista plena»., como si en medio nada hubiera pasado. Un momento: ¿Pluralismo pleno? Pero si hemos leído al mismo Anson defender el modelo bipartidista recomendando utilizar la ley electoral para evitar el molesto pluralismo resultante de las últimas elecciones.

Pero volvamos a la argumentación. ¡Cambiar la Transición¡ Don Luis María vuelve a las trampas: Franco el amigo de Hitler y Mussolini, y en el mismo grado lo sería de Eisenhower, Nixon, De Gaulle, Faisal, Hussein… pero esto se le olvida. No, la Transición no fue solo obra de don Juan Carlos «que tenía la fuerza del Ejército» -Anson se olvida que esa fuerza no era por mérito propio sino porque era el heredero de Franco (a don Juan lo hubieran mandado otra vez a Estoril en el primer tren)- o de Tarancón, o de Marcelino Camacho o de «Felipe González que tenía la fuerza de los votos»…. (?) O quizás sea que quiere recordar a Felipe VI la necesidad de vincular la Monarquía, para su pervivencia momentánea, al socialismo como hiciera su padre.

Se le olvida a Anson -en realidad lo oculta- que la Transición fue posible realmente por la colaboración de los franquistas que consideraron que el régimen desaparecía con Franco y procedía su cambio; por el voto sí, pero de los franquistas; por los votos del franquismo sociológico que eran los que nutrían AP -el origen del PP fundada por la tira de ministros de Franco- y la UCD -que contó con el aparato mediático del franquismo, con los hombres del Movimiento en pueblos y provincias-, que sumados eran mayoría, una mayoría que la nefasta acción de gobierno de Suárez hundió. A ese proceso/proyecto abierto por el rey y los franquistas -la inmensa mayoría de ellos-, apoyado por la opinión pública que constituía el franquismo sociológico porque lo realizaba el heredero de Franco y los hombres y estructuras del Movimiento, se sumó primero el PSOE de Felipe González y después el PCE de Santiago Carrillo. Pero este nombre y el de Adolfo Suárez es borrado de la historia por Anson, porque el ilustre periodista necesita borrar a los franquistas de esa Transición y concederle el protagonismo absoluto a su rey y a los socialistas para que la Memoria Histórica no siga tirando del hilo.

Queda la coda final. Esa comparación que hace Anson entre el monumento por suscripción popular a don Juan que perdura mientras se quitan los erigidos a Franco como imagen de una justicia histórica. ¡Qué metáfora tan brillante para un maestro de la pluma! Bueno, recordemos que no pocos de ellos, los de Franco, también lo fueron por suscripción popular, alguno inaugurado después de la muerte de Franco; que cuando Franco murió se abrieron numerosas suscripciones populares para poner monumentos (el gobierno decidió que no era conveniente y el dinero ni se sabe a dónde fue a parar) y que ha hecho falta una ley totalitaria para retirarlos (en más de una ocasión con oposición popular y con intervención policial represora). Pero que no se apure don Luis María, probablemente es solo cuestión de tiempo que le llegue también el turno de la demolición a su monumento histórico favorito, porque de momento ya hemos visto cómo se retiran los retratos de Felipe VI de centros oficiales y se empiezan a quitar los nombres regios otorgados a construcciones y calles y yo no he visto aún a los fervorosos monárquicos salir a la calle en su defensiva.

¿DE VERDAD SON CUARENTA AÑOS SIN FRANCO?

La otra cara de los cuarenta años después de Franco.

¡España, 40 años sin Franco! Esa era la idea primigenia de este artículo adaptándonos a lo pedido, pero como prólogo, después de ver las portadas dela finos de los periódicos o a artículos referidos al cuarenta aniversario de la muerte de Franco, ahora que ya no es el «anterior Jefe del Estado», de asomarme a la idea del diario El Mundo de vestir a un señor mayor, con cierto parecido, de Francisco Franco y pasearlo por Madrid y, sobre todo, con la memoria personal viva, como escritor y comentarista, de gran parte de estas cuatro décadas, casi me tendría que preguntar: ¿De verdad son 40 años sin Franco?

A veces el comentarista, el escritor, el lector atento de nuestra realidad, tiene la impresión de que muchos, especialmente los antifranquistas retrospectivos, todavía no han digerido -pensar que lo ignoran sería un exceso- que Francisco Franco falleció en una cama de la Seguridad Social -creada para los trabajadores por él mismo- hace cuarenta años. Raro es el día que su nombre no sale a colación en tertulias, artículos, debates y hasta forma parte de las campañas políticas como si aún formara parte de nuestra realidad -ahí está el no debate sobre la falsaria «memoria histórica» de la actual-. Más allá del recurso al insulto, porque al final Franco es presentado como el arquetipo de la derecha reaccionaria que vive en el PP y hasta como peligroso socialdemócrata o socialista -así lo definió la señora Aguirre-, algún psicólogo debería plantearse estudiar lo que podríamos denominar el “complejo ante el franquismo”.
En este ambiente, no sin curiosidad, hemos visto en la España de los recortes en los derechos laborales como no pocos han difundido por ahí listas con los beneficios sociales instaurados durante el régimen de Franco, para sonrojo de los que aplican a los mismos la tijera (Marcelino Camacho llegó a decir que con el Estatuto de los Trabajadores, allá por los inicios de la Transición, los trabajadores habían perdido muchos de los derechos logrados en el franquismo). O, ya puestos, en el colmo de los dislates, afirmar que el deseo de muchísimos españoles de tener una vivienda propia es una herencia del pensamiento fascista y retrógrado del franquismo, porque lo moderno y lo social es vivir de alquiler. Por no mencionar, cuando alguien ante el drama de los desahucios a las familias lo ha recordado, que estaba prohibido que se embargara la vivienda familiar. O que en esta España actual las colas ante los comedores sociales -la mayoría por cierto vinculados a la Iglesia Católica- son una realidad al igual que las chabolas, cuando el régimen franquista los redujo hasta su casi inexistencia.
Hasta hace relativamente poco era suficiente con recordar que España accedió a la democracia para acallar cualquier voz crítica ante la realidad social, para ocultar los errores y para, llegado el caso, convertir lo negativo en positivo. Como si la Transición, que hace mucho tiempo que se cerró, y los sucesivos gobiernos que han estado en el poder desde 1977, no tuvieran nada negativo, nada censurable o nada oscuro que recordar y todo fuera bonito y de color de rosa. Hasta la inmaculada figura, tejida a través de la propaganda oficial y oficiosa, del sucesor a título de rey de Francisco Franco, Juan Carlos I, ha dejado de gozar del consensuado aprecio público (lo que le llevó a la abdicación), siendo ampliamente cuestionada, no siéndolo más por el manto de silencio y autocensura con el que se ha acabado cubriendo su vida como regio jubilado; blindado aún por sus silencios y por el escudo de haber sido el artífice del régimen constitucional nacido en un diciembre de 1978. Sería imposible en este breve artículo con sentido de ensayo, con la necesaria precisión en la argumentación, con los datos en la mano, recorrer estos cuarenta años dejando constancia, con la profesionalidad del notario, de todo aquello que queda en la trastienda de estos cuatro décadas, pero sí al menos podemos dar unas breves pinceladas que queden como testimonio.

Más separatismo, más independentismo.
Resulta tentador, dada la situación en la que como nación nos ha acabado colocando el desarrollo del sistema engendrado por la Constitución de 1978, fundamentado en el catastrófico título VIII, responsable final de que hoy nos encontremos ante un proceso secesionista abierto en Cataluña de cuyas consecuencias seremos víctimas todos los españoles, volver la vista atrás para recorrer lo acontecido desde un 20 de noviembre de 1975.

Nadie va a negar que en 1975 existieran nacionalistas e independentistas y terroristas que aunaban el marxismo, el nacionalismo y el independentismo. Los había entre las oligarquías políticas burguesas en Cataluña y en el País Vasco, los había en sectores de la izquierda radical y no tradicional que andaban influidos por el marxismo revolucionario sesentero, pero no tenían el aparente amplio respaldo popular que hoy tienen. Ahí están las encuestas de opinión. El independentismo que nos ha puesto de cara ante un proceso de ruptura de la nación española era sociológicamente muy reducido en 1975 y en los primeros años de la Transición. No es producto de ningún movimiento pendular en respuesta al centralismo del régimen de Franco. ¡No! Ha sido creado artificialmente, hinchado, desde arriba, merced a la decisión suicida de los gobiernos socialistas y populares de entregar a los nacionalistas los mecanismos de propaganda, control y educación, pero también los financieros con los que ha creado una importante red clientelar corrupta, con ellos y desde el poder se ha creado la masa independentista que hoy no se puede negar que exista. Es la renuncia política al mantenimiento y difusión de la idea y el concepto de España de todos los gobiernos desde 1977 la que ha permitido que aparezca esa base social independentista que es producto del régimen de 1978.

Afortunadamente el terrorismo, tras décadas de sangre, ha dejado de actuar en España. Esperemos que para siempre. Pero no está de más recordar que en 1975 las organizaciones terroristas estaban prácticamente desarticuladas y que revivieron merced a los errores de la Transición. Una Transición y un régimen al que entonces molestaban los muertos y los enterraba en silencio, aunque ya al filo del siglo XXI cambiara el tercio para recordarlos como víctimas al tiempo que, finalmente, se plantea hoy, abiertamente, una especie de “punto y final” que permita a los terroristas no cumplir íntegras sus condenas y dejar sin resolver unos doscientos asesinatos cada vez más molestos para el poder.

La factura.
¡Cuánto hemos cambiado los españoles! ¡Ya somos modernos y disfrutamos de una situación de riqueza sin par en nuestra historia! Claman una y otra vez a derecha e izquierda del arco político-mediático. Cierto, el progreso es inherente al paso de los años salvo catástrofe; se han modernizado infraestructuras, pero también despilfarrado el dinero en obras tan megalómanas como inútiles (aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, autopistas sin terminar, pabellones para no se sabe qué cosas…) y tenemos más coches, más carreteras, más aviones, más teléfonos… que en 1975. Pero eso no es más que una percepción vital. Lógica, pero percepción.
En 1975 la mayoría de los televisores no eran en color y hoy lo son, no había teléfonos móviles y hoy tocamos a dos o tres por cabeza, solo habían dos cadenas de televisión y hoy tenemos para dar y regalar (anotemos que la cantidad no es sinónimo de calidad). Y ya puestos a recordar, si, como nos contaban los antifranquistas retrospectivos de finales de los setenta, hasta con el apoyo de algún hoy ilustre profesor universitario, don Francisco esclerotizaba a la oposición y acababa con las protestas y las manifestaciones poniendo un partido de fútbol a la semana y alguna corrida de toros -lo que dejaba en muy mal lugar a los opositores al franquismo y su conciencia y entrega a la causa-, ahora tenemos fútbol todos los días de la semana (a veces más de un partido) con lo que deduzco que la necesidad de anestesiar al personal debe ser mayor hoy que entonces.

Eso sí, una cosa son las percepciones y otra las realidades. Lo cierto es que desde el punto de vista económico la Transición, con una pésima gestión económica, supuso un atraso, una ruptura con los ritmos de crecimiento y modernización de los años sesenta y principios de los setenta. Aunque los errores comenzaron a acumularse allá por 1974, cuando los reformistas del franquismo comenzaron a mirar hacia el día después y preferían no entrar en el tema económico por su posible coste político, atrasando la necesidad de iniciar los ajustes y cambios que el modelo industrial y la distribución del PIB español demandaban tras quince años de crecimiento continuo ante la nueva realidad económica que se iba dibujando y el tiempo de cambio en los sectores industriales que se estaba produciendo. Los datos son los datos y lo que mide el índice económico de un país es la comparativa. España fue en los años sesenta y principios de los setenta la octava potencia industrial y hoy andamos situados sobre el puesto 12. Visto así es un retroceso, aunque, para ser ecuánimes, debemos subrayar que la incorporación de otras economías que no contaban en aquellos años nos situaría en una situación casi equivalente. Lo que no se puede negar es que se desaprovechó el tiempo y eso provocó un retroceso en el avance hacia la convergencia con los países de la UE, de tal modo que el punto en el que estábamos situados al morir Francisco Franco no lo recuperamos hasta los años de José María Aznar, es decir a finales de los noventa.
Tampoco podemos prescindir en el recorrido de otros elementos a mi juicio importantes. El cambio socioeconómico español que arranca a mediados de los cincuenta, con sus crecimientos y con todos los errores que se quieran señalar, implicó una transformación sin igual en nuestra historia, pues condujo al país de las estructuras propias de las sociedades atrasadas a las sociedades modernizadas. La desaparición del proletariado, de los millones de jornaleros sin tierra sumidos en la pobreza y en la falta de horizontes, la aparición de un nuevo tipo de obrero industrial que cada vez se alejaba más de la idea clásica del proletariado y de una clase media en constante crecimiento, junto con el acceso a la educación, a la sanidad… fueron obra de las políticas del régimen de Franco -lo que naturalmente no gusta a los antifranquistas-. El caminar hacia un PIB moderno, con un importante sector industrial, con la reducción del sector primario (más de 25 puntos entre 1950 y 1975) y el desarrollo paralelo del sector servicios nos colocó en una situación óptima para entrar en el club de las potencias industriales y aguantar los embates de la deslocalización. De haber continuado en esa senda, hoy estaríamos situados en una realidad muy distinta a la actual, con un sector industrial que debería estar sobre el 30% asegurándonos la estabilidad laboral con empleos realmente recurrentes. Pero se prefirió otra vía. Los gobiernos, ya no de la Transición sino los posteriores a 1982, escogieron otra camino, el de aceptar que el sector industrial español debía desaparecer por falta de competitividad, en vez de hacerlo más competitivo. Era la imposición externa que se cierra con la entrada claudicante en la Comunidad Económica Europea en su prehistoria y en el camino hacia el Euro después. Ello supuso, como alternativa a la aceptada destrucción de una parte del sector industrial, unas transferencias en el PIB del sector secundario al terciario que dio origen a una administración mastodóntica que ha lastrado y lastra el desarrollo económico (ahí está el origen de la hiperinflación del funcionariado o, básicamente, del personal contratado debido a la puesta en pie de ese agujero negro que es el Estado de las Autonomías). Se aceptó el papel de economía de servicios y no industrial a cambio de las subvenciones estructurales y de la venta del patrimonio acumulado para cubrir la deuda generada por la deficiente gestión económica hasta mediados de los noventa. Esa decisión nos condenó como nación a tener que vivir con un paro estructural elevado, con un paro que se dispara hacia niveles de más del 20% cuando la economía se tambalea. El resultado es una economía con importantes deficiencias estructurales y una abultada deuda que lastra cíclicamente el incremento real del nivel de vida entre los españoles, quebrando así algo tan básico en la idea de progreso como es conseguir que los hijos vivan mejor que los padres (mejora que por cierto fue una constante en el franquismo). No es necesario recordar que hoy se tiene la conciencia de que por primera vez los hijos vivirán peor que sus padres.

Las tendencias y los comportamientos.
Teóricamente primero, con muchísimas dificultades a la hora de hacerlo realidad por la situación y también por la resistencia de las estructuras oligárquicas, y en la praxis después, el régimen de Franco sí dejo una serie de pautas de comportamiento entre los españoles.

Clave de lo anterior es, por ejemplo, el cambio revolucionario en las mentalidades que nos lleva de casi aceptar una situación social basada en la desigualdad extrema imperante en la mayor parte de la sociedad en los años treinta a la asunción del concepto de igualdad como elemento positivo, hoy ampliamente cuestionado de forma directa o indirecta por todo el arco político que va desde el centro a la derecha, son excluir algunos de los sectores de eso que se llama la ultraderecha.

Ese cambio revolucionario de mentalidad impulsó el camino hacia el igualitarismo real, hacia la reducción progresiva de las desigualdades sociales con la expansión al compás de la educación y la sanidad, de la redistribución social de la riqueza. Esto es una constante en el discurso programático de Franco que se acentúa, conforme se hace posibilidad, a partir de los años cincuenta. Desde mediados de los noventa lo que se está produciendo en España es lo contrario: el incremento constante de la desigualdad social. Ahí están las estadísticas de la pobreza o de la caída de los niveles salariales que acrecientan la desigualdad invirtiendo la tendencia. El modelo educativo del franquismo, que consigue a finales de los sesenta que todos los niños en edad escolar puedan incorporarse a la escuela, que reduce constantemente los niveles de analfabetismo y que diseña un modelo educativo (Ley de 1970) acorde con el cambio que se está produciendo en el país, es el que permitirá el acceso masivo de los jóvenes al Bachillerato y a la Universidad, en un continuo crecimiento que llega hasta la Transición y que crea eso que se llamó la generación JASP (Joven Aunque Sobradamente Preparado). En la actualidad ese modelo, en vez de continuar expandiéndose, ha quebrado y nos encontramos con un sistema que deja en el camino a porcentajes elevadísimos de estudiantes y que ha creado eso que se llaman los ni-nis. Básicamente por dos razones: por un lado, la Educación se ha transformado en una pieza de transformación ideológica de la sociedad -la ingeniería social de la izquierda-; y por otro, porque los valores educativos del esfuerzo y de su consideración como elemento para la creación de futuro se han subvertido.

La sociedad deconstruida.
Lo que más distante resulta cuando nos situamos ante los dos polos de estos cuarenta años son los componentes morales de la sociedad. El régimen de Franco se caracterizó por su catolicismo y por la recatolización de la sociedad -lo que hoy es presentado como un paradigma negativo-. El actual régimen se caracteriza por la descatolización de la sociedad. Hoy el catolicismo no pasa de ser en la vida pública un referente cultural sin ningún peso moral, sin ningún tipo de influencia real; es más, para muchos, aún siendo católicos de bautismo, práctica o de adscripción a alguna «asociación», constituye un lastre. La sociedad española, en líneas generales, a través de la ingeniería social, no es que se haya secularizado sino que se ha hecho laica y, por ello, comienza a ser no neutral sino refractaria e incluso contraria al hecho religioso católico (hasta tal punto que favorece el multiculturalismo religioso, básicamente al Islam, como arma para debilitar el catolicismo). El nihilismo, el hedonismo y el consumismo han sustituido a todo lo demás y a ello se subordinan los comportamientos sociales. Frente a ello florece un falso discurso sobre la falta de valores, pues se trata de palabras huecas, de valores sin contenido.

El franquismo mantuvo un modelo social basado en la familia cristiana y en ello fue radical, lo que ahora es presentado como negativo. Hoy ese modelo se considera periclitado. La familia cristiana es solo un modelo familiar y no el más importante para los gobernantes. La aprobación del divorcio en España abrió el cambio. Hoy tenemos varios modelos de familia, incluyendo los homosexuales, que tienen igual consideración y los mismos derechos, cuando no se aplica lo que se viene a denominar la “discriminación positiva”. Si las políticas natalistas, las ayudas a la natalidad, caracterizaron al régimen de Franco, estos cuarenta años han estado marcados por las políticas antinatalistas directas o indirectas, lo que nos ha conducido a una crisis demográfica y al envejecimiento progresivo de la población. El culmen ha sido la legalización del aborto, con unas cifras reconocidas de abortos en España que se aproximan a los dos millones de víctimas en lo que muchos no dudan en calificar como un holocausto moderno.

La deconstrucción de la sociedad ha traído otros aspectos negativos tales como el incremento de la denominada violencia de género, los altos índices de delincuencia y el aumento de los delitos de especial gravedad. Pero también la amargura o la desazón que lleva a la aparición de los hombres sin atributos. En esta sociedad deconstruida el enemigo parece seguir siendo el catolicismo y sus valores de ahí ese laicismo radical que hoy es una realidad y que quiere borrar tradiciones y vestigios. Ese que prohíbe Belenes, símbolos religiosos en cementerios o tanatorios y que aspira a poner fin a las procesiones de Semana Santa.

Punto y seguido.
Sería prolijo y muy largo tratar de reflejar en unos pocos párrafos todos esos errores o diferencias entre la España de 1975 y la España de 2015. Hay cosas que no es necesario ni explicar porque están presentes cada vez que abrimos un periódico o escuchamos una tertulia. Todo un libro se podría escribir sobre la etiología de la corrupción. Hasta Paul Preston, notorio antifranquista profesional, ha tenido que reconocer, pese a la insistencia machacona durante décadas en sentido contrario, que la corrupción actual, que es o ha sido -aunque esto último esté por ver- sistémica, es mucho mayor, sin parangón posible, en el actual sistema político y que en esta la izquierda tiene las manos manchadas. Pero no es menos cierto que hasta hace muy poco esto ha importado muy poco a los españoles.

Naturalmente, alguien podría objetar que todo lo dicho está muy bien, pero que en el fondo en 1975 había una dictadura y hoy tenemos una democracia, aunque con muchos defectos, hasta tal punto que ha provocado más que el desencanto la desafección. Y ante ello sobran los argumentos.

Ahora bien, lo que difícilmente alguien podría pasar por alto es que a la altura del final de 2015 bien pudiera ser que la gran resultante de estos cuarenta años transcurridos no fuera otra que el fin de España como nación y de la igualdad entre los españoles, perdiendo estos en el camino no pocos derechos sociales y a casi dos millones de españoles a los que se negó con la ley en la mano la posibilidad de haber podido llegar a ser eso, españoles.

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