No es que uno haya sido protagonista de la historia, ni de acontecimientos trascendentales, todo lo más alguna pequeña nota colateral, pero algunos hechos si he tenido la fortuna de vivir en primera línea y, en ocasiones, merece dejar en algún lugar escritos los hechos por lo que pudieran tener de interés.

Andan no pocos, propios ajenos, interrogándose, un tanto sorprendidos, sobre la inexistencia en España de un poderoso partido populista, de extremaderecha, nacional, patriota… y un largo rosario de definiciones que han ido cambiando con el tiempo. Hubo un tiempo en que existió esa posibilidad, en los años de la Transición, nucleada en torno a un hombre brillantísimo, como lo ha calificado hace unos días -rectificando su anterior apreciación-, Blas Piñar, y un partido, Fuerza Nueva. Un movimiento fundado hace 50 años del que aún pervive la editorial que le dio vida y la revista del mismo título. Reflexionar sobre su historia podría ayudar a contestar esa pregunta que tantos se hacen por comparación a lo que en el mundo político acontece en Europa.

No vamos a entrar en profundidad en ello porque excedería los límites de un artículo, pero hace unos días reflexionaba sobre las conmemoraciones del 20N que de algún modo han sido el termómetro del apoyo popular a una opción de esas características. Algo que yo he vivido en primera persona al lado de ese hombre eminente, de Blas Piñar.

En 1976, con poca organización, tras alguna que otra presión para que no se realizará ejercida desde el poder -todavía nominalmente franquista-, por vez primera tras la muerte de Francisco Franco, decenas de miles de españoles acudían a la Plaza de Oriente y por ello casi se muere allí mismo la manifestación de un ataque de éxito. Al año siguiente se vino a decir: mejor no. Y no pocos decidieron que mejor así. Entonces Fuerza Nueva decidió asumir la convocatoria y bajo una lluvia torrencial decenas de miles de españoles volvieron a acudir a la Plaza. Así pues este año se han cumplido cuarenta años de conmemoraciones del 20 de Noviembre (dejemos a un lado las conmemoraciones oficiales, a las que Franco nunca faltó, por el asesinato de José Antonio que se iniciaron en 1938). Detengámonos un momento para reflexionar, como anotaba al principio, sobre este hecho singular y lo que han sido los actos de la Plaza de Oriente. Aunque sin obviar que estos actos conmemorativos se completan con Misas por el alma de Franco y José Antonio convocadas en muchos puntos de la geografía nacional pese a las dificultades a la hora de encontrar una Iglesia y un sacerdote con alguna que otra prohibición por parte del Obispo de turno.

En los años siguientes a 1977 la Confederación Nacional de Excombatientes asumió la convocatoria, siendo su obsesión que hablara en la Plaza de Oriente el máximo dirigente de Alianza Popular, el partido matriz del PP, Manuel Fraga; sin querer asumir que AP también había llegado para enterrar el franquismo y completar un trabajo iniciado cuando los procuradores, no pocos, vinculados al embrión de AP, votaron en las Cortes a favor de la Ley para la Reforma Política que ponía fin al régimen de Franco. La concentración del 20N fue el termómetro del descontento popular del franquismo sociológico con el nuevo régimen. Entre 1978 y 1981 la asistencia no hizo más que crecer abriéndose en los medios un especial interés a la hora de reducir una asistencia que desbordaba la Plaza de Oriente hacia las calles adyacentes. Más de 500.000 personas llegaron a concentrarse. La Plaza preocupaba al sistema porque su impacto sociológico obligaba a multiplicar por 4 el número de asistentes. De ahí la preocupación por anular la trascendencia política del acto y el interés de dejarlo circunscrito a la expresión de la «nostalgia».

Desde 1977 hasta hoy siempre han existido dos líneas de pensamiento con respecto a lo que debía a de ser el acto del 20N: una, la de la explosión de la nostalgia puramente contemplativa, del homenaje, de la defensa y reivindicación histórica de la memoria y la obra de Franco o José Antonio Primo de Rivera, esquivando así el proceloso río de la acción política, del encauzamiento del 20N hacía una vertebración política eficaz; otra, la contraria a la nostalgia. Entre los partidarios de la primera opción hubo de todo, hasta monárquicos juancarlistas, cuando la inmensa mayoría de los concentrados no mostraban excesivas simpatías hacia el sucesor de Franco (estupefactos nos quedamos en una ocasión cuando al acabar sonó un estentóreo «¡Viva el rey!»). Y no olvidemos, lo que explica no pocos acontecimientos vinculados a la fecha, que, como es notorio, Manuel Fraga, se reunía con algunos de los Excombatientes o con Raimundo Fernández Cuesta para convencerles de que apoyaran al «mal menor» y no siguieran a Blas Piñar. Entre ellos los que preferían que en la Plaza hablara Fraga en vez de Blas Piñar. Naturalmente, Fraga nunca habló en la Plaza porque asumía que los concentrados aplaudirían a Piñar y le votarían a él, mientras lanzaba contra Fuerza Nueva los vituperios del antiguo «pardo» y estrella refulgente de AP Jorge Vestringe -hoy podemita de pro tras ser formador o deformador de alguno de sus dirigentes en sus años de profesor universitario-.

La otra opción, el otro discurso, el que sentían emocionalmente los concentrados, era la encarnada por Blas Piñar: «nosotros -lo hemos repetido infinidad de veces-, no queremos regresar al pasado, pero no renegamos del pasado», apuntaba el líder de Fuerza Nueva. Para Blas Piñar era fundamental no caer en la tentación de «la contemplación del pasado como lección», de encerrarse en un discurso que conducía, especialmente a partir de la progresiva reducción de lo que se denominaron «fuerzas nacionales» y más recientemente «los patriotas», a transmitir la sensación de un «futuro como vacío irrellenable» que conducía directamente a la progresiva reducción a la nada no solo del 20N sino también de la opción política que pudieran encarnar los llamados por la prensa «hijos del 20N». Sin mensaje, sin futuro, el 20N quedaría reducido a una reunión de inasequibles. Y…

Blas Piñar ha dejado para la historia en sus varios volúmenes de memorias la trastienda política de los 20 de Noviembre que culminaron en aquel año que le quisieron expulsar de la tribuna mientras la gente coreaba aquello de «¡Si no habla Blas no venimos más!». Cosas de los monárquicos juancarlistas y propeperos que también había entre los Excombatientes con mando en plaza. Y el lector debe poner en relación los hechos con cuánto hemos dicho para analizar el devenir de la conmemoración.

Allá por 1980 debió de ser la primera vez en que estuve en esa concentración, antes no pudo ser por razón de edad. Desde entonces, si la memoria no me falla, he acudido siempre a la cita. Primero como militante de filas… de las filas de Fuerza Nueva, evidentemente (¡cómo no entresacar de la memoria aquellas manifestaciones por la Castellana!). Después, durante varios años, desde la tribuna, casi siempre al lado de Blas Piñar. Mi buen amigo el coronel Antonio Vallejo fue el responsable de que interviniera en calidad de orador a lo que se sumó Eduardo Toledano, cuando ya era presidente efectivo de la Confederación. El primer año, en la década de los noventa me quedé con el discurso en la mente. Aquel año Blas Piñar estaba, creo recordar, en un acto en Argentina. Ya en la tribuna Luis Valero Bermejo dijo que hablaba solo él y punto, con el habitual discurso fuera de este mundo. Ese fue mi estreno en la trastienda del 20N.

Durante una década estuve interviniendo en el acto de la Plaza de Oriente, casi siempre precediendo a Blas Piñar. No era fácil pronunciar un discurso cuando después hablaba Blas Piñar, el mejor orador desde la guerra civil, pero sin prepararlo, porque fueron no pocos los años estando a su lado, rara vez entrábamos en los mismos temas. Aún acudían a la Plaza miles de personas. Compartíamos la idea de que no se podía hacer un acto del pasado y que el homenaje no estaba reñido ni con la denuncia del tiempo político en que vivíamos ni con la propuesta. La Plaza de la Lealtad, así rebautizada por Blas, tenía que ser el punto de encuentro y de llamamiento. Unidad y futuro fueron los ejes de nuestros discursos. De mi propuesta de una Alternativa Nacional que solo podía asentarse, como apuntaba Blas Piñar, en la unidad. Y eso mientras que se hacía otra concentración del 20N que animaba a ponernos a bajar de un burro -aún guardo alguna antipropaganda- y que no tardaron en esfumarse tras tres o cuatro ediciones de concentración alternativa. Nosotros, sin embargo, seguíamos en la Plaza.

Guardo innumerables recuerdos de aquellos discursos. El siempre efusivo abrazo de Jesús Suevos, amigo de José Antonio, Vieja Guardia de la Falange, del doctor Teigell, de César Ibáñez, de tantos inasequibles al desaliento… del coronel Alemán, de Marisa, la permanente secretaria de los Excombatientes, de Luis Fernández-Villamea, de Félix Martialay y tantos otros. De tener que hacer crónicas del acto sin firma para La Nación y Fuerza Nueva, a veces moderadamente críticas, que era preciso leer entre líneas. De rehacer, en texto para la lectura, mis esquemas para que fuera publicado mi discurso; que a veces eran dos, porque después quedaba la tradicional comida de Fuerza Nueva en la que sigo interviniendo sin ningún tipo de reserva. Cierto es que ya no eran los años estelares de la convocatoria. No había cientos de miles de personas, pero sí varios miles. Aún estaba la Santa Misa en El Valle de los Caídos con asientos preferentes frente a la tumba de Franco. Conservo muchas fotos de ello. Y por debajo la esperanza de que aquello que aún conservaba un potencial político pudiera vertebrarse como opción. Evidentemente la historia se escribió de otra manera.

Aunque las fricciones se habían tamizado mucho continuó existiendo una trastienda que no trascendió al público, y sobre la que no es momento de entrar pero que guardo en mi memoria. En esto somos incorregibles. Después de aquellos años solo esporádicamente, en una ocasión creo, he vuelto a la tribuna de oradores. Nos dejó Blas Piñar y soy testigo de su decisión, pese a su enfermedad, de intervenir en el acto mientras le quedaran fuerzas desatendiendo los consejos médicos y los temores de su familia. En más de una ocasión me comentaban, el día antes, «mi padre no intervendrá», pero Blas ya tenía el discurso en el bolsillo. Y cuando ya no le era posible estar físicamente quedaba un mensaje escrito. Leer el último o uno de los últimos es lo que me llevó a volver a intervenir en el acto. Es curioso, pero, conforme no pocos desaparecían de la tribuna, Blas me comentaba: al final vamos a quedar Marisa, yo y tú para conmemorar el 20N. No ha sido así, pero la perseverancia y el mantenimiento del acto ha sido y es posible por esa razón.

De un modo u otro el recuerdo y la lección de Blas Piñar sigue flotando cada año en la Plaza de Oriente en la conmemoración del 20 de Noviembre. No en vano él fue el líder natural de los allí concentrados, como solía reflejar a prensa de la época. Hasta su última participación su discurso era el eje del acto, lo que animaba a no pocos a acudir a la Plaza de Oriente. El testimonio vivo e incólume de la lealtad.

Aún recuerdo aquel 20N cuando le ofrecieron a Santiago Carrillo, como regalo de cumpleaños, la retirada de la estatua ecuestre del Caudillo que estaba ante los Nuevos Ministerios. Entonces Blas decidió, tras la concentración en la Plaza de Oriente, con un puñado de hombres y mujeres, ir ante el pedestal vacío a realizar un pequeño homenaje. Pero hoy estamos en otro tiempo.

El 20N no debía de ser, no debe de ser, lo he dicho siempre, solo un acto contemplativo, puramente nostálgico, pero eso no quita el necesario recuerdo y homenaje a José Antonio y a Francisco Franco, porque sin eso el acto no sería nada y el acto no tendría razón de ser. Pero si a la vez no aporta un discurso propositivo, una convocatoria propositiva, capaz de derrumbar el muro del «futuro irrellenable», acabará desapareciendo, por más que haya que aplaudir el mérito y el esfuerzo de los organizadores, de los oradores, de los continuadores, porque el acto quedará reducido al reencuentro anual de los inasequibles que perseveran a la espera de un mañana cada vez más lejano. Y la Plaza sigue siendo, de alguna manera, aún, ese termómetro al que al principio me refería.