La estantería del historiador

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En torno al 8 de Marzo y un día para las heroínas de España

Como se diría ahora, atrévome a contraprogramar. Escribo al filo de las doce de la nochae del 7 de marzo de 2018. Lo hago cuando a poco que avance el segundero arrancará el denominado día de la mujer trabajadora, reconvertido para no pocos y pocas -uso conscientemente para remarcarlo la incorrección gramatical- en el día de la mujer feminista (las que no comparten su tesis o están alienadas o no son consideradas como tales al quedar excluidas de la nueva fe).

A estas horas no me apetece escribir sobre la fecha desde la disidencia, ni ser crítico con la malversación de los conceptos que nos anegan convertidos en verdad indiscutible, en el mantra del tramposo discurso feminista; ni emprenderla con la media verdad de las brechas salariales, los techos de cristal, la discriminación monetaria en función del puesto laboral que se ocupa (los hombres ocupan los mejores puestos y por eso cobran más reiteran) o la imposición del derecho de cuota que nos lleva a nuevas formas de discriminación o a situaciones absurdas. No tengo ganas de escribir sobre ello. Además, para qué.

Pero algo quería escribir, hacer en este día otro tipo de reivindicación. Casualmente ha caído en mis manos esta tarde una conferencia del general Gómez de Artache, pletórica de retórica, muy propia de la época, pronunciada en los albores del siglo XX sobre las mujeres en nuestra Guerra de la Independencia. No podía el hallazgo ser más oportuno. Ya entonces se hablaba de la injusticia del olvido de España para con sus héroes; de cómo los otrora héroes y heroínas nacionales, sobre todo las heroínas, yacían en el mausoleo del olvido. Los héroes, salvo los superhéroes del cómic, han pasado de moda según es la moda.

Ello y la fecha me motivan a trazar en estas líneas -lo hago aburrido ante el machaque de los tópicos previos a la jornad- una reivindicación de la memoria de aquellas mujeres heroicas que jalonan la Historia de España, hoy proscritas en los manuales al uso. Hago así de paso la propuesta, aunque pocos seguidores me parece que voy a tener, de hacer un 8 de marzo alternativo, casi subversivo: el día de las heroínas de España.

Larga seria la lista de las homenajeadas que debieran ser ejemplo de conducta y de amor a la Patria. Desde aquellas que murieron con sus familiares e hijos defendiendo Numancia, Astapa, Calahorra o Sagunto a las más próximas. Mujeres hispanas de contornos definidos en el siglo XIX, como recoge el general Gómez Artache de los historiadores de su tiempo: “pintan las antiguas historias a la mujer ibérica compañera fiel del hombre; celadora de la honestidad; en los rigores y los trabajos dura y esforzada; más engreida de sus virtudes que de sus joyas; temerosa de los dioses, y en el amor de la patria, heroica hasta la muerte”.

Una lista en la que estarían, por ejemplo, María Pita, Maria Pacheco la leona de Castilla o Catalina Erauso la monja Alférez. Un recorrido que nos llevaría a la sin nombre capitana de Badajoz que con su tropa asaltaba los correos franceses en la Guerra de la Independencia. Así pues, en este día y en esta tesitura, pensé: ¿por qué no dedicar estas líneas, precisamente un 8 de marzo, a esas mujeres que lucharon por su Dios, por su rey y por España en una guerra de liberación nacional contra las tropas de Napoleón? A esas que en la literatura francesa llamaban “las asesinas españolas” simbolizadas en un puñado de nombres. Mujeres como nuestro mito nacional, Agustina de Aragón, a la que lord Byron aludía sin nombrar.

Decenas de nombres, centenas de mujeres anónimas, sin registro, fueron las muchas Agustinas de Aragon que poblaron nuestra geografía. Aquella mujer, la artillera, catalana de origen, que tras abrir fuego en Zaragoza defendiendo la puerta del portillo, continuó luchando y se ponía un bigote para inspirar más terror al francés.

Mujeres que combatieron desde el primer minuto. Mujeres que empezaron la guerra, si nos atenemos a la historia de aquella anciana sin nombre que, el 2 de mayo de 1808, desesperada lanzó el grito de alerta cuando las fuerzas de Murat iban a sacar de palacio al infante Francisco: “¡Nos lo llevan!”. Y entre las mujeres que luchan, que municionan, que llevan agua, Clara del Rey que muere alcanzada por la metralla luchando con su marido y sus hijos en el parque de artillería de Manleón; o la historia de la bordadora de la calle San Andrés nº 18, Manuela Malasaña, asesinada por los franceses a los quince años.

Salpicaron estas mujeres toda la geografía hispana. Guerrilleras y espías, como María Gracia en las tierras de Ronda; como María Bellido, símbolo de las féminas del pueblo de Bailén que auxiliaba llevando agua en medio del combate a los soldados; como María Forfá, que ante la llamada cogió el arma de su marido enfermo y corrió a luchar contra los franceses diciendo, señalando el fusil, “cuando suena la alarma este es mi marido”. Mujeres anónimas de palo y cuchillo, que constituían unidades para atender a los heridos, atender a los enfermos, distribuir munición y agua, pero llegado el momento también iban a la lucha.

La Zaragoza sitiada que se hizo fuerte con el valor de María Agustín, la aguadora que toma el fusil diciéndole al soldado: “ponte tras de mí, bebe, que yo cuidaré”; como Celia Álvarez que en lo alto de su palo engarza una bayoneta para estar con los defensores; como Manuela Sancho y sus mujeres que llevan agua, alimento y munición, que participan en la defensa del convento de San José; como María Consolación Domitila “la bureta”, que organizó una unidad de mujeres para auxiliar a los soldados y que hizo de las calles que rodeaban su palacio un fortín en cuya defensa perdió la vida.

En Gerona, donde se formaron compañías para la lucha. Allí apareció la Compañía Santa Bárbara cuyas soldados recorrían las calles con un lazo encarnado como distintivo para auxiliar a los baluartes. Allí estuvo Lucía Jenoma, defendiendo con 30 mujeres el baluarte de San Pedro. En Gerona quedan los nombres de María Ángela Bivern y Ramira Nouvilos. Heroínas como María Lostal, Juliana Larena o María Artigas. Recordemos a las damas de Utrera y Sevilla cosiendo uniformes para los soldados de Bailén.

Heroínas por centenas, sin nombre pero con gestos esculpidos en leyenda. Cuentan que una mujer viuda tenía a sus dos hijos con la partida del célebre cura Merino. Le aguardaba por ello el patíbulo dejando una carta para sus hijos con su última voluntad: “Decid a mis hijos que no se pasen a los franceses; que defiendan la religión, y que si yo muero, espero en Dios morir como cristiana”.

Mujeres heroicas, como aquella de la que solo nos resta el apodo, la Fraila. Cuidaba una ermita en Valdepeñas mientras que su hijo luchaba en la partida de el Chaleco. Cayó abatido por los franceses. Las tropas de Napoleón ocupan su ermita. Ella coloca barriles de pólvora bajo el altar; aguarda la noche. Cierra las puertas y prende la mecha reduciendo a escombros el lugar estando ella en el interior.

Valdepeñas, donde Juana Galán, la galana, encabeza la resistencia de las mujeres que arrojan aceite hirviendo a los coraceros para después acabar con ellos con sus palos. La misma trampa que las mujeres preparan en el barrio malagueño de la Trinidad a los invasores… y así…

¡Llevan el puñal bajo la falda! Esa era la advertencia que corría entre los gabachos.

Así pues no está de más recordarlas, sin agotar la cita, este 8 de marzo porque ellas sí respondieron al grito de: “¡La Patria está en peligro! ¡Acudid a salvarla!”.

Franco y el Barça (política, fútbol y mitología separatista)

No es fácil disociar la política de fútbol o el fútbol de la política. Mucho más cuando vivimos en las circunstancias y noticias que nos agobian y que si no fuera por lo que es son espejo del vodevil, la astracanada, el surrealismo y la idiotez. En la política hay muchas mentiras, muchas verdades a medias y muchas ganas de cambiar, llegado el caso, la historia; en el fútbol también, por lo que no debieran sorprenderse mis lectores con el título.

Ahora que vivimos en medio de la gran mentira edificada por el nacionalismo/separatismo catalán -nacionalismo e independentismo son indisociables aunque muchos sigan en su particular mundo de las maravillas-, en medio del ajetreo de si este o el otro acabarán con su cuerpo en el banquillo -lo de dar con los huesos en la cárcel será otro cantar-, cabría ejemplificar con el futbol esa construcción mitológica, que ya poco tiene que ver con Wilfredo o con los Borreles, que alienta al separatismo. Esa mitología que ha cambiado el recurso a la historia de los nacionalistas decimonónicos por los agravios económicos encerrados en la falsaria y manida frasecita de “España nos roba” -lo podría poner en catalán pero no me apetece-.
Hace no poco el inefable Gerard Piqué, el chico de las lágrimas del 1 de Octubre -quizás estuvo partiendo cebolla poco antes-, pronunciaba o escribía una frase lapidaria que, a la vez, era muestra de su habitual falta de conocimientos: <<el Barça fue un bastión de resistencia contra el franquismo>>. Tontería supina que a buen seguro, en los próximos decenios de historietas separatistas, sustituirá a la leyenda de que Franco favorecía al Real Madrid para apoyar el centralismo frente al odioso separatismo que representaba el Barcelona. Sin embargo, es que el bastión de resistencia contra el franquismo mientras Franco estuvo vivo -después seguro que debió serlo- no parece que diera muchas muestras de ello a lo largo de 40 años. Sin retrotraernos mucho en el tiempo recordemos que el presidente, señor Agustín Montal, que hizo célebre aquella definición de raíz política de que el <<Barça era mes que un club>>, no dudó a la hora de condecorar a Franco en persona en la tardía fecha de febrero de 1974 con la medalla de oro del 75 aniversario (no sé si por la trastienda del fichaje de Johan Cruyff, vayan ustedes a saber). No contentos también condecoraron a José Utrera Molina que si al memoria no me falla debía de ser Secretario General del Movimiento. Nadie duda de que el Barcelona ha sido un ariete en manos del nacionalismo convergente primero y del separatismo sin máscara después, pero eso sucedió después de morirse don Francisco Franco.
Cualquiera que teclee en la red se va a encontrar con ese Barcelona al que “España, Franco y el Real Madrid robaba” en el que algunos creen a pies juntillas y con referencias al embrollo de Di Stéfano como supremo argumento. Pero si Cruyff le dejó una manita al hasta entonces pletórico Real Madrid de principios de los setenta, Franco hizo posible la supervivencia del Barcelona como <<algo más que un club>> en dos ocasiones con dos manitas. Lo que el Barcelona agradeció condecorándole en tres ocasiones. TRES.
Enumeremos: lo hizo en 1951 cuando el Barcelona ganó la Copa de Su Excelencia el Generalísimo y en el campo le impusieron la insignia de oro y brillantes. ¡Qué cosas! (Menos mal que el Barcelona no ganó la primera edición pues en la misma ponía aquello de Año Triunfal). En 1971 le dieron otra medalla de oro y en 1972 se inició la concesión de la del 75 aniversario, también de oro. Pero ya se sabe que en el Barcelona todo tiene solución y en 2016 el presidente Josep María Bartomeu decía que no le podían quitar los reconocimientos a Franco porque no existía acta oficial de tal concesión. Lo que no me extrañan haya enfadado mucho a los de la Memoria Histórica y hasta a Oriol Junqueras.
No es que yo afirme que en el Futbol-club Barcelona no hubiera antifranquistas en los años sesenta y setenta, tanto en el palco como en la grada. De hecho los había, pero de ahí a ser el bastión de la resistencia dista un mundo -aunque hoy vivamos en medio del ejemplo práctico del heroísmo separatista que somos incapaces de comprender-. Si yo fuera un amante de los tópicos y de la demagogia tendría que decir que es que en aquellos tiempos la “pela era la pela” y el “negoci era el negoci” y si hay que gritar “¡Franco, Franco, Franco!”, pues se grita. No me atrevería a tanto, pero…
Los hechos son los hechos y lo que nos dice la historia es que Franco salvó al Barcelona económicamente en dos ocasiones -cosa que no hizo con el Español que también pidió una recalificación- y que sin esa manita puede que la historia del Barcelona hubiera sido muy distinta. Eso sí, dejemos claro que los del <<bastión>> acudían al campo cuando iba Franco, con respetables llenos, y como quedan grabaciones podemos auditar el entusiasmo fervoroso con que el Jefe del Estado era recibido (claro que puede que el Movimiento comprara todas las entradas). Como la política es una cosa y el deporte otra, pues el Barcelona fue el equipo que más Copas de Su Excelencia el Generalísimo ganó (9 frente a 6 el Madrid); claro que Franco debía de amañar los partidos para que los del <<bastión>> se humillaran subiendo a recibir la copa entre un mar de aplausos y no sé si de banderas (el merchandise de la época era bastante pobretón y nadie había reparado en el negocio que representaba).
Nadie salvo su directiva tiene la culpa de que el Barcelona estuviera en dos ocasiones a punto de la bancarrota y Franco los salvara -de esto último sí que tiene alguna culpa la directiva-. La primera, la más sonora. Con el dominio futbolero del Barcelona en los años de Kubala (5 copas y 4 ligas) el campo de Las Corts se quedó pequeño (60.000 espectadores). En 1954 se inicia la construcción del Nou Camp que concluye en 1957 siendo inaugurado por el Ministro Secretario General del Movimiento -ya podían haber buscado a otro para reivindicar el bastión- José Solís y unas semanas más tarde Francisco Franco asiste a un partido en el nuevo estadio (ese mismo año había presidido la victoria del Barça en la Copa en la ciudad condal). El problemilla es que los presupuestos se habían ido de mano y el Barcelona tenía una deuda de 230 millones de pesetas de la época que conducían inexorablemente a la bancarrota. Solo les quedaba la política y los catalanes de Franco se movieron, pero no todos. El Barcelona optó por intentar vender Las Corts, que era terreno verde privado con malas condiciones para la edificación y necesitaba una recalificación que el Ayuntamiento inicialmente aceptó pero que fue recurrida. Y al final, a través de Torcuato Fernández Miranda, acabó el tema en la mesa del Consejo de Ministros celebrada en el Pazo de Meiras el 13 de agosto de 1965. Franco aprobó la recalificación y el Barça se libró de dejar de existir o de ser un club pobretón que en breve soñaría con fichar al mismísimo Pelé.
La crisis económica del Barcelona le apartó de su meteórica carrera triunfal de los años cincuenta, a la que había contribuido el gobierno con el afamado fichaje y nacionalización exprés de Kubala que el Madrid también pretendía (¡Qué lío! ¿Pero el Madrid no era el equipo del régimen y Bernabeu soldado de Franco?). El Barcelona volvió a meterse en líos económicos con la edificación del Palau Blaugrana y el Palacio de Hielo. Ahora se necesitaban 43 millones para salir del apuro que nuevamente fueron concedidos. Así que en 1971 Franco recibía la Medalla de Oro del Palau y le hacían presidente de ambas instalaciones. Lo que nunca sabremos es si Franco dio órdenes a los árbitros para que no echaran ni a Di Stéfano primero ni a Cruyff después. Es de alabar que el Barça fuera el <<bastión de resistencia contra el franquismo>> sin que el Caudillo se dedicara a perseguirlo, probablemente porque Franco era poco sectario (bueno algún idiota ha llegado a escribir que el Barcelona se la jugó a Franco fichando a Cruyff, y que el Caudillo ya no tenía poder suficiente para impedirlo como hizo en el caso de Di Stéfano, pero ya se sabe que para algunos hasta Carlos I se refugió en un monasterio catalán y no en Yuste).
Nota.- Lamento amargar a los anticapitalistas de hoy, pero seguro que podrían acusar a Franco de utilizar políticamente al Barcelona para hacer propaganda anticomunista con el fichaje de Kubala como anuncio de la decisión del régimen de apoyar a los que huían de los países comunistas (¿Cómo? ¡Que de los países comunistas no huía nadie!).

¿Se atreverá Mariano a resolver el problema?

A estas horas cerramos la edición de La Nación. En breve entra este número en imprenta sin que se pueda atisbar con seguridad lo que va a ocurrir, si es que cuando mi querido lector esté leyendo este artículo ha sucedido algo. A nadie creo que le haya sorprendido la no-respuesta de Puigdemont al gobierno. ¿Qué esperaban algunos? ¿Un gesto de “valentía” y un sacar pecho de Puigdemont afirmando que ha declarado la independencia pero que la tiene en suspenso? No, lo que ha dicho, por si acaba ante el juez, es que él suspendió la independencia para poder dialogar con el gobierno y que Mariano, que es malo malísimo, es el que no quiere: una trampa saducea en realidad y hasta ahí. No ha habido nada de valentía en el aquelarre independentista catalán, y sí mucho lloro por algunos golpes. Ha sido y es así porque todos son jugadores de ventaja que nadan y guardan la ropa.

Puigdemont y su mariachi siguen jugando con los resquicios de la ley, con los vericuetos jurídicos, para poder hacer eterna la podredumbre diciéndose: a ver si hay suerte y la necrosis se extiende. Puigdemont no es un héroe, ni un día de cárcel daría por la “patria catalana”; igual que la “patria” y la “independencia” le ha durado a algunos el tiempo que les ha empezado a afectar a sus negocios y sus bolsillos. Así que las marcas emblemáticas de Cataluña, La Caixa, el Sabadell, Planeta y hasta Codorniu están huyendo a plazos (alguna hasta lo ha visto como una bendición para sus balances futuros pues la antipatía que despertaban es un hecho). Otros, parte de ese empresariado catalán de toda la vida, andan llorando porque habían dado aire al independentismo, a la espera de que la cosa no llegara tan lejos y como de costumbre todo acabará engordando las cuentas a costa de los Presupuestos del Estado y hasta la próxima, como lleva sucediendo desde hace más de un siglo.

El heroico Puigdemont no ha querido contestar al gobierno en los términos que el gobierno esperaba, se lo han aconsejado sus asesores legales, esos que crispan a la CUP, y el capo en la sombra que no es otro que Arturo Mas. Entre otras razones ha sido así porque ello sería tanto como reconocer otro delito de los muchos que lleva impunes en su mochila (el gobierno le ofrece inmunidad a cambio de cesión, es lo que se lee entre líneas). En el fondo, Puigdemont cree o sabe que el gobierno no quiere aplicar ningún artículo de la Constitución y no quiere suspender la autonomía Cataluña, y se aprovecha. Llegados a este punto lo único que queda por señalar es que Mariano y Puigdemont se parecen, porque ambos tienen la misma estrategia: no aceptar el choque de trenes y esperar a que el otro ceda. Y a Mariano le gusta aguantar la partida, no tiene prisa, porque piensa que la tiene ganada y que cuanto más dure mejor; que Puigdemont capitulará y que él podrá sacar pecho por haber resuelto el problema sin daños colaterales. Puigdemont, Junqueras y demás independentistas de toda la vida -otra cosa es la CUP- juegan esperando que las detenciones colaterales les beneficien para poder seguir apoyándose en el subterfugio de que la represión contra el pueblo catalán sigue, lo que permitirá que con unas cuantas movilizaciones puedan mantener la tensión de los activistas pro independencia y al final no se atreva el gobierno a aplicar el 155 y acceda a negociar lo innegociable.

Lo había escrito unos días antes del lunes 16 de octubre: Puigdemont le iba a tomar el pelo a Mariano y Mariano se lo iba a dejar tomar porque tempoco está para muchos heroísmos. Y es lo que ha sucedido. Lo que muchos piensan es que al final cada uno toma el pelo a los suyos y todos a los pacientes españoles, especialemente a los que han estado saliendo a la calle en defensa de la unidad de España que son los que no entienden nada. Por ello, alguien se ocupa de que no nos demos cuenta. Para eso Puigdemont tiene su mariachi mediático con la colaboración inestimable de la Sexta (¿acaso Mariano solo ve la Sexta?). Mariano tiene a los suyos -en realidad me temo que solo tiene al incondicional Maruhenda-. Y en medio quedan esos que hacen editoriales sorprendentes que en el fondo solo transmiten la indignidad refugiada en la cobardía habitual, típica del buen burgués-conservador: todo menos la violencia (lo que se traduce en “el parlem” si Puigdemont se apea del burro y nos olvidamos de lo pasado y los delitos) porque les da miedo el 155.

Puigdemont le ha dado largas a Mariano con cierta chulería: “te doy unos mesecillos para negociar y si no declaró la independencia que no he declarado”. Mariano le ha dado tres días para que se arrepienta en ilógica correspondencia. Mientras, los presidentes de la ANC y Omnium, los Jordi, entran en prisión y Trapero y su segundo se quedan a las puertas, mientras corren rumores de Mozos de Escuadra dispuestos a luchar, asaltar cuarteles y defender a Puigdemont, de quién se dice que tiene guardaespaldas especiales. Así continúa el juego o la representación. Un sainete ante el que el gobierno sigue esperando sin decidirse a poner a los Mozos bajo sus órdenes para evitar, llegado el caso, males mayores.

Repito, el problema es que Mariano no quiere suspender ni intervenir la Comunidad Autónoma de Cataluña. No estaba en su hoja de ruta. Su juego estratégico era la presión indirecta para que, una vez fracasada la declaración, la DUI que algunos ya confunden con el DIU, Puigdemont disolviera el Parlamento y convocará elecciones, aunque fueran con faz plebiscitaria (a estas alturas no sé si la CUP se fiaría de Puigdemont dado el cariño que le están demostrando en internet -lo más suave que le llaman es traidor-). Pero pocos tienen en cuenta que más tarde o más temprano la CUP y parte de la Ezquerra van a presionar para que se suspenda la suspensión y se de paso a la república catalana lo que llevaría a la aplicación del artículo 155. Mariano y Soraya aguardan que esa presión final lleve a la convocatoria de elecciones y aquí paz y después gloria.

En esta coyuntura, y sin saber qué parte del sainete veremos el jueves 20 de octubre, quizás me tenga que comer estas líneas, lo más probable es que, con una nueva finta de Puigdemont y su equipo (quizás algún millonario mediático obsesionado con la república le haya dicho eso de “sé fuerte, Carles”), el jueves se abra un nuevo plazo mientras algún otro entra en prisión (ya le ha dicho su señoría a Trapero que no entra en prisión porque la acusación no es redonda, pero que se podrá seguir investigando y la cosa se pondrá a tiro cuando su señoría llegue al 1 de octubre); por aquello del polvo del camino que mancha las togas que nos explicaran hace unos años.

¿Detendrá Mariano a Puigdemont y lo pondrá a disposición judicial? Yo diría que no. ¿Utilizará el artículo 155 aunque sa a plazos? Me parece que tampoco -lo mismo lo ha hecho cuando estas líneas lleguen al lector y me hundo como analista de futuribles-.

El gobierno, si finalmanente lo hace, aplicará una hoja de ruta lo menos comprometida posible. Un gobierno de gestión en Cataluña para convocar elecciones, de tal modo que la suspensión sea prácticamente inoperante y los partidos, separatistas o no, se lancen a la campaña electoral en vez de a la protesta callejera porque saben que se la juegan. El problema es que esas elecciones tendrán un carácter plebiscitario y las sumas pueden dar un resultado que nos llevaría otra vez casi al punto de partida reforzando la idea de que se autorice un referéndum con garantías.

Tengo la impresión de que la encuestas que maneja el gobierno no solo no despejan la situación sino que la complican. Puede que Juntos por el Sí sufra un castigo electoral, pero no tan grande como se espera, si es que se juntan; que un difícil tripartito para hacer presidenta a Inés Arrimadas, con el apoyo del PSOE y del PP, que necesitaría alguna abstención, no se pueda sacar adelante; que estalle el efecto Colau y pudiera llegar a formarse una alianza con la CUP, los de IU y Ezquerra con alguna abstención… en definitiva que cualquier resultado, al final, creará inestabilidad.

Todo el mundo asume que el gran beneficiado políticamente del lío catalán será Albert Rivera, tanto en Cataluña como fuera de ella; que cuanto más tiempo se tarde en dar una salida al “conflicto” mayor será el crecimiento de su formación. Será la recompensa a su firmeza frente a la inacción de Mariano Rajoy y los costes de la misma que también serán exonómicos y nos afectarán a todos.

Dé o no de largas a la suspensión de la autonomía Mariano, el problema no está ahí sino en el qué hacer. Suspender la autonomía para convocar elecciones en dos meses no solucionará absolutamente nada. Se necesitarían más de seis meses de intervención para depurar de independentismo tantas y tantas cosas. Se necesitarían más de seis meses de intervención para reconducir el modelo educativo catalán de la inmersión y la propaganda. Se necesitarán más de seis meses para liberar las conciencias de la manipulación separatista. Se necesitarían más de seis meses para poner coto al control mediático que el separatismo ha creado… y, sobre todo, para difundir la idea de España que no se puede limitar a vincularla al vil metal, a si ganamos o perdemos en términos de Euros. Pero esto es mucho para Mariano.

(Esre arrículo fue enviado a imprenta el 17 de octubre de 2017)

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