La estantería del historiador

Categoría: División Azul Página 2 de 7

El último triunfo de la División Azul.

Hay quien afirma que no pocas guerras, después de concluir, se siguen librando en el papel y en la política durante muchos años; que en no pocas ocasiones la historia la escriben los vencedores y más tarde, en algunos casos, los vencidos tratan de cambiar esa historia en un absurdo intento de trastocar su suerte, lo que fue su periplo, en la memoria colectiva para desvirtuar la realidad.

No pocas derrotas, aunque no lleguen en el papel a transmutarse en victorias, pasado el tiempo, también se han transformado en muestra del orgullo patriótico que puede florecer hasta en las derrotas, revestidas, eso sí, del aroma de lo heroico. Ahí está, sin ir más lejos, la visión cambiante de la guerra del Vietnam operada desde la llegada a la presidencia de los EEUU de la administración Reagan, restituyendo el “orgullo” y el “patriotismo” americano duramente dañado  en aquel conflicto y reivindicando, de algún modo, a través de la mitificación, el papel de sus soldados en una guerra comúnmente condenada.

La División Azul constituye un caso singular, quizás único, pues fueron a la larga derrotados de facto sin serlo de hecho; participaron en una guerra perdida al lado de un ejército vencido, pero no compartieron la derrota. Sus combatientes volvieron a su país, a España, con sentimiento de victoria; fueron recibidos casi en su totalidad como héroes triunfantes. Todo ello a pesar de que participaran, aunque ya no estuvieran en el frente, en una derrota apocalíptica. Pese al aggiornamento con los vencedores occidentales y al triunfo de la URSS en la II Guerra Mundial, en España haber sido divisionario fue motivo de orgullo y admiración en los años de la guerra y durante décadas; ejemplo de idealistas para no pocos, orgullo del ejército español por sus muchos caídos y héroes tal y como testimonia un impresionante número de condecoraciones. Incluso tendríamos que asumir que la División Azul se proyectó más allá de su disolución en el invierno de 1943, al continuar estando presente en la sociedad española merced a las Hermandades de Excombatientes y al peso social que, a diversos niveles, alcanzó una parte significativa de sus integrantes (políticos, militares, profesores, magistrados, médicos, profesionales cualificados…). Aún fueron nuevamente héroes nacionales cuando en 1954 volvieron sus últimos soldados, tras resistir en el Gulag soviético durante más de una década continuando allí su lucha contra el comunismo.

La División Azul, no me cansaré de reiterarlo, fue una unidad del ejército español con una brillante hoja de servicios, que consiguió la última gran victoria de nuestro ejército (Krasny Bor, 10-2-1943), constituida por el Estado al efecto de contribuir a la lucha contra la dictadura totalitaria comunista y, subsidiariamente, en su periplo, como útil instrumento para contribuir a mantener a España fuera de la guerra al demostrar la potencialidad y la capacidad de resistencia de las fuerzas hispanas contribuyendo así a hacer veraz ese factor disuasorio. Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Durante cuarenta, cincuenta o sesenta años, mientras los divisionarios agotaban su vida, no hubo batalla de papel sobre su guerra, suscitando, incluso por parte de historiadores extranjeros (Proctor, Kleinfeld, Tambs…), una visión comprensiva con respecto a lo que fue su campaña en el frente ruso, acorde con lo que los propios divisionarios aún transmitían, estableciendo una diferencia entre su comportamiento en el frente y el puesto en práctica por las unidades alemanas consideradas como un todo. Lo que se recoge con irrebatible sinceridad en las ya casi dos centenas de memorias de voluntarios, publicadas o inéditas, que son comúnmente citadas y utilizadas en cualquier trabajo serio de investigación (en algunos casos es curioso que de tan importante material solo aparezcan citas a unas pocas y no siempre utilizadas correctamente).

Ha sido en las dos últimas décadas cuando lo que algunos autodenominan, al intentar revestir sus tesis con una patina de autoridad, como “historia académica” (Palacio Pilacés, Rodríguez Jiménez y sobre todo Núñez Xeijas), ha tratado de subvertir la realidad para tratar de contribuir a empañar la historia épica de unas decenas de miles de idealistas, a los que algunos podrán tachar de equivocados, pero no de deshonestos o indeseables. Y mucho más si tenemos en cuenta que, tras sucesivos anuncios sobre la visión definitiva del hecho, alguno de estos autores (Nuñez o Martínez Reverte) no han conseguido integrar a los divisionarios dentro de las tesis de la izquierda historiográfica alemana, alentadora de “memorias históricas” similares a las de acá. Esas que igualan a la Wehrmacht al nacionalsocialismo, convirtiéndola en un instrumento criminal, poblada de saqueadores y asesino, merecedor de condena global, que alcanzó su cohesión e identidad ideológica con los objetivos políticos de Hitler -la aniquilación de los subhumanos- en el Frente Oriental, donde luchó la División Azul (Bartov). En este marco, para ellos, la División Azul acabaría siendo coparticipe, si no por acción sí por omisión, de los crímenes y de la mentalidad criminal adquirida por el soldado alemánde en el frente ruso, entre otras razones por el proceso de nazificación que padecieron y aceptaron (Martínez y Núñez lo han intentado demostrar, buscando cómo aplicarlo a los soldados españoles, refugiándose en el carácter criminal de la guerra en el Este como único recurso, con un fracaso estrepitoso).

Aunque la versión carece de toda validez y quienes la enuncian deben ser encuadrados no en la “historia académica” sino en la “seudohistoria política”, pues tal y como ha puesto de manifiesto el primer especialista ruso en la ocupación alemana en el Frente de Leningrado (Kovalev), al sintetizar la presencia española allí como la del “ocupante bondadoso” y por tanto descalificando otras versiones (Núñez no ha conseguido demostrar que no es así pese a intentarlo con fruición), lo cierto es que la manipulación ha hecho fortuna. No en los ámbitos historiográficos, donde una larga lista de historiadores han rebatido, punto por punto, tal infundio (Caballero, Poyato, Negreira, Sagarra, Torres…), pese tener que enfrentarse en sus trabajos tanto al silencio como al viento favorable que el «guerracivilismo» y la «memoria histórica» da, a los autodenominados «académicos», una licencia para tener carta blanca a la hora de distorsionar la realidad. Ha hecho fortuna esa versión falaz entre tertulianos, políticos y periodistas, y desde ahí se ha trasladado a los habituales manifestantes callejeros, por no mencionar a las asociaciones y presuntos expertos de la «memoria histórica, que ejercen de chekistas antifascistas en muchos lugares de la geografía hispana.

Pese a que los divisionarios no ganaron la guerra, aunque la historia haya dado la razón a la razón de su lucha (el comunismo ha sido la ideología más mortífera de la historia de la humanidad con más de cien millones de asesinados a sus espaldas allá donde se instauró o intentó instaurarse), lo cierto es que la izquierda, moderada o radical, libra hoy una última batalla contra los divisionarios al grito de “nazis” y/o “criminales”, al objeto de conseguir una condena social y académica que disuada a la hora de contradecirlos a quien se lance a la búsqueda de la verdad.

Sin que nadie haya sido capaz de sustentarlo con un mínimo de decencia y coherencia, con una cierta altura intelectual, a través de la aplicación de la mal llamada “ley de memoria histórica” (solo el sectarismo o la ignorancia, o ambas cosas a la vez, puede explicar la argumentación utilizada por la izquierda madrileña en el poder al alegar que “caído” es un término que implica exaltación fascista -aunque Núñez comparta esta visión- y por ello deba de ser eliminada  la denominación de “caídos de la División Azul” del espacio público), la División Azul, una unidad del ejército español que dejó casi 5.000 caídos en el frente, ha sido condenada y proscrita (y eso que hace no pocos años el mismo PSOE que hoy lo impulsa le diera los máximos honores en la ofrenda a los caídos en el acto del desfile de las Fuerzas Armadas).

La División Azul, que prolonga su existencia a través de los divisionistas, cuando por ley de vida muy pocos divisionarios pueden defender su historia con su testimonio directo, es aún algo vivo porque hay quienes preservan y defienden su memoria con la palabra, el negro sobre blanco y el debate, aun cuando tengan problemas para conseguir hasta que se pueda ofrecer una Misa por los caídos, teniendo que llegar, incluso, a celebrarlas en la semiclandestinidad.

Pese a los intentos totalitarios y antidemocráticos de proscribir y someter la verdad a una “mentira oficial”, pese a la aplicación de la “memoria histórica” que borra su nombre del callejero, calles, plazas y nombres… de vez en cuando hay algo de justicia histórica, aunque sea transitoria, y por ello ha sabido a pequeño triunfo divisionario el que el Ayuntamiento de Alicante haya tenido que volver a colocar en el barrio José Antonio -nombre también proscrito- la placa arrebatada. Eso sí, entre las protestas de unas decenas de herederos ideológicos del comunismo al que ellos fueron a combatir y que aún hoy, pese a todo, pese al tiempo, se sienten derrotados por la División Azul. Y así lo han expresado.

Eso sí, mientras el Ayuntamiento de Alicante gasta el dinero de los ciudadanos cambiando placas y saltándose su propia ley, y tiene hasta un edil dedicado al tema, el barrio sufre todos los males posibles producto de una nefasta administración, encontrándose en recurrente y permanente proceso de degradación. No hay que asombrarse, esa es la forma de gobernar de los que se consideran herederos de aquel comunismo al que la División Azul quiso derrotar.

Ante tamaño desafío, ante tal contrariedad, un grupo de «valientes», a los que los bobos mediáticos aplauden, ha tenido el «heroico» gesto de tirar un bote de pintura contra la restituida placa que sigue homenajeando a la División Azul. Es solo la muestra de una rabia y una derrota aún no digerida.

LIBERTAD DE EXPRESIÓN, ¿Para qué?

No sé quién es peor, si el que intenta poner fin a tus derechos, busca pisotearte, o el que se calla, pese a que anda agitando el espantajo del comunismo, porque por un lado cree -ingenuo- que estas cosas nunca irá con él, nunca le pasarán a él, o porque así cree que él está a salvo y no es un peligroso antidemócrata como pudiera serlo el que suscribe -y quizás, si fuera necesario, se sumaría a tirar piedras-.

No soy ingenuo. La libertad de expresión no existe, existe la libertad a expresarte siempre que nadie te oiga. Eso es lo que hoy se entiende por libertad de expresión. Que conste que nadie va a apoyarnos -hablo en plural- ahora. Ya estamos acostumbrados. Decir la verdad es incómodo. Tener y demostrar que se tiene razón molesta. Nosotros no tenemos adversarios, tenemos enemigos. Así de claro, porque lo que ellos desean es nuestro exterminio, si no físico sí al menos moral. Cuentan con la neutralidad cobarde, meliflua, apocada, de quienes quieren ser puros y virginales, ser admitidos en la pandilla -no pueden ser más tontos-, gracias al silencio que equivale al dedo acusador del: «veis cómo somos buenos, esos son los fascistas».

No es la primera vez que soy «víctima» de la decisión de la izquierda -alguna vez también de la derecha- de decidir sobre qué se puede decir o qué no se puede decir. En Sevilla tuve que presentar un libro -¡presentar un libro!, tremendo acto fascista- en la calle, en Granada repartieron los colectivos de izquierda -más nombres que gente- pasquines denunciando que se presentara un libro en un barrio obrero y popular llamando a la movilización, en Almería nos cerraron el local municipal, en Alicante una concentración de la izquierda presta a visitarnos parada por la policía… Ahora ha sido en Oviedo -escribo en pasado cuando probablemente sea en presente-.

En Oviedo es ya casi un culebrón preñado de despropósitos lo que está aconteciendo. Un concejal que hace «decretos» para decir que no a la concesión de una sala pública, advirtiendo que las otras cuatro y hasta el local del restaurante está ocupado por actividades de la concejalía -a fecha de ayer no había ninguna-; una vicealcaldesa, que dice que no hay sitio para la presentación de un libro sobre la División Azul en un local municipal y que tendrán que cancelar el acto; advertencias de todo tipo al encontrar otro local que lo mismo ya nos ha sido retirado…

Los que prohíben, censuran e intentan que el acto -¡presentar un libro!- no se celebre son, eso sí, de PODEMOS, de una de sus marcas moradas, pero los que guardan silencio ante el atropello tampoco son inocentes. Ya les llegará el turno.

Vamos a presentar un libro, Soldados de hierro. Los voluntarios de la División Azul. El problema no es el autor. Dudo mucho que yo sea tan conocido. El problema es lo que sin leerlo saben que se dice en el libro. Si yo anotara que los divisionarios fueron criminales de guerra, que fueron a Rusia engañados por una cruel dictadura, por la pasta, porque estaban en la cárcel… obligados en los cuarteles, sin ningún ideal… a morir como perros para que sus jefes ganaran medallas y ascensos en una campaña sin ningún heroísmo, seguro que no tendría ningún problema y hasta la vicealcaldesa de la marca local de PODEMOS me hubiera estampado dos besos, subvencionado los gastos y hasta ejercido de introductora. Pero yo no puedo escribir o decir eso, como hace alguno de mis doctos colegas: primero, porque no lo creo; y segundo, como demuestro empíricamente en mi libro, producto de una seria y profunda investigación, porque no es verdad. Pero, ¿qué importa eso en la España de la memoria histórica de la izquierda? ¿Qué importa a los que se pasan el día blasonando de libertad y democratitis aguda?

Nada. Ellos tienen asumido que al enemigo ni agua. Que ni tan siquiera cien o doscientas personas deben oír otra versión. Censura, censura, censura… ese es su lema.

Pero es mucho más que eso, porque estas prohibiciones amparadas en coartadas de carcajada que ofenden a la inteligencia, constituyen la vulneración de un derecho reconocido e institucionalizan la censura e, incluso, de forma encubierta, al animar a luchar para que el acto no se realice, incurren en un delito de discriminación ideológica cuando no de amenazas.

Como en otras ocasiones yo voy a ir a Oviedo a defender mis derechos, pero también la verdad. Quienes siguiendo a sus maestros, desde Lenin a Stalin pasando por Castro, Maduro o Chavez, están en lo que siempre han estado -la cheka, la lubianka y el GULAG-, actúan como siempre lo han hecho. La libertad es solo un prejuicio burgués, decían sus clásicos. Ellos siguen al pie de la letra esa máxima. La que nos convierte en «enemigos del pueblo» y, por tanto, en sujetos sin derechos. Se colocan al lado de todo aquello contra lo que fueron a luchar los voluntarios de la División Azul. Es lógico que 75 años después quieran vengarse.

YO TUVE LA FORTUNA DE CONOCER A UN HÉROE SENCILLO

En la muerte de José Antonio Ramos.

Un correo electrónico en algunas ocasiones te deja sin palabras y hace que los recuerdos desfilen ante tus ojos. Nunca le agradeceré lo suficiente a Néstor que, en momentos de dolor, se haya acordado de mí. Gracias a él puedo dar el último adiós a uno de mis más valientes y admirables Soldados de Hierro, José Antonio Ramos, voluntario de la División Azul, herido muy grave en Krasny Bor, once años preso en los campos de concentración soviéticos, Vieja Guardia de la Falange, miembro de la Acción Católica; el hombre al que Garcia Rebull, en unas notas reservadas sobre el comportamiento de los soldados españoles cautivos, añadiría de su puño y letra la calificación de «muy bueno» que solo tuvieron unos pocos, porque el «pequeño Ramos» fue allá, donde más difícil lo era, un héroe a diario.

Hace muchos años, casi tres décadas, un viejo amigo ya fallecido, Alejandro, me dijo: quieres conocer a un valiente. No lo dudé. Unos días después me encontraba con José Antonio. Y allí con una grabadora de cinta de por medio -alguno de mis lectores ya ni sabrá a lo que me refiero- me fue desgranando su vida, narrándome una década de sufrimientos que habían quedado en su memoria. Todavía le dolían las heridas de Krasny Bor, cuando al caer prisionero, pese a saber y ver que los rusos remataban a los que no podían andar -un año antes los prisioneros eran directamente pasados por las armas-, quería poner fin al sufrimiento de una muere lenta, pero su teniente, Honorio, no le dejó, le ayudó a continuar arrastrándose, pero sin caer.

José Antonio era un hombre de tremenda fe. Me recordaba la persecución, la vida en la Murcia roja, su participación en la liberación de la ciudad antes de que entraran los nacionales. Aquel chico de la Acción Católica de Santa Eulalia nunca perdió la fe. Me confesaba que él nunca creyó que pudieran salir del cautiverio en los campos de concentración soviéticos, pero nunca perdió su fe, allí rezaba siempre. Para mí que Dios le dio fuerzas. El pelo se le quedó prematuramente blanco y los presos le llamaban «el profesor». En dos o tres ocasiones me relató el «favor» que le hizo un médico en el campo llegándole a diagnosticar tuberculosis. Lo hizo para intentar alargar su supervivencia y volvió a España creyendo que tenía una enfermedad que entonces se consideraba casi mortal. Poco después volvió a tener noticias de aquel doctor alemán que le explicó lo acontecido: «y yo en aquel hospitalillo, conviviendo con los esputos y utilizando las mismas cucharas. Lo que no sé es cómo no enfermé de verdad».

José Antonio fue de los primeros en alistarse. Algunos no creían que tuviera el valor para hacerlo. Le decían, dada su religiosidad, que «olía a cera». Pero el pequeño Ramos consiguió plaza y acabó en la 4ª Compañía del 263, era de los más jóvenes. Había recuperado sus estudios de peritaje y con su hoja de servicios tenía abiertas todas las puertas, pero…

A finales de marzo de 1943 ya estaba en el lugar de concentración para volver a España, habían dejado aquellos hombres sus equipos de invierno. El general Esteban Infantes ordenó retrasar la salida ante el inminente ataque soviético en Krasny Bor. La situación de la División Azul, situada en el punto de ruptura, era crítica. Dicen que se pidieron voluntarios entre los que iban a volver y Ramos volvió a su unidad sin botas de invierno. En la noche del diez de febrero su compañía avanzó, su capitán resultó mortalmente alcanzado. Al ver al pequeño Ramos el teniente Martín le ordenó que cogiera las botas del capitán: «yo no quería, pero Martín no cejó… aquellas botas irían conmigo». En aquel avance quedaron cercados formando en cuadro con las máquinas apuntando a los cuatro puntos cardinales hasta quedar sin munición.

Dura muy dura fue la vida en los campos, pero nunca percibí en su relato odio o resquemor. Incluso con aquellos otros españoles, alguno de su propia provincia que le tomó especial inquinia, desertores o antiguos republicanos, que fueron sus guardianes. En una ocasión le pregunté por aquellos hombres. Me dijo: «no quisiera yo…» Y desconecté la grabadora. Guardaba muchos secretos porque fue de los insobornables, hasta tal punto que Muñoz Grandes, una vez en España, le llamó en varias ocasiones, tenía que prestar declaración sobre el comportamiento de los oficiales. Me consta que fue sincero, que contó lo que había vivido aunque desmitificara a personas. Le ofrecieron puestos de confianza, que se quedara en Madrid… pero quería seguir en Murcia, volver a la vida, recuperar los años perdidos, formar una familia… pensó en retomar sus estudios pero se veía muy mayor por lo que en 1954 iniciaba su carrera profesional.

En varias ocasiones las lágrimas asomaban a sus ojos y teníamos que parar porque se hacía realidad todo lo sufrido. Me relataba el dolor de su madre primero cuando se dio por vencida y admitió la muerte -conservaba su esquela-, después la alegría de saber que estaba vivo. Guardo copia de unas fotografías, como la que ilustra este recuerdo, de su retorno: en Barcelona con su padre y su hermano. Fue un encuentro entre el padre y el hijo, conmovedor hasta tal punto que aparece en el reportaje realizado por NODO, Retorno a la patria, de la llegada del Semíramis. Una fotografía en la que su padre le coge la cara con las dos manos, con los rostros desencajados, fue premio periodístico. La última vez que le vi lamentaba haberla perdido. Yo le había localizado algunos documentos y le prometí encontrarla. Finalmente la conseguí pero no he podido entregársela. Tengo otra foto de aquella noche en Barcelona de los tres, el padre con sus dos hijos, y lo trascendente es que los rostros siguen desencajados: «mi padre me cogió la mano y no me la soltó hasta que llegamos a Murcia».

Retornó con sus compañeros como un héroe. Las Juventudes de la Acción Católica con su estandarte al frente fueron a recibirle en el límite de la provincia. A hombros entró en la Catedral y él, pese a su natural modestia, gritó a pleno pulmón: ¡Viva Cristo Rey! Y allí estaba su madre. También guardo varias fotografías, simiente para un nuevo libro, de aquel encuentro de la madre con el hijo. Había guardado como un tesoro sus cartas y sus postales.

En una ocasión le acompañaba una de sus nietas. Yo le comenté ¿sabes que tu abuelo fue un héroe? Y él, naturalmente, sonreía con su proverbial no fue para tanto. Deberían haberle dado la Medalla Militar Individual, pero… En mi última visita musitaba: «yo ya quiero descansar». Me admiraba su serenidad al decirlo como hombre de fe que sabe que la vida comienza después. Se ha ido rodeado de los suyos -como a todos nos gustaría marchar-, tranquilo y sereno, diciendo que iba a ver a sus padres.

Queda para su familia el ejemplo, su vida, su dedicación. Para mí, además del recuerdo, la gratitud por compartir retazos de su vida conmigo. Sus confesiones: en realidad los que resistimos siempre fuimos muy pocos; y me recitaba los apellidos como una letanía bien guardada para que yo no olvidará su testimonio.

El testimonio sin importancia de las heroicidades: como aquella huelga de hambre en el campo de concentración soviético mantenida durante días, con torturas para hacerles comer a la fuerza, en la que a pesar de llegar a la debilidad suma, cuando los rusos pusieron bidones con comida caliente a las puertas de la barraca se levantaba para ir a tirarlos al suelo. Testimonio de la desesperación de ver a quien en el hospitalillo llegó a cortarse las venas a mordiscos. Testimonio de un resistente que no se rindió el día que fue hecho prisionero. Testimonio a veces increíble de ir a trabajar cantando el Cara al Sol -«a los rusos les entusiasmaba hacernos cantar»- hasta que alguien explicó al jefe comunista qué era aquella canción -«nunca más supimos de él-.

José Antonio, allá donde estés, desde estas líneas, desde las páginas que las acojan, un lacónico ¡Presente!; cinco rosas y una oración. Eso es todo y es mucho. Eso sí, quedamos en el cielo para que me sigas contando cosas.

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