La estantería del historiador

Categoría: Memoria histórica Página 3 de 13

La Historia, la amnesia, la proscripción y la persecución. El caso de Juan de la Cierva.

Francisco Torres García.- El pasado jueves escuché al Consejero de Presidencia de Turismo y Deportes de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, el popular Marcos Ortuño, hablar, a cuenta de la decisión del gobierno de prohibir que el aeropuerto Juan de la Cierva continúe llevando el nombre de un insigne hombre de ciencia, pionero de la ingeniería aeronáutica e inventor del autogiro. Ello lo hacía el ejecutivo en virtud de la euforia censora que lleva aparejada la aplicación de la  «memoria histórica/democrática». 

Me ha sorprendido que Marcos Ortuño hable del sectarismo y del intento de la izquierda, a través de esa ley, de reescribir la historia. Básicamente porque si esa ley continua en pie es porque el Partido Popular no la derogó teniendo mayoría absoluta cuando Mariano Rajoy se había comprometido a ello. Sorprende la candidez, por ser suave en la expresión, del señor Marcos Ortuño cuando argumenta que la Ley de Memoria Histórica «no puede ser una herramienta para reescribir la historia al antojo de los socialistas». Tengo la impresión de que el señor Marcos Ortuño o no sabe de lo que habla o simplemente no se ha leído la ley. Ha prometido, eso sí, «luchar con todos los recursos» para que se mantenga el nombre. Tengo la impresión de que el nombre está sentenciado y que la línea de argumentación que se asoma va a ser contraproducente.

Don Juan de la Cierva se merece que el aeropuerto murciano lleve su nombre por los méritos contraídos con la investigación, la ciencia y la historia de la aviación española; poco más se puede decir, por ello se le honra. Y eso es lo que hay que mantener. 

Juan de la Cierva es un nombre digno, reputado, gloria de España, al que se honra en calles, plazas, centros de investigación, colegios, institutos… Y poco más hay que decir. Pero el gobierno ya tiene previsto que los nombres de brillantes intelectuales, esos que acompañan como apellido a los Premios Nacionales de Investigación, sean eliminados. Esta va a ser la gran contribución del ministro Pedro Duque a la historia de la ciencia española. Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón (es de suponer que recordarán que su hijo lucho como oficial con los nacionales y él mismo, desde su autoexilio, realizó una dura condena a la República del Frente Popular en 1937), Santiago Ramón y Cajal y Juan de la Cierva, entre otros, van a ir desapareciendo. Cabría pensar que al socialismo le molesta el homenaje a los científicos si estos no son socialistas.  

Craso error es tratar de esfumar la historia como coartada para hacerse perdonar. En esta línea no dejan de sorprender pronunciamientos como los del profesor Roberto Villa de la Universidad Rey Juan Carlos, argumentando obviedades del tipo «Juan de la Cierva nunca fue un fascista»  o que sus ideas estaban muy «cercanas a las de su padre, que era un monárquico». ¿Y? Igual que afirmar que no fue «franquista», porque murió en diciembre de 1936. Porque lo que a Juan de la Cierva no le van a perdonar es que estuviera entre quienes se enfrentaron a la España del Frente Popular.

Mal van si se empeñan en argumentar que vivió aislado de la guerra civil, refugiado en Londres, y que su papel se limitó, se ha escrito que hasta por razones de interés empresarial, a indicar qué tipo de avión podía alquilarse para un viaje. 

Mal van, porque a buen seguro que alguien va a recordar que el 1 de octubre de 1954, el «Día de la Exaltación del Caudillo», Franco le concedía a título póstumo el Condado de la Cierva (que me parece que en breve pasará a ser otro de los que Sánchez pretenderá retirar en aplicación de la memoria histórico/democrática; al tiempo); o que cuando las provincias elaboraron unos voluminosos informes, que en formato de libro contenían las necesidades estructurales para el desarrollo de la zona, que eran presentados a Franco en El Pardo por comisiones de políticos locales, en el de Murcia ya se señalaba la necesidad de un aeropuerto proponiéndose que se llamara Juan de la Cierva. 

Mal van si se empeñan en centrar su defensa en combatir el sectario informe del profesor Viñas (sectario por sus extrapolaciones interpretativas o por sus calificativos/descalifictivos y su afán por ver peligrosos fascistas por todas partes, no por gran parte de los hechos que narra) que anda empeñado en descubrir el Mediterráneo para ilustrarnos sobre una realidad conocida, pero muy incómoda hoy: que en 1936 no solo se sublevó una parte del ejército, sino que este contó con apoyos previos o inmediatos de las fuerzas políticas de derechas. No ya los «fascistas» oficiales, los falangistas o los carlistas, que no sé cómo los calificaría Viñas; sino de los monárquicos alfonsinos/juanistas y ahí cabría incluir a miembros de la familia de la Cierva. Pero también de la CEDA. Aunque Viñas acabará, en su anunciado próximo libro, haciéndose un lío léxico y dialéctico entre el golpe de estado, la conspiración civil, la trama monárquica… que en el fondo viene a dar la razón a Ricardo de la Cierva, sobrino de Juan de la Cierva, cuando anotaba que el 18 de julio acabó produciéndose en España un alzamiento cívico militar. El problema es que el PP condenó, si no recuerdo mal, ese hecho en sede parlamentaria al viento de la sumisión a la «superioridad moral» de la izquierda: de aquellos polvos se acaba en estos lodos.

Afirma el profesor Roberto Villa que todo lo que se ha escrito sobre la vinculación de Juan de la Cierva a la sublevación de 1936 y su posterior colaboración con los rebeldes, son conjeturas. Mal va, o más bien desconoce la historiografía desde la publicación de la Historia de la Cruzada Española en 1940 (una voluminosa y archicitada fuente para la historia de la guerra civil). Durante décadas ha habido coincidencia en dos hechos: primero, la colaboración de Juan de la Cierva en la compra del avión que llevaría a Franco desde Canarias a Marruecos para asumir el mando del Ejército de África; segundo, su actuación como agente de los nacionales en Europa. Otra cosa son las lógicas razones que le empujaron a abrazar esa causa, tanto ideológicas como coyunturales y familiares. 

Desde 1940, al menos, seguro que antes, la versión sobre la participación de Juan de la Cierva en la contratación del Dragon Rapide se ha reproducido sin que yo conozca que, hasta hoy, haya sido reputada como conjetura o limitada a un mero e inocente consejo.

El general Mola, a principios de junio, asumiendo que su proyecto inicial era inviable, que no contaba con los apoyos necesarios, varió su plan para un golpe de estado; pasó a ser necesario el traslado urgente de las tropas de África a la península para asegurar el éxito. Ello condujo a que lo que en principio era un papel secundario para estas tropas y para el propio Franco pasara a ser fundamental. Las tropas de África eran remisas a actuar en bloque si no las dirigía su leyenda, el general Franco. Para trasladar al general desde Canarias es Alfredo Kindelán quien se pone en contacto con Francisco Herrera, quien enlaza con Juan Ignacio Luca Tena, el dueño del ABC. Este llama a uno de sus hombres en Londres, el periodista Luis Bolín, para que contrate un avión capaz de realizar el vuelo. Los fondos para ello llegarían a la Banca Kleinwort. Bolín se pone al habla con Juan de la Cierva. Según Arrarás, en 1940, también periodista y con información directa recabada entre los protagonistas: «El señor La Cierva se comprometió en el acto a prestar la colaboración solicitada; sabía el fin a que se destinaba el avión, lo que el vuelo significaría para el Alzamiento que se proyectaba y, sin más se entregó con pasión patriótica a la tarea». Los hechos se desarrollaron entre el 5 y el 11 de julio de 1936. La Cierva se dirige al Director de la Compañía de Seguros de Aviación, quien le recomendó el contacto con la empresa Olley Air Service de Croydon. Esta le brinda un De Havilland DH.89 Dragon Rapide, dotado con dos potentes motores y con capacidad para 7 viajeros.

Salvo alguien que viviera alejado de toda información política, salvo alguien que no tuviera contactos con los círculos monárquicos, salvo alguien que no tuviera familia entre los dirigentes de Renovación Española, a estas alturas era imposible que no sospechara que un avión para una misión secreta y reservada, para volar de Canarias a Marruecos, solo podía tener un pasajero, Franco.

Con el avión y el piloto contratado estiman necesario camuflar el vuelo de viaje turístico, en ello va a colaborar otro personaje de los círculos londinenses que será partidario de los nacionales. Douglas Jerrold es quien se encargaría de buscar los pasajeros recurriendo al comandante Hugh Pollard. Y Luis Bolín y Juan de la Cierva se entrevistarán con él en Sussex para ultimar los detalles.

Para todo lo anterior no es necesario recurrir a Viñas, sino simplemente conocer lo publicado hace 80 años. 

¿Concluyó allí la actividad a favor de los rebeldes  por parte de Juan de la Cierva una vez que estimó que esa causa era la suya, como no podía ser de otro modo? No. Y tampoco hace falta recurrir a Viñas, aunque en sus investigaciones haya precisado algunas actuaciones a favor de los nacionales que no pueden despreciarse.

Dejemos al profesor Viñas y recurramos al prolífico historiador Ricardo de la Cierva, sobrino del inventor del autogiro. Nunca puso en duda la participación de su familiar al lado de los nacionales, asumiendo que su tío realizaba, según los textos de la época, «menesteres y embajadas sutiles» a favor de los rebeldes. Recordando que la documentación alemana indicaba que había sido «el principal agente secreto de Franco en Europa». No descartando que su muerte en un sospechoso accidente de aviación (de las 17 personas que iban en el avión sobrevivieron 5), en el que viajaba hacia Amberes, tuviera algo que ver con el hecho de que iba a entrevistarse con Wilhem Canaris. Por otra parte,  el Jefe del Estado Mayor de la Armada Nacional, Juan Cervera, en sus Memorias de Guerra, lo definirá como «nuestro gran agente».

Que actuó como «agente» para los sublevados y para Franco, que en octubre pasa a ser Jefe del Estado, es un hecho. Viñas, con la publicación de una carta de Juan de la Cierva, ha precisado que inicialmente trabajó para hacer llegar a Mola aviones de transporte y que estuvo en Italia para negociar el envío de aviones a los sublevados con intermediación de Alfonso XIII. A ello se añadiría su actuación posterior en Berlín, actuando en la adquisición de suministros (armas y munición). Ha señalado Viñas otra obviedad, que en Londres existía un importante lobby contrario a la República del Frente Popular, con notoria influencia de los monárquicos hispanos. Pero esto tampoco es algo desconocido. Basta con revisar la prensa, el Times y la campaña de cartas de personalidades a favor de Franco de diciembre de 1936.

Así, el 8 de diciembre de 1936, firmándola en la Cámara de los Comunes, varios diputados británicos encabezados por el general de división sir Alfred Knox, el capitán Alan Graham (exsecretario particular del lord canciller) y Víctor Raikes, presentan una carta ante las informaciones sobre los bombardeos nacionales sobre Madrid defendiendo a Franco: «nos consta que el general Franco es un militar caballeroso. Actúa no por ambición personal, sino por haber sido testigo de los ultrajes que sufría España bajo un Gobierno que se negaba a gobernar por puro servilismo a las izquierdas. Su movimiento solo precedió por  pocos días a la proyectada revolución roja, y ha hecho todo lo posible para salvar a los no combatientes, delimitando una extensa zona que se ha comprometido a no  bombardear». También a favor de los nacionales escribía, por ejemplo,  Francisco de Zulueta, catedrático de Derecho Civil en Oxford. Pero no solo en ese medio de comunicación, porque una parte importantísima de la opinión pública conservadora británica estaba con los mal llamados «franquistas».

Era lógico que en diciembre de 1936 se hiciera referencia de un modo críptico a las actividades secretas de Juan de la Cierva. Pero volvamos un poco atrás. Su hermano Ricardo de la Cierva y Codorníu había seguido la carrera política de su padre, siendo diputado conservador en 1920 y 1923 (también el inventor del autogiro llegó a ser diputado, pero abandonó la tentación política). Al constituirse Renovación Española, tras la proclamación de la República, entró en sus filas, siendo uno de los impulsores de la revista de pensamiento Acción Española, claramente posicionada contra la República desde su primer número (entre sus lectores figuraba Francisco Franco). Su familia había salido de España dirigiéndose a Francia, pero a él el estallido de la guerra le sorprende en Madrid. Es delatado y detenido, mientras su padre consigue esconderse de la muerte en la legación Noruega (si lo hubieran encontrado los frentepopulistas lo hubieran asesinado). Las autoridades noruegas obtienen promesas de que Ricardo no sufrirá daño alguno, pero pasará meses en la Cárcel Modelo para ser asesinado por los frentepopulistas en Paracuellos del Jarama. De lo que estaba sucediendo estaba puntualmente informado su hermano Juan, tal y como revelan los interesantes párrafos de una carta dirigida a Franco por su viuda Pilar de Hoces el 1 de octubre de 1952:

«Yo creo poder asegurarle, y quizás no lo desconozca V.E. que con el corazón traspasado, pero con legítimo orgullo, oí a las pocas horas de nacer mi hija póstuma de caridad en un hotel, que a mi cuñado Juan le habían pedido a Londres divisas en rescate de su hermano, y él en nombre suyo habíase negado a rescatarle así, y en el de su hermano conociendo no le hubiera perdonado tener su vida pagada a los enemigos de Dios y de la Patria. Sabe V.E. como este dio su vida en acto de servicio y como empleó aquellas divisas. Pero claro, ni a él ni a nadie pudo ocurrírsenos dejar pruebas de esto que solo se hizo en natural consecuencia de corresponder como español y cristiano, como se haría cien mil veces únicamente por estos santos amores a Dios y a la Patria».

Leyendo la carta no sería extraño conjeturar el conocimiento que de sus actividades tuvieran desde la zona republicana y el posible intento desde allí de evitar que siguiera operando, con las divisas que tenía a su disposición, a favor de la causa nacional, lo que nos llevaría a «conjeturar» que su muerte en diciembre de 1936 pudiera no ser un accidente (Viñas que es bueno fabricando conspiraciones mortales ya tiene argumento). El asesinato de su hermano no haría sino reafirmar su decisión de hacer cuanto fuera posible para que Franco ganara la guerra.

Es probable que en esta correspondencia, más amplia de lo citado, esté el origen de la decisión de Franco de crear el Condado de la Cierva en 1954 como reconocimiento tanto al inventor como al sacrificio familiar. Reproduzcamos, en este sentido, el testimonio de Santiago Hevia Gutiérrez del Castillo, cautivo en la modelo y capellán, que también acabó en la mesa de Franco:

«Certifico y declaro,

Que conocí y traté mucho a DON RICARDO DE LA CIERVA en los meses que estuvimos juntos en la Cárcel Modelo de Madrid de septiembre a noviembre de 1936; y me consta de ciencia cierta su patriotismo incondicional y entusiasta adhesión a nuestro Caudillo y su resolución de morir por defender nuestros ideales, manifestada varias veces en forma ostensible e inequívoca, negándose a prestar sus servicios a los rojos, por los que mereció el insigne honor de ser mártir por la Patria».

A nadie puede extrañar cuál era el alineamiento familiar (el objetivo de los monárquicos fue siempre derrocar la república mediante las urnas o mediante un pronunciamiento militar), sobre todo porque meses más tarde sería el propio Juan de la Cierva y Peñafiel, varias veces ministro con Alfonso XIII, figura clave en la política de esa época, con una salud delicada, soportando las privaciones y la falta de atención médica en su refugio en la embajada Noruega, quien fallecería. A ello debió de contribuir la muerte trágica de sus dos hijos. Según la amplia consideración de víctima que, para dar visos a cifras imposibles, se hace en la letra de la memoria histórica/democrática también este sería víctima de la represión del Frente Popular. Ello implicaría sumar en varios miles los muertos causados por esta represión.

Se ha escrito que Juan de la Cierva era el franquista que no conoció a Franco. No sabemos a ciencia cierta si lo llegó a conocer, pero evidentemente sabía quién era Franco. Ahora bien, quedan las hemerotecas. 

Al filo de su muerte escribía un interesante artículo su amigo de la infancia Tomás de Martín Barbadillo, vizconde de Casa González, en el que rememoraba el último encuentro de ambos en Salamanca, en el Cuartel General del Generalísimo, a finales de noviembre de 1936. No es difícil estimar qué hacía allí Juan de la Cierva. Al encontrarse Tomás le preguntó sobre sus actividades y este le contestó: «Mira, hasta que termine la guerra, no me hables del autogiro…» Y completa el recuerdo de sus últimos días del siguiente modo: «el hombre, finalmente, que dejó incontestada una carta del ministro del Aire de Inglaterra, por no hallar unos minutos que distraer a su formidable labor abrumadora, supo abandonar la obra de sus amores cuando la Patria en peligro le llamaba. Si en la paz glorificó el nombre de España ante el mundo, en la guerra la sirvió en altas misiones que  no puedo especificar hoy».

Y, después de lo escrito, me reitero: mal van si pretenden defender el merecimiento de que el aeropuerto murciano lleve el nombre de Juan de la Cierva, uno de los murcianos ilustres de la historia, amparándose en el uso del eufemismo conceptual o borrando parte de la historia. Se equivocarán. 

El problema no es la biografía de Juan de la Cierva. El problema es la ley de la memoria histórica/democrática que el PP no quiso derogar cuando pudo y ante la que, en su versión moderna, anda refugiado en la comodidad de la abstención. Y ahora se quejan porque no habían leído a Berthold Brecht.

Franco y su política medioambiental en los tiempos de la Cumbre del Clima

Tiene lugar en Madrid, en estos días, del 2 al 13 de diciembre, la 25 Cumbre del Clima para debatir y buscar respuestas ante las previsiones del denominado cambio climático, los efectos de la contaminación y otras cuestiones adyacentes que van a amparar, entre otras propuestas, la creación del llamado “banco verde”. Al que, naturalmente, habrá que dotar de fondos que repercutirán, sin duda, en el bolsillo de todos.

Coincide la Cumbre, por el año, con el 75 aniversario del fundamental Plan Nacional de Repoblación Forestal del primer gobierno de Francisco Franco. Coincidencia destacable cuando tanto se habla de la problemática de los procesos de desertificación que supongo no estarán ausentes en los debates de la Cumbre del Clima.

Resulta cuanto menos significativo que en 1938 Franco hiciera suyo un doble mensaje, el de la repoblación forestal y el de las obras hidráulicas; pasando a formar parte de lo que sería su programa político. Masas vegetales y agua son elementos clave en relación al clima.  Pero agua y espacios verdes eran asignaturas pendientes en España casi desde los atisbos de reforma enunciados en los gobiernos de Carlos III (ya se planteaban los problemas de aridez y de riego). No se ha subrayado suficientemente la cohesión y complementariedad de ambas políticas durante el régimen de Franco. Fueron casi simbióticas. Algo fácilmente perceptible cuando se comparan las gráficas de inversión en repoblación forestal y obras hidráulicas en la década de los cincuenta.

Franco era un hombre que amaba la naturaleza, que se sentía libre en ella. Retratar paisajes naturales era una de sus aficiones. Había vivido en los espacios abiertos durante la guerra de África y hasta la guerra civil otra de sus aficiones fueron las excursiones familiares. Es de sobra conocido que, en sus numerosos y habituales viajes, muchos de ellos para visitar la España interior e inaugurar escuelas, barrios, viviendas sociales, pantanos, presas, puentes, centrales eléctricas, hospitales…, llevaba una libretilla en la que anotaba las necesidades que observaba, especialmente las referidas a la repoblación forestal para eliminar la aridez y contribuir a la mejora de las zonas que veía. Notas que después utilizaba en los Consejos de Ministros para interesar al Ministro del ramo en el asunto. Más allá de la anécdota queda la obra realizada a resultas de aquellas notas.

Alguno, sin duda, habrá mostrado su sorpresa por el título de este artículo, afirmando la existencia de una política medioambiental en el régimen de Franco. Esta, a falta de estudios más específicos, estaría centrada, a mi juicio, en tres ámbitos: la repoblación forestal, el planteamiento hidrológico y sus vinculaciones energéticas, la protección y promoción de los espacios rurales.

Franco debía de conocer las acciones puntuales de repoblación forestal realizadas durante el reinado de Alfonso XIII; en los años veinte se habían hecho en su Galicia natal. También debía tener constancia de la Ley de octubre de 1935 (recordemos que entonces era Jefe del Alto Estado Mayor a las órdenes del Ministro de la Guerra) que creaba el Patrimonio Forestal del Estado. Cuando se subleva en Canarias anuncia que va a continuar con las políticas sociales y económicas que mejoren la vida de los españoles. 

El 21 de junio de 1938, mediante un decreto, se anuncia la elaboración de un Plan Nacional de Repoblación Forestal que sería aprobado en 1939. Como sería habitual, tanto en este aspecto como en el de la política hidráulica, confía su elaboración a los técnicos, a los ingenieros (Luis Ceballos y Joaquín Ximénez). El plan implica una transformación radical del paisaje español a realizar durante varias décadas. Lo que se iban a prefigurar eran unos “planes decenales” que preveían repoblar mediante inversión (no porque el bosque ganara espacio de forma casi natural como ha sucedido en las últimas dos décadas) y la acción directa 600.000 hectáreas en cada período. Esta política se mantendría, aunque en descenso en los últimos diez años, hasta 1984.

En el primer decenio no se cumplirían las expectativas debido a la mala situación económica consiguiendo reforestar 480.000 hectáreas. Sin embargo entre 1953 y 1966 se reforestan casi 1.6 millones de hectáreas, superándose en algunos años las 100.000. Tanto el I como el II Plan de Desarrollo continuarían con esta política. Así, entre 1967 y 1972, se sumarían casi 500.000 hectáreas. En total hasta 1984 se reforestarían, siguiendo esta línea política, más de 3.6 millones de hectáreas. Unos 3 millones hasta 1975. Una política que sería premiada y alabada internacionalmente.

Una labor realizada desde el Patrimonio Forestal del Estado, al que sucedería en 1971 el ICONA. Junto a este anotemos: instituciones creadas a tal efecto como el Servicio Especial de Semillas (1955), la promulgación de la legislación necesaria o la labor encomiable para participar en la repoblación forestal del Frente de Juventudes primero y de la OJE después. Todo ello implicó fuertes inversiones, especialmente en los años cincuenta, ya que en un 91% esta repoblación forestal directa fue obra del Estado. 

En esos años se creó una mentalidad propicia a la repoblación forestal y posteriormente al cuidado del medio ambiente. Una política que tuvo su complemento en la actuación del Instituto Nacional de Colonización (recordemos que se crearon 264 pueblos, construyéndose unas 30.000 viviendas en una arquitectura integrada en el paisaje con zonas verdes internas -parques- y externas en su corona) y en general de todo la obra de Colonización. Recordemos, por ejemplo, como muestra del impulso a esa mentalidad la creación de los Premios Forestales del Estado. Un Estado que también fijaba periódicamente zonas de especial interés para la repoblación como fueron los casos del Valle de los Caídos (1941), las zonas de embalses y pantanos o la de la Casa de Campo de Madrid.

Estamos ante una obra fruto de una decisión política que a la vez implicaba, cuando no era usual, una mentalidad propicia al cuidado del medio ambiente y a la lucha contra la desertificación (desde mediados de los cincuenta se prestó especial atención a la repoblación forestal en zonas de clima seco). La repoblación forestal se dirigió hacia los montes, las zonas próximas a los pueblos y las de carácter hidrológico vinculadas a las obras hidráulicas y a la fijación del suelo ante las avenidas. No solo eso, sino que al mismo tiempo se prodigaron las intervenciones para la consecución de la recuperación del suelo actuándose hasta 1975 sobre cerca de 1 millón de hectáreas.

¿Cuál es la consecuencia de esta expansión de las zonas verdes? Cualquier estudiante las podría recitar de memoria. Pero destaquemos: la recuperación ecológica, la creación de un gigantesco pulmón, la recuperación biológica de grandes espacios, la riqueza económica y, hoy diríamos, la lucha contra el llamado “cambio climático” y especialmente contra la desertificación. También la aparición de nuevos parques y espacios naturales.

Acompasada a esta política, como líneas paralelas, hay que decir lo mismo con respecto a la política hidráulica. También en esto Franco debía de conocer los planes y proyectos que estaban en el aire, todo lo tantas veces anunciado y casi nunca iniciado. Cuando acabó la guerra, el Generalísimo pidió toda la información acerca de la situación de estas obras encontrándose con la desagradable realidad de que solo había papel. Llevar a efecto lo proyectado, ampliarlo exponencialmente… era su proyecto. Fue decisión personal suya transformar la España seca y árida en España verde. Crear manchas verdes a partir de la transformación del secano en regadío con todo lo que ello significa.

Los datos están ahí y son de sobra conocidos. En total son obra de Franco, de la decisión política de Franco, la construcción de casi unas 600 presas y pantanos, ya que añadimos aquellas obras en ejecución pero que fueron inauguradas en los primeros años de la Transición; junto a ellas kilómetros y kilómetros de canales. Las cifras varían según los autores y el modo de contabilizar. Se suele hablar de que al acabar la guerra la capacidad de embalse española era de unos 2.300 millones de metros cúbicos, alcanzándose en 1975 los 24.000 millones. Otros indican que la cifra inicial sería de unos 4.000 millones, pero la final sería de unos 36.000 millones. ¿Qué supuso este incremento? Hasta 1975 la transformación en regadío de 1.4 millones de hectáreas (otros hablan de 1.1 millones), pero que debemos incrementar, debido a que las transformaciones derivadas de las obras realizadas y de las que se inauguraron tras la muerte de Franco, pero proyectadas e iniciadas por el régimen de Franco, no están contabilizadas.

No solo el regadío, que crea auténticas manchas verdes en España, fue la resultante de aquellas impresionantes obras de ingeniería. Es que esas obras permitieron que la producción hidroeléctrica pasara de 5.000 millones de kilovatios a 24.000 millones. Una energía limpia. Al mismo tiempo dio vida a una auténtica red de mares-lagos interiores (somos uno de los países con mayor número) que también contribuyen a luchar contra la desertificación y a generar recursos económicos en las zonas a través del turismo. Obras que permiten a los españoles beber agua todos los años, pese al descenso de las precipitaciones (según se afirma por efecto del calentamiento global y del consecuente “cambio climático”). Al igual que en el caso de la repoblación forestal, esta ingente masa de agua, recogida en lagos y mares artificiales (cabría hablar del mar de Extremadura), crea nuevos espacios de biodiversidad, hábitats para especies vegetales y animales que hoy forman parte de la red de espacios naturales protegidos.

No se cierra aquí la cuestión de la política medioambiental del Estado de las Leyes Fundamentales. Recordemos que la preocupación por el medio ambiente empieza a ser un tema importante a finales de los años sesenta abordándose en las Naciones Unidas (Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano), planteando la necesidad de que el tema medioambiental se integre en  el desarrollo socioeconómico. La España de Franco toma nota de ello y lo incluye dentro del proyecto de lo que será el III Plan de Desarrollo (1972-1975), creándose en 1971 el Comité Interministerial para el Acondicionamiento del Medio Ambiente, porque España no es ajena al hecho de que el crecimiento industrial, el desarrollo, ha traído cargas medioambientales a las que ahora, alcanzado el desarrollo, se  puede hacer frente. 

La política medioambiental de los gobiernos de Franco se orienta hacia dos espacios: primero, la lucha contra la “degradación progresiva” en zonas concretas (ríos del norte, las playas intensamente urbanizadas y las concentraciones industriales en las ciudades…); segundo, para la “revalorización del espacio rural y defensa de la naturaleza”.

Así se encarga la realización de un estudio para: diagnosticar los problemas en cada zona, señalar las cuestiones más acuciantes, “establecer directrices y medidas a adoptar ante los problemas prioritarios”, establecer los “instrumentos adecuados para poner en vigor estas medidas” y encargar a los organismos públicos el “control de las actuaciones”. Actuaciones que deberán ser radicales: “Las medidas que hayan de adoptarse para la corrección, protección o mejora del medio ambiente habrán de ser de diversos tipos: prohibiciones, restricciones, medidas, disuasorias, autorizaciones condicionadas, recomendaciones, normas obligatorias, directrices, acuerdos, consorcios y planes generales”. Entre otras medidas concretas se plantea para la lucha por la mejora del medio ambiente: la “desulfuración de los gases de fueloil y depuración de gases residuales que contienen anhídrido sulfuroso”, la “lucha contra la contaminación de las aguas” y el “control del ruido ambiental”.

Ahora bien, en cierto modo, el III Plan de Desarrollo también se propone enfrentarse a los procesos de abandono de actividades en el medio rural. Desde la guerra civil Franco había mostrado su interés por potenciar el turismo. A lo largo del régimen se va a desarrollar el interés por el turismo de interior o rural. Ahí está la promoción de los Paradores de Turismo o el programa de recuperación del patrimonio cultural y la restauración de edificios en no pocos pueblos. Pero también se plantea en el III Plan de Desarrollo, en lo referente  la defensa de la naturaleza, la “actuación para la protección y defensa de las zonas forestales y su utilización con fines recreativos”. En esta línea se afirma que merced a esta política: “el medio rural dejará, por tanto, de concebirse exclusivamente como lugar donde se desenvuelven las actividades agrarias, para constituir además, reservas y parques nacionales y otros lugares de esparcimiento, elementos primordiales en la moderna civilización del ocio”.

No está de más recordar todo esto cuando hoy se habla de los problemas climáticos y medioambientales, de la España vacía y de la desertificación.

La penúltima victoria de Francisco Franco

Amanece el que para no pocos iba a ser el día D+1 del anunciado como “el día histórico”. A diferencia del de 1975, por razón de trabajo, no pude seguir completa la retransmisión por televisión. En 1975 Franco conseguía su última gran victoria. Aquellas imágenes, junto con la de los días precedentes, que no pocos españoles han vuelto a ver en estos días, demostraban el inmenso calor popular con que Franco era despedido. No hicieron entonces falta comentaristas, había sólo informadores,  porque las imágenes lo decían todo.

Anoche pude visionar los diversos programas emitidos por unas televisiones que repetían lo mismo, cada una en su estilo. TVE preparó un programa de continua manipulación histórica, con investigadores e historiadores orgánicos, que repetían errores de bulto, para dar visos de credibilidad a la verdad oficial de la izquierda, pero que, curiosamente, sin mencionarlo, trataban de argumentar contra el discurso histórico, mucho más potente, porque se asienta en la carga de la prueba, de quienes desmontan esa verdad oficial. La capacidad de manipulación de TVE, de la Cuatro o de la Sexta, en dura competencia, era tan bochornosa que llegaba a causar sonrojo. Por no entrar en la bien planificada agenda sorpresa de Sánchez destinada a capitalizar electoralmente la jornada.

Pude ver en directo, por la mañana, parte de la emisión mascullando, debo reconocerlo, algún insulto. Todo el preparado montaje visual y de discurso se quebró, se rompió, en el momento en el que se abrieron las inmensas puertas de la profanada y secuestrada Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Yo, como muchos españoles, sentí el dolor de no escuchar el himno nacional como en 1975. Sin embargo, ni Leni Riefhenstal lo hubiera dispuesto mejor. El poder de las imágenes, que acabarán censurando TVE y el gobierno, el indescriptible silencio, la inaudita disposición de las cámaras para los fines pretendidos, la fuerza del plano y las salvas de ordenanza (unos cohetes lanzados por dos jóvenes escondidos) que obligaron a TVE a bajar el sonido, transformaron el instante de la salida del féretro en una imagen triunfal. El féretro del Generalísimo, sin soldados de escolta, en una espartana soledad, era toda una declaración de principios y de homenaje.

Quienes lo comentaban se dieron perfecta cuenta de lo que estaba sucediendo. Tuvieron que intentar rehacer el discurso programado, pero hoy todo está guionizado, con los vídeos que se tienen que lanzar editados y es muy difícil cambiarlos sobre la marcha. Con desesperación y humillación, con cierto histerismo, repetían en todas las cadenas el guión preestablecido: la soledad de 2019 y las multitudes de 1975. Y el telespectador se daba cuenta de la formidable manipulación, porque si el féretro salía en la soledad de la familia (lo de los miembros del gobierno en forzado duelo detrás del féretro y la familia, en una posición de presidencia al permanecer en lo alto de la escalinata, era otro plano impagable) era porque el gobierno había tomado al asalto El Valle de los Caídos y prohibido el acceso. Pero, conforme al guión, incluso alguno pedía las imágenes del 75 para que nos diésemos cuenta de la soledad, las televisiones simultáneamente ofrecían la impresionante salida del féretro a la Plaza de Oriente a los sones del himno nacional, con la conjunción en el mismo plano de la multitud agitando pañuelos blancos y gritando “¡Franco, Franco, Franco!”. La fusión preparada entre las imágenes de 1975 y las de 2019 conseguía el efecto contrario al pretendido, y no pocos se dieron cuenta. La resultante tenía más de homenaje y dignidad que otra cosa.

Franco podía haber salido cubierto por la bandera nacional, que no tiene más significado sobre un féretro que el de un español que se entierra con su bandera, algo lógico. El gobierno, lo sabía todo el mundo, lo había prohibido en su deseo de humillar. Atónitos, pese a los desesperados intentos de difuminar la realidad (los conterulios no pudieron decir más tonterías en un minuto), percibieron la magnitud de lo que estaba pasando. Si TVE lo censuraba, en la Sexta, para pasmo, oyeron las salvas civiles.

Franco abandonaba el Valle de los Caídos a hombros de sus familiares, todos con la bandera de España en la solapa, en el mismo féretro de 1975, pese al intento de abrirlo y cambiarlo, con una cubierta que sin pretenderlo le daba un efecto fotográfico inesperado, con una corona de laurel con lazo de bandera de España, símbolo de victoria, con cinco rosas -símbolo de los caídos y de las 5 flechas que como Jefe Nacional del Movimiento siempre portó sobre su uniforme-, y cubierto con el tapiz con el escudo que era su guión de mando como Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Estado, que a la vez incorpora el símbolo de la Gran Cruz Laureada de San Fernando y su bastón de mando, que también figura en la 1ª Bandera de la Legión. Tras él caminaba el prior del Valle de los Caídos, que bendijo el féretro allí mismo, para que todos lo vieran, en el momento que para TVE era imposible cortar la señal. Y todos pudimos oír el “¡Viva España!¡Viva Franco!” (Sánchez ya debe ir pensando en aplicar a los Franco la LMH).

Franco en soledad, con su familia, con el monje de una montaña perdida y unos muchachos, estaba consiguiendo su penúltima victoria. Podía haber sido aún mayor de no localizar la fuerza armada, poco antes, a unos muchachos, que llevaban sufriendo toda clase de penalidades dos días en los montes, situados en uno de los riscos sobre la Basílica, con bengalas de humo de colores y bandera de España que iban a lanzar y exhibir cuando el féretro saliera a la explanada.

Que esta es la lectura correcta lo demuestra que no pocos en la izquierda así lo han interpretado y recriminado a Sánchez. Así pues, del día D+1 lo que queda para la Historia de la jornada “triunfal” preparada por el socialismo es la penúltima victoria de Franco, junto con la advertencia lanzada por su nieta: “Que la maldición de desenterrar a un muerto caiga sobre vosotros”. Y vaya si cayó unos minutos después.

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