La estantería del historiador

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LIBERTAD DE EXPRESIÓN, ¿Para qué?

No sé quién es peor, si el que intenta poner fin a tus derechos, busca pisotearte, o el que se calla, pese a que anda agitando el espantajo del comunismo, porque por un lado cree -ingenuo- que estas cosas nunca irá con él, nunca le pasarán a él, o porque así cree que él está a salvo y no es un peligroso antidemócrata como pudiera serlo el que suscribe -y quizás, si fuera necesario, se sumaría a tirar piedras-.

No soy ingenuo. La libertad de expresión no existe, existe la libertad a expresarte siempre que nadie te oiga. Eso es lo que hoy se entiende por libertad de expresión. Que conste que nadie va a apoyarnos -hablo en plural- ahora. Ya estamos acostumbrados. Decir la verdad es incómodo. Tener y demostrar que se tiene razón molesta. Nosotros no tenemos adversarios, tenemos enemigos. Así de claro, porque lo que ellos desean es nuestro exterminio, si no físico sí al menos moral. Cuentan con la neutralidad cobarde, meliflua, apocada, de quienes quieren ser puros y virginales, ser admitidos en la pandilla -no pueden ser más tontos-, gracias al silencio que equivale al dedo acusador del: «veis cómo somos buenos, esos son los fascistas».

No es la primera vez que soy «víctima» de la decisión de la izquierda -alguna vez también de la derecha- de decidir sobre qué se puede decir o qué no se puede decir. En Sevilla tuve que presentar un libro -¡presentar un libro!, tremendo acto fascista- en la calle, en Granada repartieron los colectivos de izquierda -más nombres que gente- pasquines denunciando que se presentara un libro en un barrio obrero y popular llamando a la movilización, en Almería nos cerraron el local municipal, en Alicante una concentración de la izquierda presta a visitarnos parada por la policía… Ahora ha sido en Oviedo -escribo en pasado cuando probablemente sea en presente-.

En Oviedo es ya casi un culebrón preñado de despropósitos lo que está aconteciendo. Un concejal que hace «decretos» para decir que no a la concesión de una sala pública, advirtiendo que las otras cuatro y hasta el local del restaurante está ocupado por actividades de la concejalía -a fecha de ayer no había ninguna-; una vicealcaldesa, que dice que no hay sitio para la presentación de un libro sobre la División Azul en un local municipal y que tendrán que cancelar el acto; advertencias de todo tipo al encontrar otro local que lo mismo ya nos ha sido retirado…

Los que prohíben, censuran e intentan que el acto -¡presentar un libro!- no se celebre son, eso sí, de PODEMOS, de una de sus marcas moradas, pero los que guardan silencio ante el atropello tampoco son inocentes. Ya les llegará el turno.

Vamos a presentar un libro, Soldados de hierro. Los voluntarios de la División Azul. El problema no es el autor. Dudo mucho que yo sea tan conocido. El problema es lo que sin leerlo saben que se dice en el libro. Si yo anotara que los divisionarios fueron criminales de guerra, que fueron a Rusia engañados por una cruel dictadura, por la pasta, porque estaban en la cárcel… obligados en los cuarteles, sin ningún ideal… a morir como perros para que sus jefes ganaran medallas y ascensos en una campaña sin ningún heroísmo, seguro que no tendría ningún problema y hasta la vicealcaldesa de la marca local de PODEMOS me hubiera estampado dos besos, subvencionado los gastos y hasta ejercido de introductora. Pero yo no puedo escribir o decir eso, como hace alguno de mis doctos colegas: primero, porque no lo creo; y segundo, como demuestro empíricamente en mi libro, producto de una seria y profunda investigación, porque no es verdad. Pero, ¿qué importa eso en la España de la memoria histórica de la izquierda? ¿Qué importa a los que se pasan el día blasonando de libertad y democratitis aguda?

Nada. Ellos tienen asumido que al enemigo ni agua. Que ni tan siquiera cien o doscientas personas deben oír otra versión. Censura, censura, censura… ese es su lema.

Pero es mucho más que eso, porque estas prohibiciones amparadas en coartadas de carcajada que ofenden a la inteligencia, constituyen la vulneración de un derecho reconocido e institucionalizan la censura e, incluso, de forma encubierta, al animar a luchar para que el acto no se realice, incurren en un delito de discriminación ideológica cuando no de amenazas.

Como en otras ocasiones yo voy a ir a Oviedo a defender mis derechos, pero también la verdad. Quienes siguiendo a sus maestros, desde Lenin a Stalin pasando por Castro, Maduro o Chavez, están en lo que siempre han estado -la cheka, la lubianka y el GULAG-, actúan como siempre lo han hecho. La libertad es solo un prejuicio burgués, decían sus clásicos. Ellos siguen al pie de la letra esa máxima. La que nos convierte en «enemigos del pueblo» y, por tanto, en sujetos sin derechos. Se colocan al lado de todo aquello contra lo que fueron a luchar los voluntarios de la División Azul. Es lógico que 75 años después quieran vengarse.

CARTA ABIERTA A PABLO IGLESIAS

Estimado profesor:

Supongo que le sorprenderá, por la distancia ideológica, que comience estos párrafos con tan atrevida formulación porque, evidentemente, usted no ha sido profesor mío, pero lo hago desde el apriorismo cierto de que ambos ejercemos la docencia y hasta escribimos libros.

Le he escuchado en decenas de ocasiones defender la libertad, y en especial la libertad de expresión, y hasta quejarse del poder de los medios para coartar esa libertad, aprovechando su posición de poder, para silenciar o distorsionar; supongo, además, que usted comparte, y hasta ha sido beneficiario de ella, la necesidad de la libertad de cátedra; que cree en el debate académico y hasta en el diálogo con quién no está de acuerdo con lo que usted, su partido o sus seguidores sostienen y que, por ello, es enemigo de la censura en cualquiera de sus formas, incluyendo la censura previa.

No creo que comparta, al menos no es lo que trasluce, la tesis del «enemigo del pueblo» reutilizada por Lenin -de sobra sabe que ha ido dando tumbos por la historia siendo utilizada por unos y por otros-, y que, por tanto, el disidente carece de derechos y debe de ser perseguido, censurado, acallado o proscrito. Porque de lo contrario da igual cuanto le comente, siendo innecesario que siga perdiendo el tiempo leyendo estas letras.

Atropellar la libertad no sé si es compatible con PODEMOS, UNIDOS PODEMOS o la constelación de marcas moradas con las que ha llegado a las instituciones; aplastar los derechos de las personas no parece compatible con las palabras bonitas con las que acompaña el chascarrillo inteligente de sus discursos mientras nos cuenta aquello de ganar el cielo al asalto. ¿Pero?

Denosta usted a la casta, por corrupta, por hacer lo contrario de lo que dice, por ser una oligarquía amparada y escudada en el pensamiento único. Pero parece que su ambición es la de sustituir el pensamiento único por otro pensamiento único. O en el lenguaje que a veces los suyos emplean: sustituir una tiranía por otra tiranía. Y ello es lo que trasluce alguno de los comportamientos de los suyos cuando están en el poder.

Le escribo estas líneas solo a título informativo, ni tan siquiera tienen el valor de la denuncia -el poder cuando es poder apaga la denuncia-. Una de sus marcas moradas, la asturiana SOMOS, ha hecho con quien esto suscribe lo contrario de lo que predica. ¿O quizás no?

Este sábado iba a presentar, como profesor e historiador, un libro, que es la resultante de una investigación cuya raíz es un trabajo universitario, en Oviedo. Su título «Soldados de Hierro. Los voluntarios de la División Azul», que gracias a Dios y mis lectores anda por la segunda edición y que, naturalmente, retrata a unos combatientes que para mí fueron eso, soldados de hierro. Españoles del ayer que combatieron noblemente como hoy reconocen quienes ayer fueron sus enemigos. No creo que por el título, el tema y su previsible contenido usted crea que, si no debe acabar en la hoguera, sí, al menos, debe de ser encarcelado con pena de cadena perpetua. ¿O quizás sí?

El lugar, el Auditorio Príncipe Felipe de la ciudad. A dúo o a coro el concejal de cultura y la vicealcaldesa, ambos de su marca morada, han procedido, con una excusa uno y sin excusa otra, sin que vayan más allá del prejuicio ideológico, a retirar la «concesión» de una sala que pagan todos los ciudadanos de Oviedo con sus impuestos, hasta aquellos que no les han votado y que han tenido la amabilidad de invitarme. Causa sonrojo leer lo escrito por el concejal, y lástima la chulería de la vicealcaldesa en un tuit afirmando que un acto así -la presentación de un libro- no tiene cabida en el Auditorio y tendrá que cancelarse -me dicen que ha borrado el mensaje como si con eso dejara de existir la prueba-. Eso se llama, simplemente, censura. Pero también es discriminación ideológica -¡quién lo diría, usted amparando la discriminación!-.

A buen seguro que, de estar en un debate público, televisivo, de esos a los que usted acude con frecuencia, o cualquiera de sus adláteres, la panoplia de razones y justificaciones, de respuestas a la contra, de contestaciones con preguntas, a favor de la decisión de intentar censurar y criminalizar la presentación de un libro, que evidentemente no gusta a sus representantes en Oviedo, le darían para hacer saltar furibundos a algunos de sus seguidores, dispuestos, llegado el caso, a tener algo más que palabras -¡qué le voy a contar que usted no sepa sobre la fuerza movilizadora del irracionalismo!-. Pero, al final, cuando vuelva a su casa y se mire ante el espejo solo verá el rostro de un censor al que le da miedo un libro de novecientas páginas.

No se alarme, en el fondo está es una de esas cacicadas/concejaladas/alcaldadas que nadie le sacará a relucir, ni será objeto de denuncia en medios y platós, a la hora de alertar sobre lo malo que es PODEMOS, quizás porque teman su rápido mensaje de que están defendiendo a unos fascistas. Y nada hay que ponga a nadie más nervioso por estos lares que tal sugerencia.

No es que me preocupe, afortunadamente todavía no está en el Ministerio del Interior ni es Presidente o Vicepresidente del Gobierno, y, aunque no sé si aún quedan jueces en Prusia, en la humildad de las posibilidades que tiene un individuo presentaré mi libro en Oviedo aunque sea a dos personas en una cafetería; al menos queda para la historia la constatación de los hechos. También puede, a la larga, quedar la lección: ya sabe que la hormiga es muy pequeña frente a un elefante, pero en realidad, por ello, es mucho más fuerte.

También es posible que no estemos más que ante una confusión y que naturalmente usted sea el Pablo Iglesias que dice ser y no el que muchos anuncian y entonces, como un caballero, tendré que rectificar, aunque me temo que esto no será necesario.

Atentamente
Francisco Torres García.
Profesor e historiador.
Víctima de la censura de las marcas moradas de PODEMOS.

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