La estantería del historiador

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Frías divagaciones (Las gentes del cine en la División Azul)

Francisco Torres García

Los historiadores suelen abusar de los tópicos, especialmente cuando se presentan como innovadores. Desde hace unos años se incide en la trascendencia sociocultural de los hechos y no es extraño que, en la proliferación de TFGs y demás elementos de los másteres al uso, aparezcan referencias a estos aspectos referidos a la División Azul como planteamiento novedoso. A veces lo hacen con un conocimiento muy somero de la bibliografía y prescindiendo –solo los nombran cuando no les queda otro remedio–  de determinados estudios que, evidentemente, no sintonizan con las idas previas de estos autores, sugeridas o autónomas, con las que abordan unas investigaciones que casi siempre deben estar en sintonía con el “director”.

La vertiente sociocultural de la División Azul o, mejor dicho, de los voluntarios de la División Azul, es algo a lo que hemos dedicado espacio en nuestros trabajos de investigación, aunque algunos traten ahora de descubrir “la Mar Océana”. Desde la primeriza aportación de Carlos Caballero y Rafael Ibáñez sobre los “escritores en las trincheras”, nos ha llamado la atención esa vertiente sociocultural del “hecho divisionario”: el peso de los guripas en el mundo de las letras o la medicina, pero también de la política o la empresa durante los cuarenta o cincuenta años siguientes al retorno de los combatientes; por no entrar en lo que ha significado el “hecho divisionario” dentro de las filas del ejército español entroncado en el concepto de “la familia militar”. 

En este tiempo, nos hemos cansado de repetir, a veces con escaso éxito si nos atenemos a opiniones próximas y ajenas, que los divisionarios constituyeron un elemento a tener en cuenta en la sociedad española del régimen de Franco por su cualificación política o profesional. En este momento de la investigación es, por ejemplo, un mito el hablar de la “marginación” de los divisionarios cuando ellos ocuparon centenas de cargos políticos en el régimen de Franco, tanto a nivel municipal como sindical, y algunos ejemplos vamos a traer a colación.

Cierto es que nuestra visión no va a coincidir, por eso tratan de difuminarla, con estos “nuevos” estudios, que a veces arrancan en su explicación conceptual-teórica alguna sonrisa, y que como elemento descalificador apriorístico abusan definiéndonos como “historiadores prodivisionarios”. Lo que además de ser una majadería implica que ellos, con una falsa vitola de academicismo objetivo, asumen, sin decirlo, el papel de “historiadores antidivisionarios”.

En nuestros trabajos, sin embargo, no hemos obviado las referencias a la literatura o al cine, o la presencia en la sociedad civil por méritos propios, de los divisionarios. Quien firma estas líneas ha dedicado amplias referencias a ello porque es un tema que me interesa particularmente y en el que hace tiempo Carlos Caballero, que ejerce casi de director de investigaciones “prodivisionarias” en el inasumible lenguaje de los citados,  me anima a escribir pese a mis muchos compromisos.

Viene al caso el recuerdo y la digresión sobre el debate historiográfico (en realidad algunos lo que ejercen es un monólogo disfrazado) porque hace unas semanas, trabajando en una publicación inminente sobre un gran éxito del cine patrio en los años cuarenta, reparé en la presencia entre los voluntarios de, como a veces se dice, “gentes del cine” de la época. Jóvenes que habían iniciado prometedoras carreras antes de marchar a combatir en la cruzada anticomunista. A uno de ellos copio en parte del título de estas páginas que además fue el motivo de este trabajo, Juanchu Arrabal. Estoy seguro que los hallados son solo una  fracción y que conforme continúe investigando encontraré más casos.

No vamos a abusar, en estas líneas, de quienes, tras ser guripas, desarrollaron una carrera conocida en el mundo del cine. Ahí brillan directores y guionistas como  Pedro Lazaga Sabater (director de una película con tema divisionario como La Patrulla y de cintas como La Fiel Infantería, o las muy recomendables El frente infinito o Posición avanzada, que aportan un discurso muy interesante sobre la guerra civil en los cincuenta y en los sesenta y que deberían revisar quienes reconstruyen biografías), combatiente en Rusia en la 1ª Batería, calificado como distinguido en Krasny Bor y condecorado con la Cruz de Hierro de 2ª clase (conviene recordar que Lazaga rodará en 1956 Torrepartida abordando el tema de los maquis a los que presenta como crueles bandoleros). Dejemos a un lado las manidas y torcidas referencias a Luis García-Berlanga Martí (combatiente en la 4ª Batería del II Grupo Artillero), ya de sobra puntualizadas por Carlos Caballeros. También nos conformamos solo con la cita de actores como Luis Ciges (combatiente, según su imaginativa definición, en un grupo de asalto y caza-tanques). No nos vamos a detener, más allá de la mención precisa, en los que, tras pasar por la División, escribieron un guión  cinematográfico sobre la epopeya. El primero, Alberto Crespo Villoldo, combatiente en la 2ª/269 (RutaIX en colaboración con José García de Ubieta e Igor Perchine Posnak; este último era un soldado ruso alistado en la DEV), quien además se integró en el Círculo de Escritores Cinematográficos. El segundo, Demetrio Castro Villacañas (Cautivos, 1954 escrito en colaboración con Antonio González Saez y Juan González García). 

En el mismo sentido, no resulta tan extraño encontrar divisionarios vinculados a RTVE. Entre ellos mencionemos al coronel y profesor en la Academia de Artillería (autor de un manual sobre tiro y topografía), Roque Pro Alonso (teniente provisional en la 4ª Batería del II Grupo Artillero y abogado), que además ocupó la Secretaría Nacional de la Organización Sindical, siendo también procurador en Cortes (vicepresidente de la Comisión de Trabajo). Según parece hizo pinitos con los guiones y fue Director General de TVE entre 1962 y 1964.

El menos conocido de los directores de cine que antes estuvieron en la División Azul, combatiendo en la 1ª Batería, fue el madrileño Pío Ballesteros Ledesma, usualmente citado como uno de los “malditos” de la cinematografía hispana, pues sus películas son hoy ilocalizables (un incendio en la productora parece ser que las destruyó). Este madrileño, frecuentador de tertulias, amigo de Camilo José Cela, se inició en el mundo de la dirección en 1946 con una obra perdida con textos del Nobel de Literatura (Cela también tuvo pasión por el cine en ese tiempo y hasta intervino haciendo cameos). Solo dirigió 3 películas a la que se suma otra documental y no alcanzó el éxito. Sin embargo, tuvo mayor fortuna como guionista o productor ocasional. En los sesenta entró como redactor del célebre NO-DO y ahí permaneció. Es decir que Pio Ballesteros fue el coautor de los textos que acompañaban al noticiario, algo que el lector no debe pasar por alto a la hora de calibrar su posición política. Ballesteros se puso ante las cámaras como locutor y conductor en 1982 del documental dedicado a la División Azul en la serie de televisión España, historia inmediata

Algunos divisionarios llegaron a participar como extras representándose a sí mismos como prisioneros en los campos de concentración soviéticos, en Embajadores en el infierno. Fue el caso de Carlos Juncos, Desiderio Morlán, Félix Alonso Gallardo o Victoriano Rodríguez. El sargento en Rusia Ángel Salamanca Salamanca estuvo como puntilloso asesor, de ahí el realismo escénico del campo de concentración recreado. Pero también hubo divisionarios que hicieron carrera como actores de teatro y cine.

Hoy, probablemente, pocos recuerden al actor asturiano José Suárez (José Liardo Suárez Sánchez). Su vocación en el cine comenzó al volver de Rusia. Antes de la guerra la muerte de su padre colocó a su familia en una situación de estrecheces económicas. En 1938 se presentó voluntario para luchar con los nacionales, lo hizo en una unidad de infantería con la que luchó en el Ebro, pasó a la Legión y se hizo falangista. No fue suficiente y en 1941 se alistó como voluntario en la DEV, tenía 22 años y volvió a España en 1943 con el grado de Sargento. Como a tantos otros fue, sin duda, su físico y la fotogenia lo que le abrió las puertas del cine, según las críticas de la época “parecía un galán americano”.  En 1944 rodaba su primera película, Altar Mayor. Sin embargo, su paso por el cine está ligado a su papel protagonista en la  célebre Calle Mayor de Juan Antonio Bardem o en el de Brigada Criminal.  Fue uno de los grandes actores de la década de los cincuenta. Nunca renunció a sus ideales. A principios de los 70 ejercía de alcalde del pueblo asturiano de Aller, también había sido presidente de la sección de actores del Sindicato Nacional del Espectáculo y de la Mutualidad Laboral de Artistas, lo que nos deja el rastro de sus inclinaciones sociales. En Trubia, su pueblo natal, le dedicaron en 2018 una placa y un parque. Unas semanas después  amparándose en la “ley de la memoria histórica”, se pidió su retirada por su pasado franquista, pero los vecinos votaron por mantener el homenaje.

Más difícil sería pensar en el murciano José García Guardiola, actor y actor de doblaje (fue la voz de Charlton Heston en español: ¡Quién podría imaginar que cuando oímos a Ben-Hur o a Moisés probablemente escuchamos a un divisionario!). En los créditos solía aparecer como José Guardiola, lo que puede confundir con el cantante del mismo nombre pues también hizo algunos pinitos en la canción. Su familia emigró desde Jumilla a Barcelona, al estallar la guerra tenía 16 años y por razones lógicas se apuntó a unas milicias hasta que pudo volver a su pueblo. Al acabar la guerra fue encarcelado, pero el gobernador civil, Elías Querejeta (padre del director de cine del mismo apellido), le puso en libertad. Estaba haciendo la mili en África cuando se alistó en la División Azul. Inició su carrera teatral en 1948. En 1951 participaría en la película Surcos del falangista Nieves Conde y a partir de ahí formaría en el reparto de numerosas películas.

Dejemos atrás estos ejemplos posteriores y volvamos a aquel momento iniciático de 1941. La División estuvo pletórica de jóvenes de una generación que podía haber sido más fértil desde el punto de vista profesional o cultural. Muchos estudiantes marcharon a Rusia en un tiempo en el que estudiar no estaba al alcance de todos, pero parte de aquella generación quedó para siempre en las tierras rusas. Forman parte de ellos estos a los que me refería en las motivaciones de este artículo. Breve encuentro casual de un tipo de voluntario que anda aún perdido entre los borradores del recuerdo.

Entre esos divisionarios perdidos, relacionados con el mundo del cine, he encontrado, en la que para mí es una faz desconocida del personaje, a Vicente Gaceo del Pino, que dejó la vida y su futuro en los alrededores de Udarnik el 27 de diciembre de 1941, combatiendo en la 2ª/269ª cuando una ráfaga le segó las piernas. Es usual indicar que, además de ser abogado y de su papel político, entonces escribía en el falangista diario ARRIBA y en HAZ. En 1946 Franco le concedió la Palma Roja. Lo que hasta ahora me resultaba desconocido es que entre sus escritos en diversos medios encontramos los vinculados al cine y a la propuesta de un cine nacional en el que se aunara lo plástico, lo literario y lo misional, pero también que ejercía como crítico cinematográfico. Formó parte del prestigioso Círculo Cinematográfico Español, siendo el organizador de su biblioteca. Al caer en Rusia la revista Primer Plano se sumó al luto “por la pérdida de uno de sus más puros, jóvenes y prometedores valores” en “esta hora del Cine español”. 

No solo Gaceo del Pino cultivaba entonces la crítica cinematográfica, también lo hacía en Primer Plano un joven periodista, que también formaría en las filas de la División Azul, José Luis Gómez Tello (sirvió en la Compañía de Radio divisionaria), aunque su larga y fructífera carrera periodística se centraría en las relaciones internacionales.

El segundo de estos divisionarios vinculados al mundo del cine sería el murciano Pío García Viñolas, hermano del director Manuel Augusto García Viñolas, Jefe Nacional de Cinematografía fundador del NODO y autor de varios documentales de guerra. Ambos hermanos eran falangistas. Pío era responsable de la sección Positivo sin revelar de la revista cinematográfica, de la que era fundador, Primer Plano, en la que se ocupaba, semana a semana, de lo que se estaba rodando o estrenando en España. Había sufrido la persecución y la prisión durante la guerra en la zona frentepopulista. Miembro del SEU en 1940 era Secretario del Distrito Universitario de Murcia. En 1941 acudió presuroso a alistarse; para asegurarse la plaza decidió inscribirse en varios banderines de enganche (lo hizo en Madrid y en Murcia). Al volver de Rusia siguió con su vinculación al mundo del cine, iniciando su actividad directa en películas con la superproducción de 1944 Inés de Castro. Fue director de segunda unidad en películas como Héroes del Aire o El tigre de Chamberí y como secretario de producción estuvo vinculado a la filmación de Embajadores en el infierno. En 1945 fue uno de los fundadores del Círculo de Escritores Cinematográficos, cuyo objetivo era y es “la defensa y divulgación del arte cinematográfico” al que también pertenecía Pío Ballesteros (ambos formaban parte del jurado de sus primeras medallas junto con el también divisionario Alberto Crespo), y jurado en las primeras ediciones del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. En los años sesenta sería director general de NO-DO.

Llegados a este punto conviene enmarcar adecuadamente el ambiente intelectual-cinematográfico en que se movían estos guripas, pero también la influencia que pudieron ejercer en quienes después se dedicaron a la dirección cinematográfica con ese vínculo inmaterial. Las definiciones sombrías, las caracterizaciones como “época oscura y represiva”, alejada de toda “creación”, de la posguerra y en especial de los años cuarenta, convertidas en tópico descalificativo, suelen ocultar un rico mundo de actividad cultural. Sorprende a quien arranque con esas premisas, aunque lo calle, la calidad editorial de las revistas de estos años, muchas vinculadas al falangismo como corriente renovadora. Hay que tener presente que antes de la guerra la Falange tenía un cine club dentro de su programa de actividades. En el mundo del cine, en 1941, brillaban con gran despliegue revistas como Radiocinema. Revista cinematográfica española y Primer Plano. Revista Española de Cinematografía, a las que se uniría Cámara. En torno a las dos primeras se movieron nuestros guripas y algunos de sus ejemplares llegarían al frente de combate. No eran solo revistas divulgativas, sino difusoras de la necesidad de crear un nuevo tipo de cine nacional, defensoras del cine hispano, impulsoras de la huida de algunos tópicos que se derivaban de la eclosión de la producción cinematográfica desde los finales del reinado de Alfonso XIII, que planteaban que el cine que debía nacer no solo sería cauce de entretenimiento sino también de educación en los valores de un discurso político como el que ellos representaban. Revistas que además prestan atención a los aspectos técnicos y al intramundo del cine. Ahí está la evolución rápida de los primeros cuarenta con respecto a la teorización del cine y la guía que, de algún modo, abrían las propuestas de los directores (Arévalo, Sáenz de Heredia, Antonio Román, Luis Lucia, Rafael Gil, Catellví, Neville, Quadreni…) que conducirían a Berlanga o Bardem, por más que algunos estudiosos traten de presentarlos como abrupta ruptura. Corriente de publicaciones sobre las películas que se continuaría. Así en 1944 comenzaría a publicarse Cine experimental en la que trabajaría Pedro Lazaga.

Pese a su temática monográfica, estas revistas dedicaron algunas de sus páginas a la División Azul en esos años. Revisando las dos primeras nos encontramos con la petición de madrinas para algunos divisionarios que siguen las revistas o la inclusión de referencias a actos vinculados a la DEV. Destaquemos: el reportaje ilustrado titulado “Los hechos heroicos de la División Azul en la pantalla” sobre la gran exposición organizada por la Vieja Guardia en el Círculo de Bellas Artes con proyecciones de documentales alemanes (Primer Plano, nº 68); la reseña del acto que se realizó por “los camaradas del distrito universitario” en Madrid en el cine Metropolitano con la presencia del actor y locutor Fernando Fernández de Córdoba (Fernández de Córdoba había sido el narrador de la película documental La División Azul. La gloriosa epopeya de los voluntarios españoles en la lucha contra el bolchevismo. Estrenada en 1942 es  la primera película sobre la DEV, aunque también debiera incluirse la readecuación de la trama realizada sobre la obra de Luca de Tena, estrenada ese año, titulada La condesa María), en el que los hijos de varios voluntarios pudieron hablar en directo por radio con sus padres que estaban en el frente (Primer Plano, nº 82); poemas de Ridruejo; reportaje de las actuaciones en el hospital de Konisberg para el entrenamiento de los guripas realizadas dentro del programa Tardes de Música y Atracciones organizado a través de la AO, que era la asociación para los alemanes que estaban en el extranjero (Radiocinema, nº79).  

El tercero de estos guripas de la primera hora es Juanchu Arrabal, hijo del escritor Bonifacio Arrabal, quien bajo el seudónimo de Labarra, ejercía de crítico cinematográfico para la revista Radiocinema.

Cuando se abrieron en 1941 los banderines de enganche Juanchu aún no había cumplido 20 años. Volvió a España en el verano de 1942 con congelaciones y en la estación le esperaba su madrina de guerra, la gran artista de la época Estrellita Castro, para acudir a una pequeña recepción en la redacción de la revista. Desde Rusia envió diversas cartas a sus compañeros. En una de ellas se  puede leer: “No os preocupéis por mí, y lo mismo  puedo deciros de mis camaradas. Estoy tan gordo y fuerte como cuando salí de casa, y con mucho entusiasmo.  Se me olvidaba deciros que el día de mi cumpleaños lo pasé muy bien, pero no me fue posible comulgar, claro que recé con más fervor que nunca”.

Labarra, como tantos voluntarios, era falangista y católico. Lo curioso es que no muchos escribieron entonces sobre lo que estaban viviendo en Rusia para publicarlo en las revistas y periódicos donde colaboraban. Algo que ha subrayado Carlos Caballero en su estudio sobre la figura de Demetrio Castro Villacañas (2017), pues la nómina de escritores y periodistas fue muy larga en la División pero no escribieron en la Hoja de Campaña, básicamente porque fueron a Rusia a “servir en primera línea”; tampoco los 20 miembros de la plantilla de ARRIBA que marcharon a Rusia en 1941 aprovecharon para mandar con regularidad crónicas desde el frente, lo que no deja de ser significativo. 

Por lo que fuera, un día, Juanchu decidió mandar un artículo a su revista de cine, Radiocinema. Lo hizo no para hablar del frente sino para hablar de  cine; del cine nacional que prefería y que postulaban las páginas de esas revistas vinculadas al falangismo. Sus divagaciones afloran en una conversación entre dos voluntarios, entre él y su sargento, caminando entre las trincheras que vamos a reproducir titulado “Frías divagaciones cinematográficas de un aficionado, voluntario en la División Azul” y que nos da, cuanto menos, una imagen curiosa de la vida en el frente y la costumbre de hablar mucho entre ellos y sobre muchas cosas. Artículo que como cierre de este trabajo vamos a reproducir:

“El lugar donde se ha efectuado esta charla es, acaso, lo único que tiene de original, y lo que puede darle algún valor. Por regla general, desde los primeros días en la historia del periodismo, las interviús se realizan en amplios vestíbulos, en acogedoras habitaciones, o sentados ante cosas olorosas de vino español en Madrid, en un restaurante de la Avenida José Antonio.

Pues bien, este reportaje tiene como escenario una estrecha y blanca trinchera del frente ruso, y como fondo musical: el estallido discorde de algunas granadas de mortero.

¿Es esto original?  Pues lo único original que puede ofrecer esta charla. Lo demás, como siempre; preguntas y respuestas y casi idénticas las contestaciones.

Fue anoche cuando surgió, y sin ninguna intención de realizarlo. Conservaba yo mi puesto de centinela que había montado hacía rato, vigilante, frente a las trincheras soviéticas. 

Unos pasos sobre la nieve me obligaron a volver la cabeza y reconocí, en la silueta que se acercaba, Monje, el sargento de servicio.

–A tus órdenes. Sin novedad –dije.

–¿Fío? –me peguntó.

–No mucho. Un aire molesto por la izquierda pero nada más. ¿Qué dice el termómetro?

–Ahora 39 grados  bajo cero –contestó.

Y agregó. 

–Es la hora de tu relevo

Efectivamente, sobre la extensa llanura nevada se perfilaba ya la silueta del cabo de cuarto y el centinela entrante. A pesar de la baja temperatura, la noche estaba aceptable, en comparación con otras anteriores. Una mirada a las estrellas que brillaban en la nítida atmósfera me recordó esas otras que derrochan su arte frente a las Cámaras en nuestros Estudios Cinematográficos. Fue entonces cuando concebí la posibilidad de un reportaje. Y con el mismo sargento dialogué, camino de la trinchera, entre matorrales, ciénaga y fango.

–…

–Camarada Labarra, me pones entre la espada y la pared con tu ocurrencia, porque a estas horas y con el frío que hace la charla va a salir hecha un “sorbete”,  pero, en fin contestaré a tus preguntas. Yo creo que el cine puede definirse como una necesidad nacional, aunque también sea admisible la definición de “narcótico”. Es, de necesidad nacional cuando la cinta tiene la alteza de miras y el sentido histórico de Sin novedad en el Alcázar y “narcótico” cuando exhiben cintas mediocres. En este caso el cine es mucho más eficaz e inofensivo que el opio, para dormirse plácidamente en la butaca.

– ¿Qué cine prefieres?

– Rotundamente, el nacional

– ¿Por qué?

– Por ser nuestro y, además, porque es más fácil “digerir” un paquete de largo metraje de marca hispánica que breves rollos yanquis sin argumentos, pies, ni cabeza, como los que desgraciadamente hemos tenido que soportar en las pantallas españolas.

– …

– Prefiero las películas no musicales –nos dice el sargento Monje– y creo que esta preferencia es consecuencia de mi desmedida afición por la música.

– ¿Y qué opinas de los film de cowboys?

– Que me llenan de asombro como a todos los que vamos al cine. Esos maravillosos pistolones de los vaqueros…, que no necesitan cargarse para dar tiros a discreción… Estas películas ofrecen la ventaja de que no hay que esperar hasta el final para conocer el desenlace. Es poco más o menos el siguiente: el chico salva a la chica contra los bandidos capitaneados por el cacique del lugar, los cuales la secuestraron en el asalto a la diligencia. La chica obsequia al apuesto vaquero con un abrazo rural ante el sheriff, que se hace el distraído, en tanto el caballo lanza relinchos de satisfacción. Este detalle del noble bruto, “viste mucho” en los finales de las películas del lejano Oeste, afortunadamente ya tan olvidado.

– ¿Quieres definirme humorísticamente lo que es un Estudio?

– Puede considerarse como una casa de locos, poco ingeniosos, que saben hacer hermosa a la estrella que ya conoció sus éxitos en los tiempos del cine mudo y hacer creer al público que el galán se mata desesperado en el interior de un magnífico coche

– ¿Y un contrato, qué es?

– El sueño dorado de un moderno amante de la fama.

– ¿Qué me dices de la popularidad?

En Campaña. Rusia, 1942”

– Desde luego, es algo muy divertido. Halaga la vanidad que todos llevamos dentro.

Cuéntame algo de cine en que hayas sido protagonista…

– Mi padre me vio en un noticiario de la UFA de la División, en el Cine Bilbao de Madrid, y como es natural lo dijo en casa. Aquí tienes a mi madre, enemiga  del cine como buena aficionada al teatro, recorriendo todas las salas, pues cuando fue al Bilbao ya habían retirado del programa aquel Noticiario… ¡hasta que lo localizó!… ¡Y me tomaba el pelo cuando yo metía prisa por la cena para irme al cine…!

Reímos. Pero hasta la trinchera llega el tableteo de una ametralladora que nos recuerda al enemigo. Arriba las estrellas, que también se ven desde España, nos hablan de los nuestros

LABARRA”

(Artículo publicado en Blau División)

El último triunfo de la División Azul.

Hay quien afirma que no pocas guerras, después de concluir, se siguen librando en el papel y en la política durante muchos años; que en no pocas ocasiones la historia la escriben los vencedores y más tarde, en algunos casos, los vencidos tratan de cambiar esa historia en un absurdo intento de trastocar su suerte, lo que fue su periplo, en la memoria colectiva para desvirtuar la realidad.

No pocas derrotas, aunque no lleguen en el papel a transmutarse en victorias, pasado el tiempo, también se han transformado en muestra del orgullo patriótico que puede florecer hasta en las derrotas, revestidas, eso sí, del aroma de lo heroico. Ahí está, sin ir más lejos, la visión cambiante de la guerra del Vietnam operada desde la llegada a la presidencia de los EEUU de la administración Reagan, restituyendo el “orgullo” y el “patriotismo” americano duramente dañado  en aquel conflicto y reivindicando, de algún modo, a través de la mitificación, el papel de sus soldados en una guerra comúnmente condenada.

La División Azul constituye un caso singular, quizás único, pues fueron a la larga derrotados de facto sin serlo de hecho; participaron en una guerra perdida al lado de un ejército vencido, pero no compartieron la derrota. Sus combatientes volvieron a su país, a España, con sentimiento de victoria; fueron recibidos casi en su totalidad como héroes triunfantes. Todo ello a pesar de que participaran, aunque ya no estuvieran en el frente, en una derrota apocalíptica. Pese al aggiornamento con los vencedores occidentales y al triunfo de la URSS en la II Guerra Mundial, en España haber sido divisionario fue motivo de orgullo y admiración en los años de la guerra y durante décadas; ejemplo de idealistas para no pocos, orgullo del ejército español por sus muchos caídos y héroes tal y como testimonia un impresionante número de condecoraciones. Incluso tendríamos que asumir que la División Azul se proyectó más allá de su disolución en el invierno de 1943, al continuar estando presente en la sociedad española merced a las Hermandades de Excombatientes y al peso social que, a diversos niveles, alcanzó una parte significativa de sus integrantes (políticos, militares, profesores, magistrados, médicos, profesionales cualificados…). Aún fueron nuevamente héroes nacionales cuando en 1954 volvieron sus últimos soldados, tras resistir en el Gulag soviético durante más de una década continuando allí su lucha contra el comunismo.

La División Azul, no me cansaré de reiterarlo, fue una unidad del ejército español con una brillante hoja de servicios, que consiguió la última gran victoria de nuestro ejército (Krasny Bor, 10-2-1943), constituida por el Estado al efecto de contribuir a la lucha contra la dictadura totalitaria comunista y, subsidiariamente, en su periplo, como útil instrumento para contribuir a mantener a España fuera de la guerra al demostrar la potencialidad y la capacidad de resistencia de las fuerzas hispanas contribuyendo así a hacer veraz ese factor disuasorio. Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Sin embargo, hoy es una víctima más de la sectaria «ley de la memoria histórica», pese a que es imposible incluirla dentro de la declaración de objetivos y principios de la propia ley, pues solo entendiendo que su existencia, su recuerdo, es una exaltación permanente del franquismo por ser, en última instancia, producto de la decisión de Franco podría considerarse como tal, aunque si tal fuera, en consonancia, en lógica coherencia, hubiera de procederse también a la destrucción de las viviendas, carreteras, pantanos, etc que existen por el designio creador de Francisco Franco y por ello, por solo persistir y no solo en el recuerdo, constituyen una exaltación permanente de su régimen político. Un absurdo. Pretender, por ejemplo, que la existencia de una calle o plaza cuyo nombre recuerda a los soldados españoles que cayeron luchando en una unidad del ejército español constituye una exaltación del franquismo, no puede tener otra razón que no sea el sectarismo o intentar maquillar lo que en realidad fue el comunismo al que fueron a combatir.

Durante cuarenta, cincuenta o sesenta años, mientras los divisionarios agotaban su vida, no hubo batalla de papel sobre su guerra, suscitando, incluso por parte de historiadores extranjeros (Proctor, Kleinfeld, Tambs…), una visión comprensiva con respecto a lo que fue su campaña en el frente ruso, acorde con lo que los propios divisionarios aún transmitían, estableciendo una diferencia entre su comportamiento en el frente y el puesto en práctica por las unidades alemanas consideradas como un todo. Lo que se recoge con irrebatible sinceridad en las ya casi dos centenas de memorias de voluntarios, publicadas o inéditas, que son comúnmente citadas y utilizadas en cualquier trabajo serio de investigación (en algunos casos es curioso que de tan importante material solo aparezcan citas a unas pocas y no siempre utilizadas correctamente).

Ha sido en las dos últimas décadas cuando lo que algunos autodenominan, al intentar revestir sus tesis con una patina de autoridad, como “historia académica” (Palacio Pilacés, Rodríguez Jiménez y sobre todo Núñez Xeijas), ha tratado de subvertir la realidad para tratar de contribuir a empañar la historia épica de unas decenas de miles de idealistas, a los que algunos podrán tachar de equivocados, pero no de deshonestos o indeseables. Y mucho más si tenemos en cuenta que, tras sucesivos anuncios sobre la visión definitiva del hecho, alguno de estos autores (Nuñez o Martínez Reverte) no han conseguido integrar a los divisionarios dentro de las tesis de la izquierda historiográfica alemana, alentadora de “memorias históricas” similares a las de acá. Esas que igualan a la Wehrmacht al nacionalsocialismo, convirtiéndola en un instrumento criminal, poblada de saqueadores y asesino, merecedor de condena global, que alcanzó su cohesión e identidad ideológica con los objetivos políticos de Hitler -la aniquilación de los subhumanos- en el Frente Oriental, donde luchó la División Azul (Bartov). En este marco, para ellos, la División Azul acabaría siendo coparticipe, si no por acción sí por omisión, de los crímenes y de la mentalidad criminal adquirida por el soldado alemánde en el frente ruso, entre otras razones por el proceso de nazificación que padecieron y aceptaron (Martínez y Núñez lo han intentado demostrar, buscando cómo aplicarlo a los soldados españoles, refugiándose en el carácter criminal de la guerra en el Este como único recurso, con un fracaso estrepitoso).

Aunque la versión carece de toda validez y quienes la enuncian deben ser encuadrados no en la “historia académica” sino en la “seudohistoria política”, pues tal y como ha puesto de manifiesto el primer especialista ruso en la ocupación alemana en el Frente de Leningrado (Kovalev), al sintetizar la presencia española allí como la del “ocupante bondadoso” y por tanto descalificando otras versiones (Núñez no ha conseguido demostrar que no es así pese a intentarlo con fruición), lo cierto es que la manipulación ha hecho fortuna. No en los ámbitos historiográficos, donde una larga lista de historiadores han rebatido, punto por punto, tal infundio (Caballero, Poyato, Negreira, Sagarra, Torres…), pese tener que enfrentarse en sus trabajos tanto al silencio como al viento favorable que el «guerracivilismo» y la «memoria histórica» da, a los autodenominados «académicos», una licencia para tener carta blanca a la hora de distorsionar la realidad. Ha hecho fortuna esa versión falaz entre tertulianos, políticos y periodistas, y desde ahí se ha trasladado a los habituales manifestantes callejeros, por no mencionar a las asociaciones y presuntos expertos de la «memoria histórica, que ejercen de chekistas antifascistas en muchos lugares de la geografía hispana.

Pese a que los divisionarios no ganaron la guerra, aunque la historia haya dado la razón a la razón de su lucha (el comunismo ha sido la ideología más mortífera de la historia de la humanidad con más de cien millones de asesinados a sus espaldas allá donde se instauró o intentó instaurarse), lo cierto es que la izquierda, moderada o radical, libra hoy una última batalla contra los divisionarios al grito de “nazis” y/o “criminales”, al objeto de conseguir una condena social y académica que disuada a la hora de contradecirlos a quien se lance a la búsqueda de la verdad.

Sin que nadie haya sido capaz de sustentarlo con un mínimo de decencia y coherencia, con una cierta altura intelectual, a través de la aplicación de la mal llamada “ley de memoria histórica” (solo el sectarismo o la ignorancia, o ambas cosas a la vez, puede explicar la argumentación utilizada por la izquierda madrileña en el poder al alegar que “caído” es un término que implica exaltación fascista -aunque Núñez comparta esta visión- y por ello deba de ser eliminada  la denominación de “caídos de la División Azul” del espacio público), la División Azul, una unidad del ejército español que dejó casi 5.000 caídos en el frente, ha sido condenada y proscrita (y eso que hace no pocos años el mismo PSOE que hoy lo impulsa le diera los máximos honores en la ofrenda a los caídos en el acto del desfile de las Fuerzas Armadas).

La División Azul, que prolonga su existencia a través de los divisionistas, cuando por ley de vida muy pocos divisionarios pueden defender su historia con su testimonio directo, es aún algo vivo porque hay quienes preservan y defienden su memoria con la palabra, el negro sobre blanco y el debate, aun cuando tengan problemas para conseguir hasta que se pueda ofrecer una Misa por los caídos, teniendo que llegar, incluso, a celebrarlas en la semiclandestinidad.

Pese a los intentos totalitarios y antidemocráticos de proscribir y someter la verdad a una “mentira oficial”, pese a la aplicación de la “memoria histórica” que borra su nombre del callejero, calles, plazas y nombres… de vez en cuando hay algo de justicia histórica, aunque sea transitoria, y por ello ha sabido a pequeño triunfo divisionario el que el Ayuntamiento de Alicante haya tenido que volver a colocar en el barrio José Antonio -nombre también proscrito- la placa arrebatada. Eso sí, entre las protestas de unas decenas de herederos ideológicos del comunismo al que ellos fueron a combatir y que aún hoy, pese a todo, pese al tiempo, se sienten derrotados por la División Azul. Y así lo han expresado.

Eso sí, mientras el Ayuntamiento de Alicante gasta el dinero de los ciudadanos cambiando placas y saltándose su propia ley, y tiene hasta un edil dedicado al tema, el barrio sufre todos los males posibles producto de una nefasta administración, encontrándose en recurrente y permanente proceso de degradación. No hay que asombrarse, esa es la forma de gobernar de los que se consideran herederos de aquel comunismo al que la División Azul quiso derrotar.

Ante tamaño desafío, ante tal contrariedad, un grupo de «valientes», a los que los bobos mediáticos aplauden, ha tenido el «heroico» gesto de tirar un bote de pintura contra la restituida placa que sigue homenajeando a la División Azul. Es solo la muestra de una rabia y una derrota aún no digerida.

LIBERTAD DE EXPRESIÓN, ¿Para qué?

No sé quién es peor, si el que intenta poner fin a tus derechos, busca pisotearte, o el que se calla, pese a que anda agitando el espantajo del comunismo, porque por un lado cree -ingenuo- que estas cosas nunca irá con él, nunca le pasarán a él, o porque así cree que él está a salvo y no es un peligroso antidemócrata como pudiera serlo el que suscribe -y quizás, si fuera necesario, se sumaría a tirar piedras-.

No soy ingenuo. La libertad de expresión no existe, existe la libertad a expresarte siempre que nadie te oiga. Eso es lo que hoy se entiende por libertad de expresión. Que conste que nadie va a apoyarnos -hablo en plural- ahora. Ya estamos acostumbrados. Decir la verdad es incómodo. Tener y demostrar que se tiene razón molesta. Nosotros no tenemos adversarios, tenemos enemigos. Así de claro, porque lo que ellos desean es nuestro exterminio, si no físico sí al menos moral. Cuentan con la neutralidad cobarde, meliflua, apocada, de quienes quieren ser puros y virginales, ser admitidos en la pandilla -no pueden ser más tontos-, gracias al silencio que equivale al dedo acusador del: «veis cómo somos buenos, esos son los fascistas».

No es la primera vez que soy «víctima» de la decisión de la izquierda -alguna vez también de la derecha- de decidir sobre qué se puede decir o qué no se puede decir. En Sevilla tuve que presentar un libro -¡presentar un libro!, tremendo acto fascista- en la calle, en Granada repartieron los colectivos de izquierda -más nombres que gente- pasquines denunciando que se presentara un libro en un barrio obrero y popular llamando a la movilización, en Almería nos cerraron el local municipal, en Alicante una concentración de la izquierda presta a visitarnos parada por la policía… Ahora ha sido en Oviedo -escribo en pasado cuando probablemente sea en presente-.

En Oviedo es ya casi un culebrón preñado de despropósitos lo que está aconteciendo. Un concejal que hace «decretos» para decir que no a la concesión de una sala pública, advirtiendo que las otras cuatro y hasta el local del restaurante está ocupado por actividades de la concejalía -a fecha de ayer no había ninguna-; una vicealcaldesa, que dice que no hay sitio para la presentación de un libro sobre la División Azul en un local municipal y que tendrán que cancelar el acto; advertencias de todo tipo al encontrar otro local que lo mismo ya nos ha sido retirado…

Los que prohíben, censuran e intentan que el acto -¡presentar un libro!- no se celebre son, eso sí, de PODEMOS, de una de sus marcas moradas, pero los que guardan silencio ante el atropello tampoco son inocentes. Ya les llegará el turno.

Vamos a presentar un libro, Soldados de hierro. Los voluntarios de la División Azul. El problema no es el autor. Dudo mucho que yo sea tan conocido. El problema es lo que sin leerlo saben que se dice en el libro. Si yo anotara que los divisionarios fueron criminales de guerra, que fueron a Rusia engañados por una cruel dictadura, por la pasta, porque estaban en la cárcel… obligados en los cuarteles, sin ningún ideal… a morir como perros para que sus jefes ganaran medallas y ascensos en una campaña sin ningún heroísmo, seguro que no tendría ningún problema y hasta la vicealcaldesa de la marca local de PODEMOS me hubiera estampado dos besos, subvencionado los gastos y hasta ejercido de introductora. Pero yo no puedo escribir o decir eso, como hace alguno de mis doctos colegas: primero, porque no lo creo; y segundo, como demuestro empíricamente en mi libro, producto de una seria y profunda investigación, porque no es verdad. Pero, ¿qué importa eso en la España de la memoria histórica de la izquierda? ¿Qué importa a los que se pasan el día blasonando de libertad y democratitis aguda?

Nada. Ellos tienen asumido que al enemigo ni agua. Que ni tan siquiera cien o doscientas personas deben oír otra versión. Censura, censura, censura… ese es su lema.

Pero es mucho más que eso, porque estas prohibiciones amparadas en coartadas de carcajada que ofenden a la inteligencia, constituyen la vulneración de un derecho reconocido e institucionalizan la censura e, incluso, de forma encubierta, al animar a luchar para que el acto no se realice, incurren en un delito de discriminación ideológica cuando no de amenazas.

Como en otras ocasiones yo voy a ir a Oviedo a defender mis derechos, pero también la verdad. Quienes siguiendo a sus maestros, desde Lenin a Stalin pasando por Castro, Maduro o Chavez, están en lo que siempre han estado -la cheka, la lubianka y el GULAG-, actúan como siempre lo han hecho. La libertad es solo un prejuicio burgués, decían sus clásicos. Ellos siguen al pie de la letra esa máxima. La que nos convierte en «enemigos del pueblo» y, por tanto, en sujetos sin derechos. Se colocan al lado de todo aquello contra lo que fueron a luchar los voluntarios de la División Azul. Es lógico que 75 años después quieran vengarse.

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