Confieso que soy un comprador compulsivo de películas y libros. Harto interesado en profundizar en los elementos que concatenan la historia, el cine y la reinterpretación de la historia en función de la coyuntura política. Apasionante resulta, pese a los problemas derivados de las dificultades idiomáticas y de la distribución, acercarse desde este punto de vista a la producción cinematográfica del Este relacionada con la II Guerra Mundial.

Para nadie debiera ser desconocido el orgullo que los rusos, pero también muchos de los ciudadanos de los países que integraron la disuelta URSS, sienten por ser los vencedores reales del ejército alemán -dejemos a un lado que ello fue posible por los errores de planteamiento germanos, derivados de los objetivos programáticos de Hitler, y por la ayuda norteamericana que mantuvo los suministros que permitieron al Ejército Rojo seguir combatiendo y recuperarse a lo largo de 1942-; añadamos a ello que, en la Rusia de Putin, como reivindicación nacional, existe una exaltación de aquel tiempo -baste recordar la parada militar conmemorativa del desfile de 1941 cuando los alemanes avanzaban sobre Moscú-, que oculta una indisimulada nostalgia por lo que fue la URSS y el deseo silente de restablecer en parte el imperio . El cine soviético exaltó aquella victoria colectiva (“Cuando pasan las cigüeñas” de Mijail Kalatòzov es un buen y accesible ejemplo de ello). Hoy el cine del Este vuelve a exaltar a aquellos héroes como reivindicación de su pasado reciente y de la propia URSS.

En esta estela, y resulta significativo, ha brillado recientemente la producción ruso-ucraniana titulada en español “Batalla por Sebastopol” (Sergey Mokritskiy, 2015),  protagonizada por la dulce e increíble Yuliya Sergeevna Peresild (galardonada con el Tiatian Award a mejor actriz por esta interpretación). Película que por fin he podido ver tras su lanzamiento en DVD/BD dado que, como otras similares, ha tenido escasa permanencia en las pantallas españolas (a la espera de poder ver en condiciones la coproducción rusa y kazaja “28 Guardias de la Dvisión Panfilov”). Una gran producción estrenada con motivo del 70 Aniversario de la victoria soviética en la II Guerra Mundial proyectada en más de 2.500 pantallas en Rusia. Todo un hito.

No soy un devoto de los biopic, la mayoría suelen pecar de exceso hagiográfico, insoportable moralina, exceso de licencias, demasiada proximidad a interesadas reinterpretaciones vindicativas y, cinematográficamente, aunque las dirija Spielberg, son cintas muy planas, hasta parcialmente aburridas, muy apegadas a la cámara documental, en las que lo bueno casi siempre es la interpretación del actor que encarna al protagonista (ejemplo de todo ello es la reciente y malograda “Jackie” protagonizada con acierto por Natalie Portman). Sin embargo, debo apuntar como más que notable este biopic dedicado a una mujer singular, al francotirador Liudmila Pavlilchenko, Héroe de la Unión Soviética (máxima condecoración de la época), el “ángel de la muerte” para los alemanes. El francotirador más temible del Ejército Rojo merced a su endiablada puntería, hasta algo más de 1.000 metros, tras la mirilla de su Mosin Nagant. Con solo 25 años y un año en el frente abatió a 309 enemigos formando en la 25º División soviética. Entre ellos a más de una treintena de francotiradores alemanes, muchos de ellos enviados con la sola e infructuosa misión de abatir a aquella “bruja de la noche”. Valiente hasta el límite de salir de su escondite, caer como si hubiera sido alcanzada, y luego abatir a su enemigo, encaramada a los árboles en posiciones de tiro increíbles, capaz de eliminar a varios enemigos con un disparo, mortal con sus balas especiales para atravesar el cristal de la mirilla de los carros enemigos. Combatió en Crimea y Odessa contribuyendo a mantener la moral del Ejército Rojo durante el cerco de Sebastopol. Herida en varias ocasiones, tras ser retirada del servicio en el frente, realizó una exitosa gira por los EEUU a favor de la guerra y de la necesidad de abrir un segundo frente: “Señores, tengo 25 años y por ahora he ocasionado 309 bajas a los ocupantes fascistas. ¿No les parece, señores, que han estado escondido detrás de mi espalda durante demasiado tiempo?”. Y además era historiadora doctorada por la universidad de Kiev.

Esta película narra su vida, ciñéndose casi a lo que fueron esos años de guerra. Una cinta, reitero, más que notable y harto recomendable que merece una detenida lectura pues se trata de una «héroe de la URSS», pero una heroina ucraniana que viene a ensalzar, indirectamente, en estos momentos, el enlace entre Ucrania y Rusia,  por lo que difícilmente se puede considerar que la elección de la vida de Luidmmila Pavlichenko como eje para una gran producción conmemorativa de la gloria de la Victoria -aunque sea recordando una derrota, como hizo el maestro Ford- sea ajena a esta realidad.

Mokritskiy ha conseguido dar a su película un ritmo narrativo muy ágil, pese al habitual recurso al flashback, con un estilo que nos hace recordar la magnífica “Banderas de nuestros padres” (Eastwood, 2006) sobre la toma de Iwo Jima, jugando con la combinación de notables escenas bélicas con las escenas de retaguardia y trazos de la vida de esta mujer, superpuestas a la evolución-explicación emocional de la Mayor Pavlichenko. Y, sorprendentemente, el guión no regatea críticas a los errores del Ejército Rojo, aunque se lean en clave diversa al mismo tiempo que, como es natural, exalta a los combatientes. Pero, además, es una película con un lirismo sobrio que huye de los planteamientos habituales de las inesquivables tramas amorosas. Yuliya está magnífica, compatibilizando en su interpretación la fragilidad de la muchacha con la frialdad inherente al francotirador, para darnos con su interpretación una audaz combinación moral, al ser capaz, aún en medio de los combates, de mostrar y descubrir en Luidmila la humanidad en medio de la insensibilidad, sin obviar las secuelas psicológicas que deja el frente y haber convivido con la muerte.

Por encima de lo anterior, nos deja una lección de patriotismo, camaradería y del sentido del deber, lo que da a la película elementos de validez permanente más allá de la historia de Liudmila Pavlichenko; aunque haya retornado para volver a tomar su fusil y recordar y exaltar a los héroes del Ejército Rojo.