La estantería del historiador

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ANSÓN, entre el plumero de la desmemoria y la obsesión anti-Franco, o cuando manipular se hace vicio.

De vez en cuando, aunque con plomiza insistencia, Luis María Anson, ese alabado periodista egregio, se acuerda de que le toca exaltar a su añorado Juan III, que ni fue rey -por más que se empeñe en presentarlo casi como rey en el exilio- ni por tanto fue III. Suele hacerlo preñando la historia de olvidos y verdades a medias, que son, en las más de las ocasiones, las mayores falsedades; olvidos que conducen a mitologías y falsificaciones. Y Anson es el último mitólogo de la Monarquía actual y el único que cree en el mito de don Juan.

Leo con retraso de un par de días una de sus «canela fina» cuyo augusto título es «Juan III, Juan Carlos I, Felipe VI», publicado en las vísperas del aniversario de la Victoria nacional -como el corrector automático me corrige para utilizar la mayúscula inicial así lo dejo- en la guerra civil. Vuelve Anson a lo de siempre, meterse con su odiado Franco, «EL DICTADOR», así, escrito con mayúscula superlativa no se nos vaya a olvidar, para ensalzar a un don Juan que defendía una «monarquía de todos». Entiendo que democrática, aunque él utilice la más ajustada definición de «parlamentaria» -la monarquía no es una institución en sí misma democrática, no es electiva sino hereditaria y eso es para la mayoría, menos para los monárquicos, poco democrático-. ¡Claro que eso de que don Juan defendía una monarquía como la danesa o la sueca desde siempre es mucho decir! Digamos que durante mucho tiempo solo fue demócrata liberal a ratos y que durante no pocos años fue más antiliberal que otra cosa, pero ese vicio, el de ser antiliberal, también lo tenía el joven Anson partidario de don Juan, aunque se le haya olvidado o lo considere un pecado de juventud (¡Entonces eran tantos los monárquicos aquejados del mismo pecado!).

Nos dice Anson -dejo a un lado las tonterías sobre la «envidia» que le tenía Franco, a don Juan no a él, por sus viajes a lo largo y ancho de este mundo (viajes particulares en barco) y por sus relaciones con los dirigentes de la época (aquí debería explicar cuáles y de qué tipo, más allá de las reuniones de las testas con corona donde, por cierto, eran simplemente los Barcelona), como si Francisco Franco no las tuviera o no le hubieran venido a ver a su palacio personalidades de su tiempo (¡Haga memoria don Luis María!)- que el objetivo de la Monarquía de don Juan era «devolver al pueblo español la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil». Y por la coda final del artículo me parece que anda entusiasmado por la aplicación antifranquista de la Ley de la Manipulación Histórica, siempre, eso sí, que solo se meta con Franco. No quisiera tenerle que recordar a Anson que ya puestos la Monarquía podía haber incluido, en su heroica lucha contra Franco -modo irónico claro-, el devolverle al pueblo español toda su soberanía, incluyendo votar si quería o no monarquía, porque si los secuestradores fueron el Ejército triunfante en la «guerra incivil» tendríamos que admitir que la expresión de esa soberanía era la II República y por tanto la actual monarquía tendría otra muesca más de ilegitimidad. También Anson, que se lamenta de la «guerra incivil», tendría que explicar cómo esa Monarquía, encabezada por Alfonso XIII y don Juan, con el concurso de la inmensa mayoría de los monárquicos, conspiraron desde el primer minuto para derribar la II República con el recurso al golpe militar que llevaría a una «guerra incivil», o Anson cree que los republicanos y socialistas de entonces se hubieran conformado. ¡Ah, ese don Juan¡, príncipe de los monárquicos antiliberales que le saludaban brazo en alto en Roma el día de su boda (¿fotos pérdidas don Luis María?); príncipe dispuesto a apartar a su padre por el bien de la Corona y al que el padre mandó de viaje de bodas un año para que no cayera en la tentación.

¡Ay, don Luis María!, que sin la «guerra incivil» y sin Franco la monarquía no existiría en España, tendríamos una república y Juan III, Juan Carlos I y Felipe VI hubieran andado o andarían como los Saboya o los Grecia, o tantos otros, dando lustre de título a algún Consejo o emparentados con alguna gran fortuna internacional. Y no se meta con las «monarquías árabes» diciendo que ese era el modelo de Franco -no el de Franco era el mismo que el de los monárquicos antiliberales como lo fueron don Juan y usted mismo-, entre otras razones porque algunas de ellas (Marruecos, Jordania , Arabia Saudí…) han sido y son muy amigas de Juan Carlos I y Felipe VI.

No voy a trazar aquí un memorándum de las declaraciones públicas de don Juan, o mejor dicho de las declaraciones que le escribían a don Juan. Sería una antología del cambio de opinión según el signo de los tiempos y la capacidad de predicción, nula por otra parte, de sus consejeros. Lo declararon casi falangista, y con reiteración tradicionalista y antiliberal, asegurando que de demócrata liberal ni un pelo. Se puso morado a felicitar por los avances y las victorias del Ejército de Franco en la «guerra incivil»; estuvo dispuesto a venir a combatir con los nacionales -media familia Borbón lo hizo- y se libró de morir a bordo del Baleares porque Franco era monárquico y no aceptó su ofrecimiento -Franco lo era, por más que Anson se empeñe a la hora de fabular a la contra-; sus conspiradores, los amanuenses de sus cartas y declaraciones, quisieron que fuera rey con los nazis para sustituir a Franco, rey con los rojos al finalizar la IIGM y creer que echarían a Franco, estuvieron dispuestos a aplaudir una invasión aliada y se callaron cuando con el cerco internacional se sometía al hambre a los españoles -eso es lo que Franco nunca le perdonó a don Juan-; le quisieron hacer rey del Movimiento, verdadero representante de los ideales del 18 de julio… que Franco le hiciera rey y Franco siguiera con todos los honores y, también, que fuera rey democrático, pero ya entrados los sesenta y especialmente cuando su hijo aceptó ser el rey de Franco. Y mientras don Juan andaba con esas cuitas fue Franco quien realizó una maniobra política única cuando las monarquías desaparecían del mapa: volver a poner un rey en la Jefatura del Estado. Y lo hizo en contra de la opinión de no pocos de los suyos y de la propia opinión pública, consiguiendo hacer de Juan Carlos y Sofía los Príncipes de una generación.

La obsesión de Anson con sus hábiles e inexactos escritos es blindar históricamente la Monarquía. Entre otras razones porque sabe leer lo que está sucediendo, porque sabe que la Ley de la Memoria Histórica no tiene solo como objetivo quitar las estatuas de Franco -quedarán cuatro o cinco en toda España-, ni las placas de las calles que llevan retirándose treinta años, sino que va a tirar por elevación y que su objetivo final será el último vestigio del franquismo: la monarquía volando la historia mítica de la Transición. Por eso Anson quiere borrar huellas; por eso cifra la legitimidad de la actual Monarquía en la transmisión de un derecho inexistente, porque don Juan nunca fue rey en exilio, ni fue nunca reconocido internacionalmente como tal, el único reconocimiento lo tenía el régimen de Franco; y la cifra también en la Transición realizada por Juan Carlos I (es de sonrisa eso de que don Juan se atrajo a toda la oposición, porque esa oposición apostaba por una República y lo único que veía en don Juan era un instrumento, un compañero de viaje o un tonto útil según se prefiera). Por eso también tiene que cambiar la historia de la Transición, readecuarla al signo de los tiempos. Por eso, sin solución de continuidad, habla de «pasar de una dictadura de 40 años personificada en el caudillo amigo de Hitler y Mussolini a una democracia pluralista plena»., como si en medio nada hubiera pasado. Un momento: ¿Pluralismo pleno? Pero si hemos leído al mismo Anson defender el modelo bipartidista recomendando utilizar la ley electoral para evitar el molesto pluralismo resultante de las últimas elecciones.

Pero volvamos a la argumentación. ¡Cambiar la Transición¡ Don Luis María vuelve a las trampas: Franco el amigo de Hitler y Mussolini, y en el mismo grado lo sería de Eisenhower, Nixon, De Gaulle, Faisal, Hussein… pero esto se le olvida. No, la Transición no fue solo obra de don Juan Carlos «que tenía la fuerza del Ejército» -Anson se olvida que esa fuerza no era por mérito propio sino porque era el heredero de Franco (a don Juan lo hubieran mandado otra vez a Estoril en el primer tren)- o de Tarancón, o de Marcelino Camacho o de «Felipe González que tenía la fuerza de los votos»…. (?) O quizás sea que quiere recordar a Felipe VI la necesidad de vincular la Monarquía, para su pervivencia momentánea, al socialismo como hiciera su padre.

Se le olvida a Anson -en realidad lo oculta- que la Transición fue posible realmente por la colaboración de los franquistas que consideraron que el régimen desaparecía con Franco y procedía su cambio; por el voto sí, pero de los franquistas; por los votos del franquismo sociológico que eran los que nutrían AP -el origen del PP fundada por la tira de ministros de Franco- y la UCD -que contó con el aparato mediático del franquismo, con los hombres del Movimiento en pueblos y provincias-, que sumados eran mayoría, una mayoría que la nefasta acción de gobierno de Suárez hundió. A ese proceso/proyecto abierto por el rey y los franquistas -la inmensa mayoría de ellos-, apoyado por la opinión pública que constituía el franquismo sociológico porque lo realizaba el heredero de Franco y los hombres y estructuras del Movimiento, se sumó primero el PSOE de Felipe González y después el PCE de Santiago Carrillo. Pero este nombre y el de Adolfo Suárez es borrado de la historia por Anson, porque el ilustre periodista necesita borrar a los franquistas de esa Transición y concederle el protagonismo absoluto a su rey y a los socialistas para que la Memoria Histórica no siga tirando del hilo.

Queda la coda final. Esa comparación que hace Anson entre el monumento por suscripción popular a don Juan que perdura mientras se quitan los erigidos a Franco como imagen de una justicia histórica. ¡Qué metáfora tan brillante para un maestro de la pluma! Bueno, recordemos que no pocos de ellos, los de Franco, también lo fueron por suscripción popular, alguno inaugurado después de la muerte de Franco; que cuando Franco murió se abrieron numerosas suscripciones populares para poner monumentos (el gobierno decidió que no era conveniente y el dinero ni se sabe a dónde fue a parar) y que ha hecho falta una ley totalitaria para retirarlos (en más de una ocasión con oposición popular y con intervención policial represora). Pero que no se apure don Luis María, probablemente es solo cuestión de tiempo que le llegue también el turno de la demolición a su monumento histórico favorito, porque de momento ya hemos visto cómo se retiran los retratos de Felipe VI de centros oficiales y se empiezan a quitar los nombres regios otorgados a construcciones y calles y yo no he visto aún a los fervorosos monárquicos salir a la calle en su defensiva.

CARTA ABIERTA A VICTORIA PREGO SOBRE BLAS PIÑAR

Usted se ha negado a decir toda la verdad.

Estimada Señora:

A duras penas si he podido llegar a concluir el vómito que, tras la muerte de Blas Piñar, fundador de Fuerza Nueva, usted ha perpetrado como presunto “obituario” en el diario El Mundo.

Me asombra que alguien que lleva tanto tiempo ejerciendo la profesión de periodista, que en ocasiones se muestra como analista política de altura, cronista oficiosa en imágenes de la Transición a la par que fiel entrevistadora de Felipe González, no haya sido capaz, pese a la distancia, la sabiduría y la amplitud del conocimiento que confieren los años, de pergeñar unas líneas originales y simplemente se haya limitado a un recorta y pega de lo que ya escribiera a finales de los noventa, en consonancia con la “historia oficial”, en un libro llamado “Diccionario de la Transición”, continuación de otro que venía a seguir explotando el éxito de una serie televisiva.

Al menos, eso sí, debo reconocerle la coherencia y correlación, como si nada hubiera leído, entre su capacidad de manipular en los noventa y la que vuelve a mostrar, sin duda por efecto de la copia, en este artículo. No debiera sorprenderme el tono porque usted escribe en un diario El Mundo, heredero directo de otro denominado Diario 16, que tienen como nexo en común la presencia de Pedro J. Ramírez, que para muchos de nosotros debiera rebautizarse como GRAPO-16. Medios que, al servicio de la mentira oficial o de los intereses conspiratorios de la clase político-mediática en cada tiempo, en compañía de otras publicaciones como la fenecida Cambio 16 -del mismo grupo- o la revista Interviú, escogieron como chivo expiatorio y como cortina de humo a la figura de Blas Piñar y a los militantes reales de Fuerza Nueva.

Usted ha sido una periodista de investigación en el tema de la Transición tan ecuánime que se vanaglorió de haberse negado a entrevistar a Blas Piñar, tras hablar con todo aquel que tuvo cierto papel en aquellos años. Todo ello pese a que, como ahora nos informa “fue una figura clave en los últimos años del Franquismo y los primeros años de la Transición porque lideró el movimiento ultraderechista Fuerza Nueva”. Y, naturalmente, si era una “figura clave”, debió decirse usted, “¿para qué conocer su versión de los hechos? ¿para que me estropee el bello cuento que yo estoy tejiendo?”. Permítame contestarle: simplemente, porque así usted podía presumir de objetividad a la par que ser fiel a la tesis oficial, pues ni tan siquiera es suya, de que la Transición se veía amenazada en plano de igualdad por un terrorismo de ultraderecha y por el de organizaciones como ETA y el GRAPO, siendo el primero mucho más terrible tratando así de reducir lo que éste último realmente significada y significa para España. Usted, como tantos otros, desde un Ministro del Interior a un Presidente del Parlamento agitaban el “fantasma de la ultraderecha”, culpable de todos los males, jugando a identificarla con Fuerza Nueva y su presidente Blas Piñar, pero muchas veces sin tener el valor de acusar de forma directa para evitar así el legítimo derecho de réplica y defensa ante los tribunales.

Fiel a su interpretación de la gran lucha por la libertad de la Transición, nos recuerda que la importancia de Blas Piñar se deriva de las “acciones violentas de Fuerza Nueva”. Y como en su libro de los noventa del cual copia busca acusar de forma indirecta y nos informa de los “grupos de acción” de FN, “entrenados en artes marciales, defensa personal y en el manejo de las armas” de los que saldrán la “mayor parte de los comandos terroristas que actúan en esos años y utilizan el crimen como arma política”. Olvidando entonces y ahora que los únicos que utilizan el crimen como arma política son los terroristas de  ETA y del GRAPO y no Fuerza Nueva. Pero, ¿qué más da?

Le escribo, señora Prego, como historiador y como militante -y por tanto testigo- de Fuerza Nueva desde finales de 1978. Soy de esos militantes jóvenes que nunca se enteraron de que se “entrenaban en artes marciales” y cuya temida “instrucción paramilitar” se limitaba a marcar aquello de “izquierda, derecha, izquierda”; soy de esos que veían con rabia lo que se decía de nosotros en esos medios en los que usted ha colaborado; de esos que buscaban la información veraz. Nunca ustedes, y la incluyo, periodistas al servicio del poder, reflejaron en sus medios cuando éramos agredidos, cuando nuestros militantes juveniles eran apuñalados o recibían palizas, cuando éramos tiroteados como en Vallecas -caso que usted menciona en su libro obviando naturalmente esos hechos-.

Usted, porque tenía acceso a la información, sabía perfectamente, por ejemplo, cómo en Córdoba nuestros militantes fueron apuñalados y presentados por la prensa como agresores por llevar la bandera de España, pero no iba a dejar que la verdad le estropeara la noticia. Cómo sufrimos el ataque aberzale a tiro limpio de los proetarras en el frontón de Anoeta en San Sebastián -y naturalmente tuvimos que defendernos para que no nos mataran-; pero para ustedes éramos culpables por ejercer nuestro derecho a expresarnos con libertad -sí con LIBERTAD- y a mí me parecía que todos ustedes daban la razón a los proetarras que nos atacaron.

Usted, porque tenía acceso a la información, sabía cómo se volaban nuestras sedes; usted era de esos periodistas que callaban cuando los agredidos éramos nosotros pero se exaltaban preñados de lucha por la democracia cuando nos defendíamos.

Mire usted, el primer acto de Blas Piñar que yo recuerdo, fue atacado por una abultada masa de energúmenos, armados hasta con barras de persianas, quedando una calle destrozada; pero al día siguiente sus titulares clamaban “incidentes en un mitin de Blas Piñar” y presentaban a los agredidos como agresores. En el primer acto público al que yo acudí como militante de Fuerza Joven fuimos recibidos a botellazos por una manifestación izquierdista, mientras la policía indicaba que no intervendría si no había sangre, pero nosotros podíamos ser atacados porque, en su mentalidad “nos lo merecíamos”; en Elche, por poner un ejemplo, cuando esperábamos la llegada de Blas Piñar para inaugurar una sede, fuimos encerrados en una plaza por la policía y brutalmente agredidos -así sin más- y recuerdo perfectamente como un familiar de quien mandaba la fuerza pública nos decía, estando con nosotros, que su marido había recibido órdenes de Interior de cargar bajo la amenaza de ser destinado al País Vasco -a excepción del que suscribe todos los mandos de Fuerza Joven fueron cayendo por efecto de las porras policiales-; a nosotros nos caían multas elevadas por exhibir la bandera de España mientras ustedes aplaudían las medidas. En noviembre de 1981 el entonces Ministro del Interior, señor Rosón, dijo quiero un centenar de detenidos y alguno acabó saliendo por ser amigo de un militante de FJ que entonces era novio de su hija y por el que conocimos la historia. Podría seguir, pero a usted señora Prego, entonces y ahora, todo esto le importaba muy poco. Así usted y otros podían hablar de la “violencia extremista”, para ocultar la desastrosa gestión de los gobiernos de la UCD alegando que eran cosas de la ultraderecha -sigue haciéndolo en su obituario- y miran para otro lado ante las miserias de la Transición, que no fue el bello cuento que usted elaboró, donde a nosotros, a los seguidores de Blas Piñar, nos tocaba ser los malos. Y nos tocaba ser los malos porque había que frenar el apoyo popular a Blas Piñar, porque había que impedir, mediante el miedo, que las decenas de miles de personas que acudían a sus mítines se transformaran en votantes. Si para ello era necesario proscribir la Verdad que más da parece que debió usted suscribir.

Habla usted de la violencia ultraderechista vinculada a Blas Piñar y a Fuerza Nueva, responsable de “numerosos asesinatos y atentados” para decirnos, manipulando utilizando el lenguaje, que el dirigente de FN es culpable porque la “implicación” –que no es autoría, fíjese como tuerce la palabra para sugerir sin decir- “directa o indirecta de miembros de Fuerza Nueva en acontecimientos sangrientos durante la Transición ha sido ampliamente demostrada ante los tribunales”. Pero no se atrevería a decir lo mismo de ninguno de los demás partidos en los que alguno de sus miembros se vio implicado en hechos similares. Usted sabe que esos “numerosos” fueron en realidad muy pocos y que la mayor parte estuvieron relacionados con lo que se ha llamado la “guerra sucia” contra el terrorismo. Usted sabe perfectamente que tras el Batallón Vasco Español o la Triple A, porque lo han escrito periodistas del mismo grupo 16 que entonces los achacaba sin sonrojo a la extrema derecha, y cuando se decía extremaderecha en la España de aquellos años se quería decir FN y Blas Piñar, estaban los primeros estadios de una guerra sucia que desembocaría en los GAL. Y algunos sabemos que para borrar las huellas hubo muertes nunca aclaradas -podría usted investigarla- como la del antiguo dirigente de Fuerza Joven Juan Ignacio González aunque se alejara de Blas Piñar y Fuerza Nueva.

Se asombra usted señora Prego, de que no se hayan investigado a fondo las “tramas negras del terrorismo fascista”, del que evidentemente trata de responsabilizar a Blas Piñar, y sus “contactos y apoyos en las Fuerzas de Seguridad del Estado”. Pero, usted que escribe en un medio afamado por su “periodismo de investigación”, ¿por qué no lo ha hecho? Le doy una razón: porque usted sabe que la historia, esa que no se quiere investigar, fue siempre al revés. Que desde determinados servicios se buscaban en aquellos años jóvenes impulsivos, jóvenes que creían hacer un servicio a España, mano de obra barata para la guerra sucia que allanara caminos y abriera puertas. A alguno, implicado en esos hechos a los que usted se refiera, se le advirtió. Yo mismo podría contarle cómo se te acercaban y cómo algunos picaban para realizar algún hecho violento y eran inmediatamente detenidos. Y, después, ustedes en vez de exigir que se investigara hasta el final, como nosotros hacíamos, preferían mantener la historia oficial.

Pero es que además, señora Prego, usted carece de valor. Vuelve en su artículo, recorta y pega, como se hacía en los años noventa, a hablar de “tramas civiles” -llamémosla con corrección- de la operación del 23-F, pero sin citar cuáles eran realmente y lo alejadas que estaban de eso que llama la “ultraderecha”. Al menos reconoce que Blas Piñar nada tuvo que ver. Y eso después de hartarse a sugerirnos que lo que a Blas Piñar gustaba era gritar “¡Ejército al poder!”.

Podía usted, señora Prego, haberse ahorrado el vómito. Supongo que lo ha hecho porque en el fondo, como tantos otros, no ha podido soportar la coherencia de un hombre que tuvo la virtud de ser el espejo en el que no querían mirarse tantos demócratas de nuevo cuño, entre ellos incluyo a políticos y periodistas. Todos ellos, y otros como usted, le eligieron como el blanco perfecto, el hombre a quien podían entregar a las fieras mientras tocaban la lira, acusándole de todo cuanto ellos habían sido.

Atentamente,

Francisco Torres García.

La definición del régimen de Franco: polémica, trasfondo y realidad

No parece que cese, transcurrida una semana desde que se desatara, desde medios de izquierda autodefinidos como antifranquistas, que, en muchos casos, hacen del antifranquismo retrospectivo un elemento esencial de su corpus ideológico, un interesado e interesante debate sobre la definición del régimen de Francisco Franco iniciado a raíz de la noticia de que, el prestigioso historiador, Luís Suárez Fernández, en la entrada biográfica de Francisco Franco en el Diccionario Biográfico Español, obra de la Real Academia de la Historia, defina dicho sistema como régimen autoritario y no totalitario, en vez de recurrir al usual calificativo de dictadura.

El profesor Suárez Fernández, como ha explicado reiteradamente en estos días, ha utilizado una definición científica para rotular un régimen político que calificado como dictadura, desde un punto de vista meramente conceptual y sin mayor definición, hubiera reflejado, a la larga y no coyunturalmente, una pobreza intelectual que no estaría acorde ni con la pretensión de la obra, ni con el prestigio del autor, ni con la naturaleza de la institución que la ha impulsado.

La izquierda antifranquista, tanto política como mediática, que también ha hecho de la mal llamada “memoria histórica”, que en muchos de sus aspectos es una simple falsificación histórica cuyo objetivo es, siguiendo las pautas del irracionalismo, dotar de un universo mitológico atractivo a una izquierda que ha perdido sus mitos, como no podía ser de otro modo, se ha movilizado para pedir, por más justificaciones que se busquen, la aplicación de la censura y la retirada de ésta y otras biografías que, simplemente no cuadran con su universo mitológico. A ello se han sumado quienes, por cobardía moral ante la posibilidad cierta de que también les acusaran por ello de franquismo, no han tenido el valor de salir en defensa de la libertad. De ahí la errática toma de postura de algunos medios de comunicación adscritos al centro-derecha, simbolizados en el contenidos de los editoriales y artículos de opinión del diario EL MUNDO que, en uno de sus editoriales ha acabado abogando, disfrazándolo de rectificación, por la aplicación de la censura. Y, ante la falta de respuesta, tanto desde los medios conservadores como desde el mundo científico, el PSOE ha acabado pidiendo la retirada inmediata de la obra y la creación de una Comisión que corrija lo que los hombres de Rubalcaba denominan “imprecisiones e incorrecciones históricas” o lo que es lo mismo el sometimiento de la historia a la versión de la izquierda merced a la creación de un auténtico comisariado político.

Arquetípico de la posición intermedia en el debate es el largo artículo publicado en la Tribuna del diario EL MUNDO por el catedrático de Derecho Constitucional y presidente del Consejo Editorial de dicho diario, Jorge de Esteban. Mal empieza y mal acaba cuando, como casi todos, desacredita la idoneidad del catedrático Luís Suárez Fernández acusándole de subjetividad y cierra, como argumento de su defensa de la calificación de dictadura, recordando, como aval la represión contra la oposición ejemplificada en que se “decretaron varias penas de muerte poco ante de morir Franco. Digo mal acaba, porque este recurso, por otra parte muy habitual, es una distorsión de la realidad utilizada por su efectismo. Se refiere el catedrático de Derecho Constitucional a las sentencias ejecutadas de varios terroristas no por oponerse a Franco sino por cometer actos de terrorismo, que hoy parece que se entienden, por algunos, como justificables.

Afirma Jorge de Esteban que dada la proximidad del personaje, como sucede en otros casos en el Diccionario, la objetividad es difícil y que debiera haberse buscado, especialmente en este caso, otro autor ya que el profesor Suárez Fernández está descalificado, pese a su obra, por su “simpatía hacia el personaje al que conoció personalmente y al que le unen demasiados vínculos afectivos”. Es posible que tenga razón, pero la misma razón en sentido contrario podría esgrimirse para vetar al 99% de los historiadores que muestran un indisimulado antifranquismo que en sentido inverso, debido a la antipatía que les suscita el personaje, se dejan llevar por la animosidad.

Dejando a un lado las disquisiciones sobre la idoneidad del autor y del problema subjetividad que él mismo plantea en la mitad de su artículo, entremos, como él hace, en el debate sobre el calificativo. Afirma que la definición de “régimen autoritario, pero no totalitario, no se acomoda con la realidad de los hechos”, siendo partidario de utilizar el término dictadura; es más, que el régimen de Franco “es un ejemplo paradigmático de dictadura” y para ello se vale de una explicación desenfocada -entiendo que un tanto superficial por razón de espacio- de la evolución institucional del régimen a través de la revisión de las denominadas Leyes Fundamentales, lo que vendría a ser la Constitución abierta del régimen franquista. Análisis ponderado que se quiebra para convertirse en especulativo al final de su artículo.

En mi modesta opinión el profesor Jorge de Esteban lo que ha hecho es una suerte de florilegio tratando de dar entidad a lo que no pasa de ser la visión simplista y de manual sintético de Franco y su régimen: una dictadura con una serie de leyes sin otro valor ni entidad que su mera existencia; leyes inaplicadas destinadas a dar un barniz propagandístico y una aparente legitimidad institucional a lo que no era más que la cubierta del deseo y la ambición del general Franco de mantenerse y ejercer el poder. Visión simplista a la que, evidentemente, la definición que mejor cuadra es la de dictadura personalista. No siendo, en ningún caso, posible definirlo como régimen autoritario o totalitario.

Recordemos, porque a veces se olvida con suma facilidad, que estamos ante un debate científico o que, al menos, debería haberse sostenido dentro de esos márgenes, que se ha transformado, por impulso de la izquierda política y mediática, en debate ideológico y político. A veces se olvida que para la inmensa mayoría de los ciudadanos dictadura y autoritario vienen a ser lo mismo; y aunque el término totalitario es menos usual, una rápida encuesta probablemente nos dijese que en la práctica es una voz sinónima. ¿Por qué entonces sacar el debate del área de lo científico como se está haciendo?

Creo que por que a todos conviene. No es que, como se ha dicho y escrito, la utilización de la definición del régimen de Franco como autoritario y no totalitario le haga mejor o peor, ni que con ello se buque blanquear la figura de Francisco Franco, como interpretaba, también en el diario EL MUNDO, que en su haber debe incluirse el facilitar a los lectores el acceso a todas las opiniones, el dibujante Ricardo, es, sencillamente que con el término dictadura se busca ocultar o aminorar la importancia de dos realidades fundamentales: primera, que el régimen de Franco contó con un importante y amplio apoyo social y popular, entre otras razones porque era producto de una rebelión que, más allá del golpe fracasado, fue cívico-militar; segunda, que el régimen de Franco es la resultante de una coalición político-social que equivale a lo que sería en la actualidad el centro-derecha español, con participación entusiasta de lo que se conocen como “los catalanes de Franco” y los aún no estudiados “vascos de Franco”. Realidades que hoy, naturalmente, conviene proscribir porque configuran una realidad muy distante a la imagen simplista de dictadura personalista y opresiva que se quiere transmitir.

Volvamos al artículo del profesor Jorge de Esteban. Decir que el régimen de Franco fue una dictadura, aferrándose al término sólo y en razón de la carga negativa y pervertidora de la realidad antes apuntada, es decir muy poco. Argumentar la validez del término en función de un análisis desenfocado de las Leyes Fundamentales, indicando que en realidad la “auténtica Norma Fundamental fueron las leyes de 1938 y 1939”, que fundaron una dictadura, es contemplar sólo una parte de la realidad.

Nadie niega que el régimen del general Francisco Franco comenzara siendo una dictadura personal. No podía ser de otro modo. Los generales sublevados, en función de las circulares del general Mola, tenían previsto instaurar una “dictadura militar” que entraría dentro de los parámetros de lo que sería -forzando la interpretación- una dictadura comisoria por mandato autoasumido (la dictadura del general Primo de Rivera es una dictadura de este tipo). Por fuerza, como el profesor Jorge de Esteban no ignora, una situación revolucionaria que derriba o carece de aparato jurídico-institucional deriva siempre en una concentración de poderes más o menos temporal, en una dictadura. En qué radica la “originalidad” o la “diferenciación” del franquismo: en la progresiva autolimitación de esos poderes, bien sea en la praxis o en el orden jurídico-institucional. Tanto en la práctica como en la evolución del régimen esa es una realidad difícilmente prescindible. El profesor Jorge de Esteban, para sostener su tesis, estima que la única intención de Franco al hacer eso, la autolimitación del poder, era “tener todos los poderes -entiendo que por ambición de poder- y durar en su cargo de forma vitalicia”. Es posible pero no probable y en todo caso es una interpretación más especulativa que objetiva.

Si el profesor Jorge de Esteban, además de analizar las Leyes Fundamentales, reparara en el planteamiento del propio Franco creo que matizaría su apreciación. El historiador, que debe rehuir el planteamiento especulativo para escapar, dentro de lo posible, a la subjetividad propia o ambiental, no puede obviar, y mucho menos en el caso de la existencia de un poder personal última instancia de las decisiones fundamentales, lo que el protagonista presenta como su proyecto político para valorar si después obra en coherencia con el mismo. Curiosamente las líneas maestra de sus objetivos y actuación subsiguiente las plantea Francisco Franco, pese a que sean numerosos los historiadores que lo minusvaloren, entre 1937 y 1938. El general Franco afirma que su objetivo es crear un “régimen autoritario de integración nacional”, bajo los principios de autoridad y jerarquía, que asume como función primordial la “ingente tarea de reconstrucción espiritual y material” y que en el futuro, cuando esté concluida la obra, será el pueblo el que decida si vuelve a la monarquía, y eso lo hace cuando calificarse como dictador no tenía ninguna carga peyorativa o negativa.

Se equivoca, como se equivocan muchos autores, el profesor Jorge de Estebada no en el análisis del conjunto de las Leyes Fundamentales, cuyo horizonte en el pensamiento de Franco, su razón de ser, no era poner fin a su magistratura vitalicia, aun cuando se aferrara, casi siempre, al estricto cumplimiento de las mismas una vez promulgadas, sino ser la base del régimen que dejaría a un heredero con poderes más limitados: el actual rey. Un rey cuya legitimidad de origen está en Franco y en la sublevación de julio de 1936, sin ambos no existiría la monarquía.

Para el profesor Jorge de Esteban estas leyes son fruto de la necesidad de Franco de acomodarse a las circunstancias políticas exteriores e interiores. Interpretación que no se ajusta a la realidad global, pero muy eficaz a la hora de mantener la ficticia imagen del dictador que lo hace todo, lo controla todo y lo dicta todo. La realidad es que todas esas leyes fueron fruto de un largo y enconado debate político entre las diversas fuerzas políticas que convivieron en el régimen de Franco. Un debate fundamental que los historiadores prefieren reflejar en un segundo plano: el de la institucionalización del régimen (incluyendo a los que no querían que se institucionalizase y fuera una simple dictadura más o menos transitoria). En este proceso es Franco quien toma la decisión final y resulta que ésta estuvo siempre condicionada por su decisión de sacrificar la celeridad, que dados sus poderes fundacionales era prescindible, al consenso. De ahí que escogiera el modelo de Constitución abierta.

No repara el profesor Jorge de Esteban en un hecho clave, las leyes de 1938 y 1939, incluyendo el fundamental Decreto de Unificación de 1937, que olvida, son resultado de la pretensión totalitaria de Ramón Serrano Suñer. Construcción totalitaria que el propio Franco acaba desechando y que abre un proceso de institucionalización distinto. Olvida el profesor Jorge de Esteban que, además del debate, que existió y muy fuerte, entre cada Ley Fundamental, aparecen una serie larga de leyes que van construyendo el aparato institucional del régimen. No son las Leyes Fundamentales, como parece inferirse del artículo, entes aislados que aparecen en función de las circunstancias, son colofón de esos procesos. Y es, en el periodo 1937-1942, en las leyes y decretos que son responsabilidad última absoluta de Franco, en el que se desecha la vía totalitaria, siendo el colofón la Ley de Cortes de 1942. Todo ello sucede en simultaneidad al debate sucesivo sobre dos proyectos constitucionales completos, convertidos en algo así como el uno contra todos, diseñados por Ramón Serrano Suñer y por Eduardo Aunós.

¿Qué sucede a partir de aquí, de la proscripción de la vía totalitaria? Pues lo que el profesor Fernández Carvajal denominó la aparición de una “dictadura constituyente”, que busca crear un aparato institucional propio con un horizonte de permanencia, como régimen político estable, más allá del propio Franco. Un régimen que en ese proceso asume como objetivo el desarrollo económico y social, de ahí la definición de “dictadura de desarrollo”, uno de cuyos efectos es la aparición de esa “clase media como nunca había existido en España” que cita el profesor Jorge de Esteban, pero que no aparece, como podría inferirse de su escrito, como un ectoplasma a pesar del régimen sino que es impulsada por éste.

La resultante de ese proceso es la aparición del “régimen autoritario de pluralismo limitado” definido por le politólogo Juan Linz, que es lo que inicialmente se proponía el propio Franco y, probablemente, la definición descriptiva más ajustada a lo que fue el régimen. Una definición con tanta validez científica como otras y que no implica un juicio moral sobre el mismo. Lo contrario es la interpretación especulativa que conlleva la subjetividad ideológica del antifranquismo retrospectivo que tantos lleva dentro y que aflora cuando surgen este tipo de debates.

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