La estantería del historiador

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Por alusiones, réplica a un artículo mío sobre García Lorca y la Fundación Nacional Francisco Franco.

Leo en el diario La Razón del 13 de este mes un artículo firmado por Víctor Fernández titulado de forma sensacionalista «Así habla la Fundación Franco de Federico García Lorca», acusando a esta de insistir en los «tópicos falsos sobre el poeta granadino», aunque debiera, para ser exacto en la expresión, anotar «sobre el asesinato del poeta granadino».

Voy a prescindir de comentar la intencionalidad del autor, pero sí subrayar que, por lo que desgrana, su conocimiento sobre la bibliografía publicada sobre el asesinato de García Lorca me parece algo superficial (esto no es más que un juicio de valor y por tanto pudiera estar equivocado).

Tampoco voy a adentrarme en los tópicos a los que el autor recurre en su argumentario. Le recomendaría que revise la bibliografía existente, que me parece que, en líneas generales, desmiente su afirmación sobre «los pocos datos que tenemos» pese a la abundancia de trabajos publicados sobre la cuestión. Al contrario, tenemos muchos datos y hasta están identificados con fotografías publicadas los integrantes del grupo de asesinos. Cosa distinta es contar con un documento que nos precise la razón o razones del crimen de forma concreta. Algo sobre lo que se puede debatir, como de hecho se hace, aunque existe un cierto consenso a la hora de estimar el peso que tuvieron las circunstancias y las luchas de poder en Granada en el asesinato de García Lorca.

Las referencias a estos supuestos pronunciamientos de la Fundación Nacional Francisco Franco son los artículos que aparecen en su web firmados por Ángel Martín David Rubio y por quien esto suscribe (Francisco Torres: «En torno a los papeles de García Lorca»» https://fnff.es/actualidad/640626614/en-torno-a-los-papeles-de-garcia-lorca.html 2015). Artículos que, evidentemente, no son la expresión del pensamiento de la FNFF. Artículos que, según Víctor Fernández, están destinados a «contar de otra manera aquel crimen». Acusando directamente a los autores de esos artículos y, por elevación, a la FNFF de tergiversar la realidad. Revisemos las afirmaciones de Víctor Fernández en lo que a este autor compete:

Primera.- Nos dice que «la fundación franquista no pierde la oportunidad para alentar la teoría de que Lorca y José Antonio Primo de Rivera eran amigos». Aduce el periodista como prueba que este autor, en su artículo, «llega a apuntar que el poeta fue una influencia lírica para José Antonio» . Subrayemos que la influencia no implica amistad en el sentido amplio de la palabra sino solo eso. Sería muy prolijo subrayar esa influencia entre las imágenes retóricas de José Antonio y los textos de García Lorca, sobre lo que algunos autores han escrito. Pero baste recordar que García Lorca tuvo una notoria influencia en muchos autores y escritores de la época independientemente de su adscripción ideológica; subrayemos que Primo de Rivera compartía ese mundo y que a su lado había una «corte literaria» que aparece bien retratada en el trabajo de los hermanos Carbajosa. Que José Antonio admiraba la obra teatral de García Lorca es un hecho constatado, también la de Casona; que José Antonio deseaba conocer a García Lorca, como yo sostengo en el artículo, por esa razón literaria, es otra realidad constatable (ya que según parece ha leído la biografía de Ximénez de Sandoval debiera saber que este autor avala mi afirmación, cosa que naturalmente no cita).

Cabría recordarle al colaborador de La Razón, Víctor Fernández, que hubo en La Barraca -el grupo teatral de García Lorca- varios falangistas, alguno de los cuales sería asesinado por los frentepopulistas, entre ellos el autor de los decorados de las obras, Alfonso Ponce de León. Por otro lado, indicarle que no es que este autor y la FNFF «aliente» nada, sino que es usual que se «aliente» -según su descripción- esa amistad sobre la que, como se puede leer en el párrafo mío que reproduce, yo tengo mis dudas y reduzco en todo caso a la mínima expresión -al contrario de lo que supone el autor que afirmo-: los encuentros directos «debieron durar muy poco». Lo que evidentemente difícilmente puede interpretarse como constatación de una amistad (en todo caso fueron fuentes no achacables al franquismo las que afirmaron que se iban a cenar todos los viernes, lo que resultaba imposible dadas las fechas en que se indicaba). Pero, como se anota en mi artículo, acababa de salir un libro que, según la prensa, afirmaba que existieron esos encuentros, remitiéndome a su lectura antes de dar una opinión que por fuerza no podía  emitir en ese momento.

No voy a recordarle, porque como experto en el tema que parece ser debe conocerlo, la reiteración  («alentadores») en esa amistad en fechas recientes en espectáculos teatrales. En la cartelera tiene Víctor Fernández la obra En tierra extraña de Juan Carlos Rubio sobre la vida de Concha Piquer antes de la guerra, en la que aparecen García Lorca y Rafael de León y se habla sobre esa amistad; o la obra  José Antonio y Federico de Jacobo Julio Roger, estrenada por Carme Teatre en 2019 y que tuvo cierta repercusión. El debate sobre la «amistad» entre ambos personajes se ha mantenido en el tiempo sin que me parezca que Víctor Fernández haya dirigido hacia este sus críticas o sus reflexiones sobre los «alientos» y su intención (en todo caso, ¿cuál era el problema en que tuvieran una cierta amistad?; es incomprensible el sentido de su razonamiento). Con motivo de la publicación de una de las últimas aportaciones, la obra del experto en García Lorca, Carlos Mayoral (Yo maté a Federico, 2022), este afirmó: «yo creo que no llegaron a ser amigos en el sentido estricto de la palabra» (siendo por cierto lo mismo que quien firma estas líneas sostiene), pero  «sí que creo que había una cierta admiración por parte de José Antonio hacia Lorca, eso es evidente y está documentado» (lo que también sostengo).

Segunda.- Se refiere, con una mala y sesgada lectura, a mi artículo con respecto al informe de la Jefatura Superior de Policía de Granada publicado en 2015 (que Víctor Fernández considera como opinión de las autoridades franquistas, lo que no es más que una elevación para que el lector entienda que era algo así como la opinión del Estado, indicando que se trataba de la correspondencia entre jerarcas del régimen, pero sin anotar que este autor analizaba el informe policial). Texto que motivó el artículo a que hace referencia analizándolo (no era un artículo sobre los hechos, sino sobre el informe, cuestión que no parece comprender); informe que ha consultado, me parece, Víctor Fernández de forma apresurada. Y es en este punto donde de forma burda, fruto de una lectura apresurada, manipula y descontextualiza para concluir que quien suscribe «apoya las teorías del hecho aislado consecuencia de rencillas familiares. Es decir, nada de política. Caso cerrado».

Mi artículo, que fue publicado en varios medios, es de fácil acceso, por lo que cualquiera puede leerlo (un mínimo de rigor debiera exigir que se incluyera el título, el enlace o referencia a lo que se critica, pero eso dejaría en evidencia al señor Víctor Fernández), pero detengámonos en algunas de las intenciones que me achaca.

Dice Víctor Fernández, y dice mal, que este autor realizó el trabajo de quitarle importancia al tema por encargo de la Fundación Nacional Francisco Franco, lo que no solo es falso, sino que revela la intencionalidad del autor que no es necesario que yo explique.

La FNFF no me encargó nada, ni el artículo le quita importancia a nada. Lo que se afirma es que el contenido del informe de la policía de Granada con respecto a las acusaciones sobre condición sexual y orientación política de García Lorca no era novedoso en 2015 (puede que Víctor Fernández no lo conociera hasta entonces), sino que estaba en el Expediente de Responsabilidades Políticas publicado en los años ochenta. Incluso señalaba yo que en el informe policial de 1965 ya no se incluían afirmaciones irreales contenidas en aquel expediente: «Eso sí el “ideario comunista” es ya socialista y no se hace referencia a sus pretendidos poemas contra Dios -corrieron poemas falsos en Granada en 1936- o que casi fuera un hombre de Moscú».

Lo que Víctor Fernández ha ocultado celosamente de mi artículo es toda referencia a la protección brindada a García Lorca por los falangistas que es un hecho constatado. Al menos debería haber dicho que en Granada unos quisieron matarle y otros protegerle, y que los primeros, lamentablemente, ganaron la partida.

En alguna ocasión, en su artículo, Víctor Fernández se pregunta por ¿cómo sé? Le reitero que en el artículo se van citando los autores de trabajos en los que se hacen esas menciones. Por otro lado, si conociera las declaraciones de Franco sobre el asesinato de García Lorca, que no son muchas, sabría que la tesis de que fue obra de incontrolados fue la que él mantuvo durante la guerra y después. No es «según», sino constatación de que esa era su opinión. Pero para sustanciar esta cuestión me atengo a lo afirmado por Ian Gibson: «Ni Franco era Franco entonces y quien manda en Andalucía es Gonzalo Queipo de Llano y Franco no intervino para nada en lo que pasó con Lorca».

Vuelve a ser víctima de una lectura apresurada Víctor Fernández cuando, con notoria falsedad, escribe sobre mi artículo: «también se afirma que el investigador Agustín Penón… era agente de la CIA, algo que nunca se ha demostrado». Lamento tener que señalar de este modo, pero ¿cómo se puede llegar a deducir que he dicho tal cosa? Lo que yo escribo es: «Ike le indicó que no era así y que la CIA había investigado el caso (Agustín Penón) por lo que le remitiría un informe». Lo que se indica es que el autor Agustín Penón es la fuente de la cita, le acepto que pudiera prestarse a confusión.

Volvamos a la «acusación» de que este autor, y por ende la FNFF, apoya las teorías de un hecho aislado (no entiendo muy bien a qué se refiere como hecho aislado), «nada de política». Solo estimando que Víctor Fernández ha leído el artículo de forma apresurada, de forma diagonal, se puede entender tal cosa. Reproduzcamos, solo en parte, lo escrito asumiendo todas las limitaciones de la síntesis:   «Pero detrás [de la detención y el asesinato] lo que latía era la lucha por el poder entre los falangistas y los cedistas, aunque todos llevaran camisa azul, por el control político y nada mejor que eliminar la influencia de los jefes de FE acusándoles de proteger a un denunciado … La vida de Lorca no fue protegida pese a la promesa de la autoridad a los falangistas. No sabemos quién decidió trasladar a Lorca a la antesala de la muerte, si fue una decisión del gobernador civil, pero sí, y lo anota el documento, que fue sacado del Gobierno Civil por “fuerzas dependientes del mismo”…  Lo que nos dice la historia, ahí están los trabajos de Miguel Caballero y Antonio Ramos, es que en Granada pululaban a las órdenes del gobernador, pero también operando por libre lo que se han denominado “escuadras negras”, y entre ellas había una vinculada a las milicias falangistas que Narciso Perales eliminó rápidamente cuando ocupó la Jefatura en agosto».

Evidentemente se puede sostener que García Lorca fue asesinado solo por ser homosexual y favorable al Frente Popular, siendo esto matizable, o por ser simplemente republicano, o por hacer un verso sobre la Guardia Civil, pero lo que otros sostenemos es que fue víctima de las luchas políticas internas en la Granada de agosto de 1936, también del «odio» que el poeta despertaba en algunos ambientes a lo que no fueron ajenos algunos familiares (véase el trabajo de Miguel Caballero o el documental Lorca, el mar deja de moverse de Emilio Ruiz Barrachina, 2006), como lleva publicándose desde 2006  -no por las publicaciones de la FNFF-, algo que ningún autor niega, aunque cada uno de mayor peso a una u otra razón.

Finalmente, como contestación, ante el juicio de intenciones, sin basamento, que Víctor Fernández hace, reproducir la conclusión del artículo citado; y las conclusiones son fundamentales. Conclusión que es la contraria a la que él sostiene que este autor y por elevación la FNFF hace:

«La realidad es que, como en 1948 escribía Pemán, fue “un episodio vil y desgraciado totalmente ajeno a toda responsabilidad e iniciativa oficial”, entendiendo por tal a Franco añado yo. Como apunta Pilar Tarres en los “desaciertos mortales” de Federico, el “destino le colocó en el lugar desacertado en el momento inoportuno”. Pero todo esto no quita al crimen ni el calificativo de execrable, ni permite que pueda admitirse justificación coyuntural alguna para los asesinos, ni que se olvide que fueron los “falangistas antiguos” los que inútilmente le protegieran e intentaran salvarle».

Lo que por una grado de honestidad intelectual mínima también debería haber mencionado o incluso, en vez del titular, utilizado con clara intención de perjudicar a la FNFF, siguiendo su propio razonamiento, rotular el artículo, probablemente con mayor éxito para la difusión, del siguiente modo: La FNFF considera execrable el asesinato de García Lorca… ni hay justificación coyuntural alguna para los asesinos. Pero me temo que esto no interesaba al colaborador de La Razón, señor Víctor Fernández.

Entierro de Marina Moreno

Dos enfermeras, una falangista y otra carlista, caídas en la guerra y una cruz en el plano.

En la euforia que se vivía entre los que se habían sumado militantemente a la rebelión contra la república del Frente Popular en Zaragoza desde el 18 de julio de 1936, con la gran movilización realizada por Acción Ciudadana y de fuerzas como la Comunión Tradicionalista, Renovación Española y Falange Española, a las órdenes de Jesús Muro, uno de los pocos líderes falangistas que no fueron víctimas del Frente Popular al quedar en la zona controlada por el gobierno de la República, convertida en pocos días en gran catalizador, hay que subrayar algo que no se ha tratado con suficiencia en la historiografía: el apoyo femenino a los sublevados desde los primeros momentos. Si seguimos los datos de la propia Sección Femenina falangista, llegarían a movilizar a medio millón de mujeres «combatientes» en toda España (en la zona frentepopulista, de forma clandestina, actuarían unas 6.000).

Estas mujeres actuaron sobre todo en la retaguardia nacional pero también en las proximidades a los frentes de combate. Una parte de ellas se integrarían, posteriormente, cuando se organizara, en Frentes y Hospitales.

Estas enfermeras falangistas, pese a no estar en primera línea, dejaron un tributo de sangre en diversos lugares de la geografía bélica. Durante la guerra o al acabar la misma recibieron tributo de homenaje y admiración, les dedicaron calles en municipios; sus nombres estuvieron vinculados a organizaciones de la Sección Femenina tan destacadas como, por ejemplo, las cátedras ambulantes; fueron condecoradas con la Y de la Sección Femenina; algunas supervivientes vieron como Franco prendía en su pecho la condecoración merecida; pudieron recibir las heridas que sobrevivieron la Medalla de Sufrimientos por la Patria… Fueron presentadas, lo que parece molestar a quienes se han acercado a esta historia, a veces pidiendo perdón por hacerlo, como modelo de virtudes y ejemplo de sacrificio a imitar (¿no es un ejemplo de virtud y sacrificio morir atendiendo a heridos en frente de guerra?)… Ilógicamente, ya antes de que se pusieran de moda las leyes de memoria histórica/democrática, mientras avanzaba la Transición y con la llegada la izquierda al poder, las calles perdieron el nombre que hacia perdurar su recuerdo. Y salvo casos excepcionales su historia fue proscrita.

Una de aquellas enfermeras voluntarias, de los primeros instantes, fue la zaragozana Marina Moreno Tena, caída en acto de servicio un 16 de agosto de 1936. Pudieron también dejar la vida, de no mediar una acción armada de rescate, sus compañeras Manolita Cortés García y Pepita Losilla. Todas ellas afiliadas de la Sección Femenina que dirigía Julia Aguilar. Marina se había incorporado en julio a la 1ª Bandera de Falange. Aquellas chicas utilizaban como improvisado uniforme una falda larga, camisa azul y la típica gorra cuartelera. Su sede se situó en un colegio de la ciudad. En pocas semanas eran 3.000 las muchachas alistadas. Los padres de Marina y Manolita, ambos comandantes, y es un dato a subrayar y tener en cuenta a la hora de evaluar la capilaridad de la sublevación, figuraban entre los sublevados el 18 de julio. Manuel Moreno estaba al frente de un embrión de unidad legionaria que, en septiembre, daría origen al Tercio Sanjurjo.

Todas ellas eran muy jóvenes. Marina tenía 18 años y cuando estalló la guerra estaba estudiando comercio. El domingo 16 de agosto actuaron como enfermeras en un convoy médico. No hemos podido precisar si el coche-ambulancia y el camión que lo componían llevaban distintivos como sanitarios. Su misión era llegar hasta un frente aparentemente tranquilo. Sin embargo, una columna anarquista avanzó sobre Almudévar, llegando hasta la carretera de Huesca por la que avanzaba el convoy. Era una zona en la que políticamente la CNT tenía una gran fuerza, constituyendo la próxima Tardienta un punto estratégico en la zona de combate.

Los diversos testimonios sobre lo sucedido, más precisos que el relato de prensa, son muy similares, aunque un tanto confusos sobre el inicio de la emboscada. En el coche-ambulancia iban, con su chófer, el comandante médico Oliván y el doctor Alonso Lej; detrás el camión con el médico falangista Ángel López Onde, 11 falangistas y las 3 enfermeras. El coche-ambulancia, adelantado, fue tiroteado. Probablemente intentaron salir bajo el fuego enemigo y repeler la agresión, ya que el cuerpo del comandante Oliván Anadón quedó en el suelo junto con el de su conductor. El doctor Alonso Lej consiguió escapar siendo asesinado después.

Es evidente que la distancia entre los vehículos hizo que el camión no tuviera noticia de lo que había pasado y por lo tanto tomar precauciones. Igualmente, que los atacantes dejaron los cadáveres y el coche como señuelo y aguardaron la llegada del resto del convoy. Al llegar, el camión se detuvo. Ignorantes de lo sucedido comenzaron a bajar del camión para auxiliarles. En ese momento los cenetistas abrieron fuego. Manolita y Marina iban a ser alcanzadas, algunos falangistas cayeron al instante, otros fueron heridos. Las tres enfermeras se abrazaron y Marina recibió los disparos mortales en la espalda, mientras Manolita sangraba en sus dos piernas. Los anarquistas abandonaron la protección al cesar cualquier resistencia. Las muchachas vieron como sus camaradas eran rematados mientras aguardaban la muerte. Y el cadáver de Marina expoliado de sus medallas y alguna joya.

Manolita Cortés tenía dos heridas de bala en las piernas. Inesperadamente el jefe de los anarquistas indicó al médico, Lope Onde, que atendiera a la muchacha. Tras terminar su labor, allí mismo, cayó asesinado sobre el cuerpo de la propia chica herida. No es difícil comprender el terror del momento. Ambas falangistas, Pepita y Manolita, debieron temer lo peor cuando los milicianos las encerraron en la estación de Almudévar. Difícilmente se puede estimar que se equivocaran al reconocer al jefe anarquista: Hilario Salanova Carretas, conocido como «El Negus». En alguna publicación se indica que fue el responsable del lanzamiento de las bombas sobre el Pilar en septiembre, lo que carece de toda lógica al tratarse de un bombardeo aéreo.

Natural de Grado (Huesca), nacido en 1900, había sido destinado a África en 1921. Después se instaló en Barcelona donde ingresó en la CNT. Tras la represión de la sublevación en Barcelona, en julio de 1936, marchó con la columna anarquista que avanzó hacia Zaragoza-Huesca. Un testimonio reciente avala el contenido de la documentación de la Causa General que después mencionaremos. Salanova era uno de los mandos de Los Aguiluchos. Volvió a la zona de Huesca en agosto, participando en operaciones de detención de «fascistas» en los pueblos. Vicente Burrel ha relatado lo acontecido en La Puebla de Castro, donde vivía un compañero de mili de Salanova. Su nombre estaba en el listado que le habían entregado a Salanova para proceder a su detención. Este, al llegar al pueblo, no solo le advirtió, sino que le pidió que le indicara si otros nombres de la lista eran «enemigos». Al indicarle que no, que quizás contrarios a la colectivización anarquista, Hilario no detuvo a nadie.

No había sido así en su pueblo, el Grado. Según la documentación de la Causa General llegó allí al mando de una sección de Los Aguiluchos, el 14 de agosto, para llevarse a 12 vecinos. Sin embargo, probablemente tras hacer una comprobación, solo fueron cinco los detenidos (Joaquín Serrado Cosculluela, José Pérez Latorre, José Blanco Español, José Blanco Santaliestra y Alberto Español Valdovinos). Entre el kilómetro 13 y 14 de la carretera a Barbastro, en Peña Lacambra, los asesinaron: «En dichos asesinatos -se anota en la investigación posterior- hubo ensañamiento, ya que el José Blanco Santaliestra, hijo de José Blanco Español, les pidió a los asesinos que respetaran la vida de su padre al que contestaron que le iba a pasar como a él y colocándolos al borde del precipicio les hicieron fuego para que cayeran al río». Según la documentación: «también se ensañaron con Pedro Español Valdovinos, que le hicieron ir a recoger los cadáveres, diciéndole que iba para salvar a su hermano, y posteriormente se ensañaron con los familiares, que después de incautárseles de cuanto tenían no les daban lo necesario para vivir».

Dos días después se produciría la emboscada a los vehículos sanitarios. Es de suponer que había decidido entregar a las muchachas supervivientes o trasladarlas a una prisión. De hecho, quedaron bajo la custodia de un miliciano, «el estudiante», que las trató bien según el testimonio posterior. El 17, el padre de Manolita envió una columna bajo el mando de José Arija para intentar localizar a los desparecidos. Avanzaron y descubrieron el lugar de la emboscada y los cadáveres. Continuaron hasta las proximidades de la estación. Fue la joven Losilla quien los vio, haciéndoles señales desde una ventana. Los soldados se desplegaron para liberarlas, el miliciano que las vigilaba, aplicando las órdenes vigentes, tras ser detenido, fue ejecutado.

El cadáver de Marina sería velado hasta su entierro el martes 18 de agosto. La prensa recoge en sus páginas los actos de homenaje celebrados en su entierro. El féretro fue llevado también por muchachas de la Sección Femenina y escoltado por legionarios de su padre. En enero de 1939 Pilar Primo de Rivera le concedería la Y de plata de la Sección Femenina. En su tiempo fue considerada como la primera de las caídas falangistas. También en su honor, el 9 de septiembre, el consistorio le dedicó la calle antes llamada Galán y García Hernández, por ser la primera aragonesa muerta por «defender los sagrados intereses de España».

Un año después caería en el frente la enfermera carlista Agustina Simón Sanz, como enfermera del Tercio de Almogávares estaba en el hospital instalado en el Seminario de Belchite. Nunca dudó a la hora de acudir a primera línea y a las trincheras en el asedio del pueblo por las fuerzas del Ejército Popular. Se decidió evacuar el hospital, pero ella se quedó con los heridos. Fue detenida por los republicanos y llevada a Híjar junto con los demás. Le ofrecieron, para salvar la vida, que se pasara a los frentepopulistas: se negó. Atada en cuerda con otros carlistas sería sacada de la prisión y asesinada en las afueras del pueblo el 3 de septiembre de 1937. En 1939 se le concedería la Y de oro de la Sección Femenina.

Como en el caso de Marina, el ayuntamiento de Zaragoza le dedicaría una calle en la ciudad. Según revela el estudio de Ramón Betrán, la calle se escogió por razón de formar una cruz en el plano con la dedicada a Marina. Hoy, esta última, recibe el nombre de Paseo de la Constitución.

¿Casualidad o providencia? Releyendo a Onésimo Redondo.

¿Casualidad o providencia? No estaba previsto que un libro centrado en un tema local, aunque escrito, como es usual en mi trabajo sobre grupos, como muestra nacional, La vida por José Antonio. Entre la represión y el olvido (Ediciones Barbarroja, 2016), acabara presentándose en varias ciudades. Así, lo que en principio fue concebido como un trabajo de recuperación de la verdadera memoria histórica, coincidente con el aniversario de los hechos, el asesinato de más de 200 falangistas en la provincia de Alicante por el Frente Popular, pese a no ser un libro de distribución a librerías y ser un libro silencioso, lleva camino de tener en breve una segunda edición dada la acogida que le están dispensado mis lectores.

¿Casualidad o providencia? Incluía en este libro, como muestra de lo que fue la participación activa y no pasiva, prevista y no a resultas de unos hechos, de la Falange y los falangistas en la sublevación cívico-militar de julio de 1936 (algo que ya había desarrollado en mi anterior trabajo El último José Antonio, donde se abordaba la participación directa del fundador de la Falange en la fracasada sublevación de Alicante), un olvidado discurso pronunciado por Onésimo Redondo en Valladolid en la noche del 19 de julio de 1936: “Y al lado del Ejército -¡anotadlo todos!-, anótenlo sobre todo los que alimentan la esperanza de resurgir, está Falange Española de las JONS. Estas camisas que se han ofrecido por millares, albergan pechos que ya no se retirarán sino con el triunfo o con la muerte. Estamos entregados totalmente a la guerra y ya no habrá paz mientras el triunfo no sea totalmente completo”.

¿Casualidad o providencia? El pasado 4 de marzo, LXXXIII aniversario de la fusión de FE con las JONS, la reconstituida Hermandad de la Vieja Guardia de Valladolid me invitó a presentar este libro, La vida por José Antonio. Evidentemente, por razones fácilmente comprensibles, esta presentación conllevaba el recuerdo a Onésimo Redondo, caído al iniciarse la guerra en un enfrentamiento con anarquistas en Labajos, enlazado con las razones que me mueven a realizar este tipo de investigaciones. No pocos me pidieron después del acto que, al menos, recogiera, de algún modo, en un escrito esa parte de mi intervención. Siendo este el motivo de este artículo.

Anotaba Onésimo Redondo -decía en esa presentación-, uno de esos españoles grandes injustamente olvidados hasta por quienes se presentan como sus continuadores, una figura que políticamente pocos suelen reivindicar, coincidiendo con el pensamiento de no pocos intelectuales en la época, que en “el fondo de toda lucha política late una lucha por la cultura”. Vienen al caso estas palabras porque en ocasiones, por la temática de muchos de mis libros y escritos, cuando voy más allá del frío de lo estrictamente académico, cuando salto por encima del discurso histórico políticamente correcto, me han preguntado o incluso teorizado sobre la conveniencia, actualidad y valor político de actos de presentación o conferencias como los que habitualmente realizo, como este; sobre la aparente inutilidad de recorrer España para trasladar estas páginas de la historia a unas decenas de españoles -en ocasiones algunas centenas, conviene subrayarlo-, cuando debiera centrarme en cuestiones mucho más actuales que realmente interesen a los españoles de hoy y no insistir en lo que aconteció hace 70, 80 o 50 años. Temas que incluso, para algunos que debieran estar interesados en que el olvido no borre las páginas, llegan para estos a convertirse en un recuerdo “molesto” ante las necesidades que plantea el necesario aggiornamento con los tiempos, cuando no, directamente, la subordinación de la historia a un discurso político teóricamente renovado.

Ante este planteamiento yo siempre suelo, en mi reflexión, estimar que se equivocan. Difícilmente se puede ser coherente cuando se ignora o no se asume la historia propia y, aún en la sociedad actual, actos que explican esa realidad histórica son necesarios pues difunden la auténtica memoria histórica. En esta línea de pensamiento afirmo, invirtiendo la frase de Onésimo Redondo, al menos en mi caso, que en el fondo de todo combate cultural aparece una lucha política. Y, por tanto, este el modo en el que un profesor más que un político, que es como ahora me siento, trabaja en la defensa y difusión de unos ideales y unos valores. Por ello parte de mis libros o mis artículos, que son objetivos, porque se basan en la búsqueda abusiva de una documentación que los sustente y que ha sido hurtada, consciente o inconscientemente, ni son neutros, ni buscan la equidistancia, ni se avergüenzan, ni reniegan, ni se escudan en perdones permanentes o descafeínan un pasado del que algunos nos sentimos orgullosos, de la vida de unos hombres, como los en este libro biografiados colectivamente, a los que tenemos la obligación de homenajear y reivindicar.

Lo anteriormente apuntado es la simiente que ha dado luz a La vida por José Antonio. No ha sido, y debo subrayarlo, por decisión y mérito mío, sino del editor, de Miguel Ángel Vázquez, que con premura y poco tiempo para realizarlo, me encargó este libro sobre los falangistas asesinados, sobre los que dieron la vida por José Antonio, no solo por sus ideas sino también físicamente al intentar liberarlo de su prisión alicantina.

Vuelvo a esas preguntas que en ocasiones me han hecho para que se comprenda mejor aquello que trato de transmitir con estas palabras que, a veces, hay que escuchar más allá de su enunciado: ¿Qué falta hacía hoy desenterrar estas historias? ¿Para qué tratar de ir contra la corriente y escribir un libro sobre héroes sencillos y azules, sobre todo azules, que según algunos de sus teóricos seguidores, aunque de forma mínima, combatieron en el bando equivocado, en una guerra equivocada que vitolan, desconociendo o no queriendo asumir sus razones, en lenguaje del adversario, como “incivil”? ¿Para qué escribir este libro heterodoxo, que además te va a marginar, cuando se debiera estar mirando a las preocupaciones de los españoles de hoy?

Y mi respuesta, ante estos recurrentes interrogantes, vuelve a ser la misma: quienes así opinan están, a mi juicio, equivocados. Por edad, aunque yo haya pasado por ello con la velocidad de un leve sarampión, muchos de aquellos con los que comparto generación, ingenuamente -¡Ah, la ardorosa ingenuidad, que diría José Antonio!-, cayeron en aquello de la necesaria desmitificación. Compraron, y muchos perseveran en el error, el mensaje envenenado del adversario ideológico; asumieron que tener héroes es malo; bajaron del pedestal, o al menos lo intentaron, a  Onésimo, a Ledesma, con la misma fruición con la que otros bajaban del mismo a los héroes de nuestra historia, sin darse cuenta de que sin héroes que lo sustenten y encarnen hasta perece el propio concepto de España, y sobre todo quisieron, y en ello andan no pocos, bajar de la altura heroica a José Antonio y lo importante, que es el mensaje, dejó paso a cosas que tienen escaso interés. Compraron el mensaje de que la mitificación, mejor dicho la conversión del hombre en arquetipo, es de por sí mala y solo conduce a la tergiversación y a la irrealidad.

Ahora, desde la altura del tiempo, tras haber contemplado los efectos demoledores de ese proceso, yo suelo oponer algunas preguntas: ¿Qué ha hecho el adversario? ¿Ha renunciado a los mitos, a los arquetipos, a los héroes que encarnan sus presupuestos ideológicos? El adversario ha hecho precisamente lo contrario. Ahí tenemos el ejemplo del Che Guevara, mitificado hasta la saciedad y convertido en icono permanente de la izquierda y también, por qué no decirlo, de parte de la derecha. El adversario ha hecho precisamente lo contrario de lo que nos proponía, porque lo que aspiraba era a sustituir los mitos, los héroes y los arquetipos por los suyos. El resultado: la Ley de Memoria Histórica. Y ha funcionado a la perfección. En el caso que nos ocupa, mientras algunos de los continuadores actuales de Onésimo, Ledesma o José Antonio, y de tantos otros como los protagonistas de este libro, los desmitificaban, los olvidaban (en algunos casos se convertían casi en una memoria molesta) y, sobre todo, se peleaban con su propia historia para borrar su contribución a la modernización social de España durante el régimen de Francisco Franco, el adversario jamás se peleaba con su historia y vivía en una permanente reivindicación de su pasado.

No es que yo sea un seguidor de Carlyle, ni del modo histórico del XIX, pero es evidente que la política, las ideas, también se encarnan en hombres; que ahora que tan de moda está en algunos ambientes eso de lo “identitario”, algunos no perciben que esa identidad se encarna también en hombres, que en toda construcción ideológica los arquetipos humanos son necesarios para la aproximación sensitiva, aproximación al ejemplo que conduce a la reflexión y a la interiorización del mensaje. Aunque se pretenda ignorar constituyen esos arquetipos, esos héroes, el primer escalón de identificación. Y por ello el adversario ha contribuido y buscado la demolición y la autodemolición de esos arquetipos. ¿Es que no vemos ante nuestros ojos, como se han utilizado esos “héroes”, esos “luchadores por la libertad”, que ha creado la “memoria histórica”, para atraer a importantes sectores de jóvenes españoles a una serie de ideas partiendo de algo que no conocieron y no vivieron? Por ello, yo estimo, aunque algunos insistan en que estoy equivocado, que nado contracorriente, que nosotros también tenemos derecho a reivindicar, en actos como este, con libros como este, nuestra Memoria Histórica, que es la de estos jóvenes que dieron la vida por José Antonio.

¿Tiene sentido político hoy esta reivindicación que hago de nuestra historia? La respuesta es simple y os la convierto en pregunta: ¿acaso no estamos cansado de escuchar que la crisis nacional que vivimos es una crisis de identidad nacional y que su origen está en la desaparición de todo aquello que transmite la idea y el concepto de España?

Volvamos, brevemente, las palabras hacia los escritos de Onésimo Redondo que cobran en mi relectura una interesante actualidad. Pedía Onésimo Redondo la constitución de un movimiento juvenil. Y no es baladí ese “juvenil”, porque asumía que la mayor parte de las generaciones posteriores a este estaban contaminadas por las tesis del adversario. La misión fundamental, angular, primigenia, de ese movimiento juvenil tenía que ser la de “rehabilitar el patriotismo”. ¿No vemos cómo hoy también existe una juventud, mínima, pequeña si queréis, que, de un modo u otro, por una vía u otra, tiene ansia de patriotismo, que se define simplemente como patriota?

Rehabilitar el patriotismo, desde la retórica hermosa, es la misión. Pero eso lo proponía cuando aún el patriotismo era en España, al menos, “una gloria de museo”. A diferencia de hoy, al menos estaba en los museos. Y continuaba: “¿qué nos han enseñado a nosotros, jóvenes amigos, de la Patria?”. Nada -contestaba-, salvo ese museo. Al menos, reitero, entonces, tenían el museo de héroes y gestas que encarnan la Patria y solo quedaba desempolvarlo, ponerlo al día, sacarlo de los estantes, para con él dar base -volvamos a Onésimo- a un “patriotismo robusto de FE y henchido de afirmaciones constructoras”. El patriotismo constructivo frente al patriotismo sensitivo. El patriotismo activo, el de la patria que se ama porque no gusta, el patriotismo perfectivo frente al patrioterismo en el que no pocos se embanderan.

En el fondo de las páginas de este libro lo que late es esta razón. Aun asumiendo que vamos contracorriente hemos querido sacar, no ya del museo en el que no están, sino del olvido más absoluto, a estos héroes que son ejemplo y acicate para preguntarnos: ¿Quiénes fueron? ¿Por qué entregaron su vida? ¿Cómo murieron? A estas tres preguntas respondemos, en esta presentación, de forma sintética con el escalón siguiente, con el objetivo práctico de ese movimiento juvenil que debía de rehabilitar el patriotismo, con palabras de Onésimo, basándose en el ideal de “reincorporar el pueblo [la gente que se dice ahora] a lo nacional” y por la necesidad de “construir un Estado que solo se justifica si sirve para fijar y mantener la España grande, libre y única”.

Ese movimiento de rehabilitación se instrumentalizó entonces en FE de las JONS y para su desarrollo, y con esto quisiera cerrar estas palabras, debía de asumir, según Onésimo Redondo, dos recomendaciones que, a mi juicio, tienen una permanente actualidad: primera, “lo que ocurre fuera es bueno para aprender y malo para importarlo”; segunda, “expulsemos a los bastardos que han hecho su fortuna política sobre la ruina del patriotismo”.

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