La estantería del historiador

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Defendemos el derecho a que sus nombres permanezcan en las cruces, las lápidas y las calles.

Me invitaron los organizadores, La Falange, a intervenir al finalizar la manifestación que el pasado 21 de enero, habían convocado en Callosa de Segura en homenaje a los falangistas de la localidad asesinados por los republicanos y para defender el derecho a que la “Cruz de los Caídos” continúe en la plaza delante de la iglesia. No pocos me han felicitado por mis palabras y me han pedido que publicara  el texto del discurso. No suelo escribir mis intervenciones aunque sí lleve un esquema desarrollado. Además, los discursos, y más en este caso donde por fuerza se tiene que ser breve, presentan siempre del problema de incurrir en las  simplificaciones o del exceso de síntesis  que limitan el necesario desarrollo de lo que se quiere transmitir. Me tomo la libertad de rehacer mis palabras e incluso ampliarlas en algún párrafo para mejorarlo. Después del acto, y es necesario subrayarlo, hemos sabido que tanto el alcalde, que estaba dentro del Ayuntamiento que está en la misma plaza, como algún representante de Izquierda Unida, el partido que presiona para la retirada del monumento con más ahínco, pudieron escuchar estas palabras.

“Hace casi 83 años, en unas circunstancias que invitan al paralelismo histórico, José Antonio Primo de Rivera, venía a Callosa de Segura a apoyar en un mitin a unos jóvenes, la mayoría de condición modesta vinculados al duro trabajo del cáñamo, que unos meses antes habían puesto en marcha en este lugar, cuando aún era un balbuceo en gran parte de España, un partido, un movimiento político denominado Falange Española. Algunos de esos jóvenes que estuvieron ese día de 1934 con José Antonio en el cine Imperial, la antigua plaza de toros, entregaron su vida por el sueño de una España con Patria, Justicia y Pan y por ello su nombre figura entre los de las 81 personas que recuerda esta Cruz amenazada por el odio, pero también por la cobardía.

Estamos hoy aquí no solo para defender que esta Cruz, con sus 81 nombres, la mayor parte de personas asesinada por los republicanos, permanezca en su sitio, sino también para defender el derecho que nos asiste, en un régimen de libertades como se proclama, a rendir homenaje público y permanente a aquellos que murieron bajo las balas del odio y del rencor.

Estamos hoy aquí en Callosa de Segura porque más de 40 de esas 81 personas fueron asesinadas por ser falangistas. Víctimas de eso que hoy se denomina “odio ideológico”. Muestra de la decisión documentada de los partidos del Frente Popular, del pacto entre anarquistas, comunistas y socialistas, de exterminar a unos falangistas que cayeron por miles en la retaguardia republicana.

No venimos aquí a pedir venganzas, ni a mencionar los nombres de quienes los asesinaron, ni a exaltar un odio que ya no tiene sentido alguno, sino a defender, simplemente, la memoria, el derecho a la memoria, de los asesinados; el derecho que les asiste a que permanezcan sus nombres en las cruces, las lápidas o las calles de España. Muchos de ellos -debemos subrayarlo- murieron perdonando a los que los asesinaban; en sus últimas cartas pedían a sus familiares que perdonaran y no guardaran odio alguno. No somos nosotros los que han edificado, para dividir a los españoles, la ideología del “guerracivilismo”; esa con la que se envenena, se exalta y se lleva al odio y la violencia a una parte de la juventud, que no es precisamente esta que está hoy aquí representada, la de los convocantes de este acto, sino la de sus adversarios.

Nosotros estamos aquí para apoyar a quienes quieren que esta Cruz, este monumento, permanezca completo, íntegro, con los nombres de aquellos a quienes homenajeamos.

Estamos hoy aquí para denunciar la sinrazón, el sectarismo y hasta el fraude de ley que está cometiendo o va a cometer el señor alcalde de Callosa de Segura y que impulsa esa muestra de indignidad que se llama Izquierda Unida. Y yo quiero recordarles a los concejales de Izquierda Unida, que ellos son herederos directos del Partido Comunista de España, partido que propició e impulsó el asesinato de miles de españoles en la retaguardia republicana; que aquí, en Callosa de Segura, miembros destacados y conocidos de ese partido, asesinaron a un policía municipal de 60 años cuyo nombre figura en esta Cruz; tengo que recordarles que una señora, dirigente comunista destacada, Dolores Ibárruri, Pasionaria, en artículos publicados en la prensa, recogidos en diarios de izquierda cercanos de esta zona, como el de Novelda, no solo pedía el exterminio de los presos sino también la detención como rehenes de los familiares de los nacionales y llegado el caso su asesinato en venganza. Por eso probablemente, por su responsabilidad en lo sucedido, muestran ese celo a la hora de intentar borrar las huellas quitando lápidas, cruces y placas con los nombres de los asesinados.

Se equivoca señor alcalde, la “ley de la memoria histórica” nos conmina a rendir homenaje a las “víctimas de la guerra civil”, a todas las víctimas. Y yo le pregunto, señor alcalde, ¿es que acaso estas 81 personas, la mayor parte asesinadas por los republicanos, no son víctimas de la guerra civil? ¿Es que usted entiende que víctimas son solo las de un lado y estos bien muertos están?

Se equivoca señor alcalde, cuando se escuda en el artículo 15 de la citada ley. Ese que habla de los monumentos que exalten el franquismo. Pero, ¿cómo una Cruz con unos nombres puede exaltar  el régimen franquista cuando resulta que cuando fueron asesinados ni tan siquiera Franco era Jefe del Estado?

Se equivoca señor alcalde, cuando como supremo argumento recurre al dictamen de la comisión de expertos; comisión creada a dedo, paniaguada, formada por gentes de izquierda. Esas comisiones de ignorantes que para sonrojo, como ha sucedido en Alicante, han llegado a decir que los Reyes Católicos no eran franquistas “pero casi”. Comisiones de ignorantes, como la que ha llegado a afirmar que al incluir, no siendo el caso de esta Cruz, el término caído se está utilizando en el discurso un término fascista.

Pero es que además, señor alcalde, ya hay sentencias que en casos similares, una Cruz con el nombre de las víctimas nacionales, se indica que esta no está sujeta a lo previsto en la ley y que por tanto es lícito que permanezca donde está. Y yo invito a los familiares de quienes fueron asesinados a que lleven a los tribunales al alcalde y a la corporación por vulnerar la ley, en defensa del derecho que tienen sus deudos al homenaje y a permanecer en las calles y plazas de España. Pero es que hasta el señor alcalde sabe que esta Cruz no es ilegal, que no está dentro de los monumentos que condena a la piqueta la “ley de memoria histórica”, por eso habla continuamente del traslado y no de la destrucción.

No solo eso, porque una de dos, o bien el tripartito que gobierna Callosa, el alcalde y los concejales del PSOE, IU y la filial podemita, prescinde de las propuestas de la Generalidad o mienten como bellacos. ¿Es que no se han leído lo que se ha publicado sobre la Ley de Memoria Histórica de la Comunidad Valenciana que padeceremos en breve? ¿Es que no han leído que se trata de honrar a todas las víctimas, a las fosas de los dos bandos? Y si esto es así, señor alcalde, ¿por qué ese empeño en borrar este recuerdo? ¿Por odio político?

Estamos pues aquí, reiterémoslo, no para defender solo la permanencia de la Cruz, sino de la Cruz y los nombres, para abogar por la permanencia íntegra del monumento.

Lo hacemos en nombre de esos más de 40 falangistas asesinados en las cárceles, en los paseos o por haber intentado, ingenuamente, liberar a José Antonio de su prisión.

Lo hacemos en nombre de los mártires, de los religiosos asesinados, de las víctimas de una persecución religiosa que se inició mucho antes del estallido bélico; porque ellos, llegado el momento de la muerte no aceptaron componenda alguna, no renegaron de parte de su Credo, no abandonaron el puesto y supieron dar testimonio y hoy, nosotros que somos católicos, sin monopolizar nada, no queremos escupir sobre sus nombres para ofrecerlos como moneda de cambio para preservar solo la Cruz; porque símbolo de la Fe en Cristo es tanto la Cruz como el nombre de quienes dieron su vida hace poco más de 80 años por él.

Los hacemos en nombre de todos los Caídos; de esas 81 personas cuyos nombres están grabados en el pie de la Cruz. Nosotros no pedimos que no se hagan otros homenajes, lo que pedimos y reclamamos es el derecho a rendir homenaje a los nuestros, a esos caídos de los que nos enorgullecemos.

Amigos, nosotros creemos que más allá de este cielo encapotado, allá en lo alto, hay 81 luceros, uno para cada uno de los asesinados. Allá en lo alto hoy estarán tan orgullosos de nosotros como nosotros de nuestra historia”.

Al acabar los discursos se me acercaron dos personas a darme las gracias y a felicitarme porque eran familiares de esos asesinados que figuran en la base de la Cruz de Callosa.

 

JOSÉ ANTONIO, con ánimo de adivinación

Si volviera a tomar la palabra…

Cada octubre, en un reiterado ritual -hasta estas líneas pudieran serlo-, a veces ajado, a veces trasnochado, quizás necesario, quizás innecesario, se acuerdan de aquella lejana fecha… ¡Cómo si nada hubiera acontecido desde entonces! Las mismas palabras… Olvidando los más que lo importante, lo trascendente, lo que debiera permanecer, es el fondo y no la forma; ignorando -¡cuán grande es la ingenuidad!- que el culto a la forma ha sepultado en no pocos hombres el fondo; teñidos en el recuerdo y el homenaje de una nostalgia de ideas apagadas, ecos lejanos de oportunidades perdidas. A pesar del tiempo, al final se repite, una y otra vez, el murmullo de las rememoraciones literarias, con prosa más o menos bella, de los renovados maestros en el arte del ensayo breve… La forma, la estética de las palabras, siempre acaba imponiéndose al fondo. Parece ser ese nuestro triste sino.

Nos gustan las frases rotundas. Esas que pueden esculpirse sin desdoro en mármol para aguardar ahí, petrificadas e inertes, una imposible eternidad; orladas, eso sí, con las justificaciones de quienes de tanto mirar hacia fuera no ha sabido dotarlas del hálito vital necesario.

Alzamos la voz, pero no escuchamos a aquellos que aún nos demandan, nos inquieren… aquellos que aún quieren saber algo de nosotros. Creemos en nuestra Patria como destino y como universalidad, pero acabamos entregándonos al más conservador de los nacionalismos. Antes que nada, España… pero nos dejamos seducir por la que no es nuestra España; a veces por miedo a que llegue este o aquel; en buena medida porque nos hemos dejado vencer por la mentalidad burguesa y su miedo a la pérdida de todo aquello que debiera ser superfluo; queremos ser revolucionarios y nos hemos hecho, sin saberlo, por debajo de las palabras conservadores.

La esencia era más importantes que la existencia; el fondo nunca fracasa, sí la forma. Teníamos algo más, precisamente todo aquello que se ha ido quedando por el camino: una mística, un discurso atrayente, el pulso de nuestro tiempo… no nos asustaba la modernidad ni la innovación. Fuimos heraldos de la rebelión de los inconformistas frente a la inexistente rebelión de las masas, que por ser masa carece de ese espíritu de contestación. Hoy, quizás en el camino hasta el presente, la forma y la retórica han sepultado todo eso bajo la losa de la incomprensión… sonamos a disco viejo de hace ochenta, cincuenta, cuarenta o treinta años. Reñimos más batallas con el pasado que con el futuro; nos hemos encerrado en las ebúrneas torres de la pureza y la autoconsunción y se nos ha olvidado lo esencial, ganar el corazón y la mente de nuestros compatriotas.

¡Cuántas veces hemos repetido aquello de que España había venido a menos por una triple división! La de los partidos -la casta, la corrupción, la partitocracia-, los separatismos y la injusticia social ¿Ha cambiado en algo el dictamen? Puede que los actores sean distintos pero el guión es el mismo.

Queríamos edificar un orden más justo pasando por encima de las miserias del capitalismo, detener la invasión de los bárbaros que con simpleza coyuntural identificamos con el marxismo o el comunismo, pero que anida en el corazón de los mercados, del capitalismo especulativo, de los poderes supranacionales y de la globalización. Hoy somos más ricos, vivimos mejor y hasta tenemos más oportunidades de promoción, pero las miserias sieguen siendo las mismas. Ya no hay lucha de clases, el marxismo anda en su último estertor y los sindicatos no dejan de ser educadas correas amarillas del sistema partitocrático -son la síndicocracia-. Ya no hay lucha de clase, pese a las consignas que a veces pululan por los panfletos de los antisistema amamantados y domesticados por el sistema. Hoy vivimos ya bajo la dualidad de la oligarquía de los de arriba con su clientela político-económica y los de abajo que somos casi todos y muy pocos parecen dispuestos a cambiar ese orden siempre y cuando puedan comportarse como consumidores felices.

Presentimos en el horizonte los destellos de la desazón del hombre-número-consumidor que no quiere seguir viviendo en la alienación sistémica. Hemos visto en nuestras calles y plazas a jóvenes y menos jóvenes entonando una canción que nos suena mucho aunque la letra y la música parezcan distantes. Recordemos que lo importantes es el fondo y no tanto la forma. Las formas son cambiantes, el fondo nunca. Hoy, una vez más, esos, los indignados, los descontentos, los rebeldes, comienzan a sentirse engañados y estafados pues les prometieron asaltar el cielo y los han sacrificados en el altar de los escaños. Sin embargo, el rescoldo aún late en quienes sueñan conscientemente con ideales por los que se pueda sacrificar la existencia.

Hemos sabido dar testimonio -nadie podría reprocharnos nada-, mantener un recuerdo; hemos seguido siendo, que no es poco, pese al canto de las sirenas en nuestro caminar hacia Itaca. Nos hemos dejado arrastrar hacia orillas que no eran las nuestras quizás abrumados por la desesperanza. En no pocas ocasiones hasta los nuestros o los próximos han pedido la «honrosa licencia»: «habéis cumplido, pero vuestro tiempo ha pasado». Incluso se ha pretendido el finiquito del rescoldo para salvar el arquetipo humano de quien ya solo es polvo bajo una losa, pero vive en la eternidad. Lo que, en el fondo, no es más que la última renuncia antes de la rendición definitiva.

Cierra el micrófono…

Después de lo anterior, por todo ello, quizás haya llegado el tiempo de aceptar el reto de ser aquella nueva aristocracia que para España demandaba José Antonio en sus escritos de la cárcel, la que sería capaz de levantar el espíritu de la rebeldía

Nota para el lector.- Este artículo, ahora con leves variaciones para su mejor comprensión, ha aparecido en la notable Gaceta de la Fundación José Antonio. Me pidieron un texto sobre lo que en un actual 29 de octubre diría José Antonio. En su estilo nunca faltó la crítica, amén del análisis de la realidad y lo propositivo. Seducido por la «maravillosa» dialéctica de Marx no obvió la autocrítica para sí -la autoexigencia- y para su movimiento. Evidentemente es casi siempre la parte más ingrata, quizás por ello me haya decidido a plantearla para motivar a la reflexión.

LA VERDADERA PASIÓN DE JOSÉ ANTONIO

Es curioso, pero en alguna ocasión me han preguntado ¿qué hubiera sido de José Antonio de no llegar a ser José Antonio? Dejemos a un lado el hecho evidente de que se hubiera convertido en un jurista excepcional. Si buceamos en su mundo interior a pocos se les podría hurtar la posibilidad de que hubiera desarrollado una fecunda carrera literaria. Yo creo, tras años de convivencia intelectual con la obra de Jose Antonio, que la renuncia a su vocación literaria, provocada por su dedicación a la política, es la que le llevó a cultivar esa corte literaria que posteriormente edificó su mito. Esa pasión late en sus discursos, en sus poderosas metáforas, en el singular estilo que quiso infundir a sus aventuras periodísticas. Sin tener presente esa pasión resulta muy complejo entender realmente a ese José Antonio que siempre tenía en su arsenal dialéctico una frase de hermosa construcción poética.

Se ha hablado mucho de su relación con Federico García Lorca, de su admiración por el poeta granadino y hasta de la influencia de su poesía en el adorno poético joseantoniano tal y como han subrayado buenos amigos míos, a pesar de mis puntuales desacuerdos, Gaŕcía de Tuñón y López Pascual. Lorca quizás fuera para José Antonio un modelo de lo que le hubiera gustado ser, poeta, dramaturgo, director y actor. Ello le atraía de su personalidad y por ello estimo que deseaba conocerle, charlar con él. Ahora un estudio, que espero poder leer en breve, confirma que tuvieron encuentros directos que debieron durar muy poco ya que se retrasan hasta febrero o marzo de 1936 y a mediados de mes José Antonio entraba en prisión para no salir jamás.

Es de sobra conocida la pasión literaria de Jose Antonio. Nos quedan un pequeño número de poemas a los que normalmente se ha prestado poca atención. Y resulta interesante que en la melancolía de la cárcel volviera a pergeñar algunos interesantes versos. Ahora sabemos, y así lo resalto en la tercera edición de «El último José Antonio», que preparó al menos tres novelas: la primera, muy conocida, titulada «El navegante solitario», que empezó siendo una insulsa comedia de enredo muy propia de la época, muy al gusto británico, que fue rehaciendo desde finales de los años veinte y sobre cuya reorientación final es imposible desligar la influencia de la princesa Bibesco -he anotado que esta es la base de la relación sobre la que tanto se ha escrito-; dos novelas de ensayo una titulada «Moisés», trasunto de cómo se auto contempla al final, como ese profeta que tras alumbrar el camino no verá la tierra prometida,y otra sin título de la que solo se conserva la propuesta de tema.

No es desconocida su pasión teatral, su presencia en los estrenos de la época, su querencia a Casona, los Machado y Lorca entre otros. Sus primeras armas literarias fueron las que dieron vida a un poema teatral, «La campaña de Huesca» que dirigió con doce años en una función para familiares y amigos. Nieves Sáenz de Heredia, Raimundo Fernández Cuesta y Pilar Primo de Rivera han dejado constancia de las funciones teatrales que José Antonio dirigía e interpretaba para su entorno. En una de aquellas conoció a Pilar, su gran amor, la muchacha a la que un padre obcecado por su usura de títulos prohibió su relación con el heredero de un marquesado de nuevo cuño. Y josé Antonio y Pilar se escapaban al vecino Museo del Prado para poder verse.

Sabíamos que José Antonio había actuado en funciones pero ignorábamos los detalles. Ricardo Fernández Coll, rastreando las noticias de sociedad de la época en la prensa, ha podido identificar las obras que llevaron al fundador de la Falange a los escenarios entre 1926 y 1927. El listado es largo y variado: «La segunda dama duende», adaptación de Ventura de la Vega con José Antonio en el papel del Conde de Orgaz; «El Carnaval» de Schumann; «Música en la caja de música» en el papel de don Juan; «Placita de Venecia»; «Nosotros» de Eduardo Cobián; «La Patria Chica» de los hermanos Quintero… Representaciones de tipo benéfico a las que incluso llegaron a acudir los Reyes. En ellas José Antonio hizo de actor y figurante, dato que avala esa pasión teatral que se escapa entre las líneas de una densa biografía.

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