La estantería del historiador

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En las sábanas del Caudillo

¡Tranquilos, mis queridos lectores! No es esta una historia como la que tan explícito título pudiera sugerir, o al menos no tan extraña. Es un relato breve de un día de retaguardia madrileña a mediados de septiembre de 1936 en el que casi todo es verdad. Dice así:

Corrían los días de la segunda semana de aquel mes. Madrid tenía para decenas de miles de ciudadanos timbres sombríos y de miedo, cárceles atestadas y miles de personas acogidas al paraguas protector de decenas de embajadas, la mayoría hispanas, entre las que no se encontraba la británica.

A la ciudad comenzaban a llegar refugiados como presentimiento de la proximidad de la guerra. Los vendedores de periódicos anunciaban continuas victorias que pocos creían aunque en público más valiera ser entusiasta a pulmón abierto. 

Hasta esas fechas de septiembre abundaban la  propaganda y los mítines, coches y camionetas con milicianos que daban muchas vueltas pero que tenían escaso interés por ir al frente; pero también un rosario de desapariciones nocturnas, agudizadas en algunas zonas de la capital, que en las más de las ocasiones se tornaban en trágica realidad por la mañana. Los silencios eran muchos al igual que los comentarios. Quedaban en sombras innombrables los asesinados en el Cuartel de la Montaña y en el asalto de los anarquistas a la cárcel Modelo, que se llevaron por delante hasta republicanos de esos que llamaban burgueses. La escuadrilla del amanecer andaba todos los días realizando registros en incautaciones. Se rumoreaba que pronto habría razonamiento.

Muchas zonas de Madrid son escondites, españoles que cambian de domicilio frecuentemente,  chicas que se mueven en la capital de las catacumbas, gentes de derechas que temen por sus vidas.

En ello iba pensando mientras caminaba hacia la zona de Moncloa en el límite de la universitaria.

No leo los periódicos a diario, es casi imposible. Me entero de la traición del otro Franco, resulta que se ha sumado a la rebelión de su hermano. 

El parte de guerra es el habitual: nuestra artillería castiga a los refugiados en el Alcázar, nuestros aviones disuelven desde el aire concentraciones enemigas en el frente sur, hacemos huir a las columnas gallegas que iban a auxiliar a los rebeldes atrincherados en Oviedo, en Tardienta avanzamos -¡no se dónde está Tardienta!-. Me resulta más próxima la noticia de que estamos bombardeando Talavera y Santa Olalla. 

Nos hemos acostumbrado a leer los partes de guerra propios y lo que nos dicen sin querer es que los legionarios de Franco ya están en Talavera y que Portugal ayuda descaradamente a los rebeldes.

Así están las cosas.

Traspasar la puerta de Santa Cristina es cambiar de mundo, los problemas son otros. Muchos sabemos que aquí también tenemos refugiados, pero nadie lo dice. Las preocupaciones son otras, atender a tantos es lo primordial y faltan a escasear mucha cosas. Aquí estoy porque, a poco de estallar la guerra, hacía falta gente para el asilo y la guardería. Cada mañana pienso: ¡Y más que va a faltar!

Han llegado unos camiones de milicianos. Nunca se sabe qué puede pasar cuando aparecen. ¿Buscarán a alguien? ¿Habremos sufrido alguna denuncia y se disponen a registrar?

La voz del director me arranca de mis temores.

-Vamos, deprisa! Hay que descargar.

-Espero que sean provisiones -pensé-.

El que parece el jefe de los milicianos se dirige a mí. Por las pintadas en los camiones pertenecen a la Escuadrilla del amanecer:

-Aquí traemos algunas cosas que os vendrán bien, proceden de los registros. Ya me dirá dónde le dejamos todo esto.

Una rápida mirada y veo que hay camas y colchones en la camioneta.

-También viene el ajuar, la ropa blanca, ¡Era una buena casa! Ya la hemos registrado dos veces -comentó desde lo alto del vehículo uno de los milicianos-.

Todo era bienvenido, la guerra había incrementado el número de niños de la guardería. Inmediatamente pensé en una habitación grande y vacía en la que podríamos instalar un nuevo dormitorio.

El jefe de la patrulla decidió que sus hombres no solo descargaran sino que ayudaran también a montar la habitación que ya tenía en espera impacientes inquilinos. Las camas eran grandes y no debían de ser muy antiguas. Los colchones causaban envidia. Todo era bastante nuevo.

Ni que decir tiene que en cuanto todo quedó listo, con la noche llegada, fueron ocupados los lechos por nuestra chiquillada. Y en menos de un cuarto de hora el sueño les vencía. No pude por menos que agradecer el gesto de traer todo aquello a la guardería.

-Me alegro que hayan sido útiles y que los niños estén durmiendo -comentó el jefe de los milicianos-. Espero que no tengan pesadillas -dijo el jefe de los milicianos esbozando una leve sonrisa que no comprendí-.

-No creo, a pesar de estos tiempos. La pesadilla se vive cada día antes de dormir -repliqué-. 

-¿Si supiera de dónde vienen las camas y la ropa? -me cortó-.

Me contó que era el segundo registro que realizaban en la misma vivienda. Ahora estaba casi vacía. Se trataba del domicilio del general  Francisco Franco, el líder de los rebeldes, y ahora mis niños dormían en sus sábanas. Pensé:  ¡Qué cosas tan extraña suceden en la guerra!

Nota.- Este relato es una fabulación sobre hechos ciertos. El domicilio madrileño de la familia Franco fue registrado en dos ocasiones tras la sublevación por la escuadrilla/brigada del amanecer. En la primera ocasión se trataba de localizar documentos comprometedores para la causa abierta por la República contra él. En el saqueo los milicianos tiraron sus muchos libros -en algunos casos anotados- a la calle, junto con rollos de película. El 11 de septiembre, en un segundo registro, decidieron llevarse camas y ropa blanca que fueron entregadas al antiguo colegio de Santa Cristina en la zona de Moncloa. Por lo que algunos niños de la guardería acabaron durmiendo entre las sábanas del Caudillo. No mucho tiempo, porque transcurridas unas semanas aquella fue zona de combate.

EL INCOMPARABLE SEMANARIO FUERZA NUEVA

Con el título que rotula este artículo criticaba en tono irónico la oposición al franquismo, pero también los reformistas del franquismo, el semanario Fuerza Nueva, un histórico de la prensa española tras la guerra civil.

Revisar la historia de la revista Fuerza Nueva, al cumplirse el cincuenta aniversario de la aparición de su primer número, es poder adentrarse en una historia alternativa de los últimos cincuenta años de la vida política y social española; entrar en la crónica de lo que los demás medios ignoraban y de la denuncia constante de lo políticamente correcto. Una publicación a contracorriente, tanto en el régimen de Franco, como en la Transición o en la Monarquía democrática. Molesta para muchos, hasta tal punto que a ambos lados del espectro ideológico hubiera voces que abogaran por su suspensión.  Quizás lo más significativo, a día de hoy, sea su supervivencia y le cabe el triunfo de ser la última publicación que se mantiene viva en un sector ideológico ayuno de prensa periódica. Estos cincuenta años sin faltar a su cita con sus lectores quizás sea su mejor carta de presentación. Su historia ha sido también un termómetro con el que medir la penetración en la sociedad de las ideas que sustenta la revista ya que no se trata de una publicación neutra, una fuente fundamental para poder aproximarse a este sector político y su evolución desde finales de los años sesenta.

“Fuerza Nueva quiso ser -anota Blas Piñar- y lo fue sin duda, aglutinante y portavoz a la vez de una corriente de opinión que comenzaba a dibujarse en la segunda mitad de la década de los sesenta, y que estimaba que la evolución política, propia de una sociedad en pleno desarrollo, no podía transformarse en ruptura… Nuestra razón de ser -la que dio origen a la revista- se hallaba en deseo vehemente de que esa evolución fuese perfectiva y se operase a partir de la  carga ideológica del 18 de julio”.

El 2 de mayo de 1966 se fundaba formalmente Fuerza Nueva Editorial. 92 personas habían puesto en marcha en realidad un movimiento. Su proceso de gestación había sido largo, pues las primeras reuniones se iniciaron a finales de 1963. El objetivo real es alumbrar, en pleno régimen de Franco, un movimiento de opinión, ya que no existían los partidos políticos ni las asociaciones políticas. La revista Fuerza Nueva, que se iba a caracterizar por una lealtad absoluta a Francisco Franco y una atrevida crítica con respecto a los gobiernos de Franco. En ese tiempo fundacional, como reconocía el propio Piñar, la idea de Fuerza Nueva era todavía “vaga e imprecisa”, aunque en el fondo subyacía la idea de crear un “movimiento político nacionalista y cristiano”, cuyo objetivo era enfrentarse a las tres “revoluciones anticristianas y antinacionales: la liberal, la marxista y la erótica”.

La revista de las portadas.

La revista arrancó con un proyecto del periodista Jesús María Zuloaga quien fichará a quien ha sido en realidad el alma de la publicación durante cincuenta años, el joven periodista Luis Fernández-Villamea, entonces en la revista Semana. El primer director sería Julio Jesús Mora, que venía del diario Marca. No fue fácil completar la nómina de redacción y colaboradores. La revista salió a la calle con 6.000 números. Una tirada aceptable para una revista política cuando este tipo de publicación no era muy abundante en la época.

Aunque sea redundancia, por conocido y citado, la portada de su número cero era toda una declaración de principios y una crítica abierta al gobierno ejercida por una publicación a cuyo frente se encontraba un Consejero Nacional del Movimiento, pues indicaba que el régimen estaba abandonando sus principios. “El 18 de Julio ni se pisa ni se rompe” era el titular de la portada. El editorial era toda una advertencia de cuál era el objetivo de la nueva publicación, pero no pocos debieron tomárselo como un mero fuego de artificio, un quiero y poco más:

“Por nuestra adhesión cordial [al régimen] nos vemos precisados públicamente desde ahora, a mantener una postura crítica ante quienes, desde cualquier puesto, desfiguren tales ideas, pues entendemos que muchos de los fallos que la conciencia nacional pone de relieve son imputables a quienes por cambio de mentalidad, razones tácticas, o alegando una visión profética del futuro, han hecho posible que cundan los rebrotes de indisciplina, disolución moral. Contra los cuales España luchó con el propósito de extirparlos para siempre”.

Periodísticamente Fuerza Nueva no se va a apartar a lo largo de su historia de la reiteración de portadas y titulares impactantes capaces de levantar a la cúpula militar o política del sillón. Ahí queda, por ejemplo, aquella portada de 1977 con la corona en la portada y el titular de “ni católica, ni social, ni tradicional, ni representativa”; o la de abril de 1977, con un Adolfo Suárez, cuando se especulaba si se presentaría a las elecciones, vestido con uniforme del Movimiento con un titular en interrogación: “¿Será una rosa? ¿Será un clavel?”; o la que, señalando directamente al estamento militar, cuando se asesinaba con asiduidad a militares y se realizaban entierros en silencio e incluso cargas policiales contra quienes querían asistir, aparecía una portada con luceros en lo alto y unos dibujos de gallinas ponedoras con el titular exagerado en el tamaño de la letra de “Gallinas”, eran los años en los que se solía echar alpiste a las puertas de algunos cuarteles; o aquella en la que un puñal, cuya empuñadura era la rosa socialista, ensartaba a un feto al legalizarse el aborto; o más recientemente la que nos presentaba un primer plano de Mariano Rajoy con una gesto acompasado al titular de “Manso”.

Vistas desde hoy, una selección de las portadas de Fuerza Nueva se convierte en un auténtico flash-back de los últimos cincuenta años de historia política de España. Detengámonos, por ejemplo, porque una revisión profunda excedería las dimensiones de un artículo como este, en la batalla que la revista, prácticamente en solitario, libró contra la Reforma Política. Arranquemos con aquella en la que aparecía la imagen multiplicada de Carlos Arias Navarro, último presidente del gobierno de Franco y primero de Juan Carlos I, y un texto significativo “Más espíritus” (la revista Fuerza Nueva había contribuido decisivamente a enterrar el denominado “Espíritu del 12 de febrero” por la denuncia que hizo de la propuesta de Arias todavía en vida de Franco). En febrero de 1976 la revista clamaba: “Se vende España”, denunciando la entrega que el gobierno estaba dispuesto a hacer para poder entrar en el Mercado Común y ser aceptada políticamente por la Europa Occidental (entonces media Europa estaba bajo la dictadura comunista). Pocas semanas después insistía: “Por los caminos de Europa: mendigando”, pues FN siempre fue crítica con la entrada de España en lo que sería la Unión Europea y el precio que por ello iba a tener que pagar nuestro país. En su número 487, pese a las presiones, FN no se arredraba y acusaba de traición a quienes estaban impulsando la reforma política: “A los treinta y siete años de la Liberación, Traición”. Debió de ser la única publicación que protestó ante el fin del Movimiento por lo que ello significaba: “Tiro en la nuca al Movimiento”. Y ello, pese a que años antes había salido con una portada que era una declaración de oposición a un Movimiento que no era más que una cáscara burocratizada: “De espaldas a la Secretaria General”. En eso años  Blas Piñar había tenido serios incidentes, con prohibiciones de actos incluidas, cuando era reclamado para participar en actos conmemorativos relacionados con la victoria nacional en la guerra o las efemérides falangistas. Línea de denuncia que se continuaría con aquella esquela del Movimiento que figuraba en la portada de uno de sus números. Fuerza Nueva estaba denunciando lo que iba a suceder mientras que otras publicaciones, que también sabían lo que significaba la reforma, lo ocultaban pese a su aparente vinculación a lo que había sido el régimen de Franco. Así, en su número 490 recogía con un interrogante: “XXXVII Desfile de la Victoria. ¿Por última vez?”. Y unos meses después iba más allá en su escalada de oposición y denuncia con un informe que señalaba al gobierno, a los procuradores y a la propia Jefatura del Estado ejercida por el heredero de Franco,  el rey Juan Carlos I: “Sobre juramentos y principios: el perjurio a examen”. La conclusión de este recorrido sería aquella otra con la imagen del Caudillo y su “Franco hubiera votado NO” ante el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política. Como ha recordado el general Blas Piñar fue la única publicación que abiertamente hizo campaña por el NO.

La expansión

Entre 1969 y 1975 Fuerza Nueva Editorial se fue transformando en un partido político encubierto mientras otros hablaban de “estados gaseosos”; la revista se transmutaba en algo más que una revista. Estaba constituyendo una corriente de opinión militante; un nicho sociológico que iba a sustentar la creciente presencia de Blas Piñar en actos por toda España. Cuando el régimen, o mejor dicho los gobiernos del régimen, abandonaba actos conmemorativos y lo que había sido el “franquismo militante” Piñar se convertía en el líder natural de esa corriente. Lo que a la vez abría la persecución de la revista por parte de esos gobiernos y la animadversión de los que preferían mirar para otro lado compartiendo espacio ideológico pero que se mantenían en la inanidad o el conformismo político del “atado y bien atado”.

A lo largo de su historia la revista Fuerza Nueva ha tenido varios directores. A Julio Jesús Mora sucedió el periodista y militar Manuel Ballesteros. Pero FN ya molestaba a los gobiernos de Franco por lo que el Ministro del Ejército, general Francisco Coloma Gallegos, ordenó a Ballesteros que presentara su renuncia a la dirección de la revista o sería encerrado en un castillo. Ballesteros tuvo que dejar la dirección siendo trasladado a Mallorca por el Ministro (fue el único militar que sufrió tal medida), aunque siguió escribiendo bajo seudónimo. Se harían cargo de la dirección sucesivamente los periodistas Waldo de Mier y Pedro Rodrigo y el abogado José Luis Jerez. Siendo ya general, Ballesteros volvería a dirigir Fuerza Nueva y finalmente, hasta la actualidad, la revista continuaría bajo la dirección de Luis Fernández-Villamea. Durante los primeros años el editorial sería realizado por el propio Blas Piñar (sin firma estarían los de Ballesteros o Fernández-Villamea; en los últimos años, también sin firma, ha realizado no pocos el autor de estas líneas).

El posicionamiento crítico de la revista con respecto a los gobiernos de Francisco Franco, contra el predominio de la tecnocracia, se concreta cuando se conoce la composición del nuevo ejecutivo tras la crisis de 1969. Revisando la revista se podría afirmar, sin exageración, que Fuerza Nueva se convertirá en su máximo opositor. Los editoriales y algunos artículos van a poner en evidencia que algunas de las propuestas del nuevo gobierno pueden llevar a la desintegración del régimen. Esta postura lleva a los círculos de poder a intentar cauterizar lo que consideran una amenaza, haciendo llegar al propio Franco la idea de que Piñar se ha transformado en casi un enemigo del régimen. La contestación la da el propio Piñar en un editorial publicado en enero de 1970 diferenciando entre la oposición al régimen y la posición al gobierno en defensa del régimen, que es lo que él hace. La revista no hace gracia al gobierno y sufre su primer secuestro cuando su número 163 sale a la calle. Hasta la muerte de Franco Fuerza Nueva será víctima de dos secuestros, tres expedientes administrativos, tres denuncias ante el Tribunal de Orden Público y diez comparecencias judiciales. Todo ello acompañado por la campaña, ordenada por el gobierno, de la prensa del Movimiento contra Piñar y Fuerza Nueva. Esto no amilanó ni a Blas Piñar ni a la revista. En Zaragoza, Piñar sube los decibelios de su denuncia: “Algunos cuadros directivos del país han sido ganados ideológicamente por el adversario”. En la misma línea, el número 189 aparece con un editorial firmado por el fundador de FN en el que pide la dimisión del gobierno, algo inusual en la época. En esos años la revista abre un nuevo frente: la denuncia de los contenidos de las publicaciones vinculadas a la “oposición moderada” al régimen, revistas como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo. La respuesta de estas publicaciones fue la típica de la izquierda acusando al Estado -que persigue a FN- y a la banca -lo cual era de risa- de financiar los “exabruptos del incomparable semanario Fuerza Nueva”.

“Si los ideales que justificaron la revolución -afirmaba en una declaraciones Piñar- no hubieran sido torpedeados, ironizados, y en última instancia defenestrados Fuerza Nueva no había surgido y el que ahora te habla se hubiera ahorrado infinidad de disgustos. Nuestros gobernantes han dejado entibiar la filosofía política del régimen”.

La revista se estaba convirtiendo en un referente para un sector de la opinión pública española, más que por su difusión por las repercusiones políticas de sus artículos. Sin embargo, al finalizar los sesenta la revista contaba con 6.851 suscriptores, entre ellos no pocos antiguos ministros de los años cuarenta y cincuenta. El propio Hedilla había colaborado con Piñar para conseguir esos suscriptores que han asegurado la continuidad de la revista hasta el presente y Patricio González Canales apoyó la campaña siendo, como tantos falangistas de la primera hora, un colaborador activo de Fuerza Nueva. Sin ir muy lejos también estaba entre ellos José Luis de Arrese. La tirada había alcanzado entonces los 20.000 ejemplares. Pero lo interesante es que al compás que se hace evidente que el régimen no va a sobrevivir a Francisco Franco, o mejor dicho que los gobiernos aspiran, de un modo u otro, a cerrarlo, crece la revista. De hecho, es en los setenta cuando llegan las suscripciones de jefaturas locales del Movimiento, de unidades militares (es evidente que es el jefe de la unidad el que decide la suscripción), etc. La revista se hacía cada vez más molesta, porque sí que estaba presente en lo que era la cúpula del régimen. Por un lado, acusaba, más o menos veladamente, a parte de esa clase política de “traición” por lo que impulsaba a no pocos, aunque fuera a regañadientes o por disimulo, a nadar y guardar la ropa (uno de los objetivos que asumieron los fundadores del semanario fue el de “empujar a los responsables a cumplir”). Cada vez que el editorial de Fuerza Nueva anunciaba que ellos, que ya eran algo más que una revista, estaban en la vida pública “para ocupar trincheras y taponar fisuras”, se producía un pequeño revuelo en la clase política del franquismo que se veía abiertamente atacada y censurada. Lo que se veía compensado con el aprecio que dio Carrero Blanco a la revista, las varias veces que Piñar estuvo a punto de ser Ministro y el apoyo indirecto de Franco que se mostraba al nombrarle siempre Consejero Nacional del Movimiento o no aceptando su dimisión cuando este la presentaba. Así por ejemplo, cuando en 1971 se le da un homenaje a Piñar por su nombramiento como Consejero Nacional entre los asistentes figuran: Alejandro Rodríguez de Valcárcel, los tenientes generales Barroso y Ramírez de Cartagena, José Utrera Molina, Dionisio Martín Sanz y numerosos procuradores en Cortes además del médico personal de Franco, Vicente Gil. Sin embargo, no solo desde los ámbitos reformistas  de la clase política o desde la “oposición moderada” se atacaba a FN, también se hacía desde las filas de los teóricamente próximos como en sus memorias reveló el jefe del SECED, José Ignacio San Martín: “Durante la época que estuve al frente abundaban quienes le combatían hasta con saña, pero no eran capaces de hacer lo que Blas Piñar hacía. No tenían poder de convocatoria. Pedían simplemente su cabeza o la clausura de la revista”.

“La revista ha sido -explicaba Piñar en 1976- y está siendo cada vez con más ímpetu, un revulsivo de la conciencia nacional, y en la medida en que el Movimiento se ha ido adocenando, desvitalizando y burocratizando, nosotros hemos ido recogiendo amorosamente, porque seguimos manteniendo la fe que a otros les falta, la historia, los ideales y las banderas del 18 de julio”.

Es de subrayar que durante estos años la revista, cuyos contenidos, como cualquier otra publicación no eran solo políticos incluyó amplios reportajes y prestó una notoria atención a la política internacional, sección de la que se ocuparía durante muchos años el falangista y voluntario en la División Azul Gómez Tello. Resulta interesante detenernos en la serie de artículos que van a retratar la modernización de la España de finales de los setenta. Fuerza Nueva va a llevarnos a recorrer los cambios operados en los sectores económicos, la gran revolución realizada por Francisco Franco, con especial mención a lo que ha sido la política hidráulica y de regadíos realizada por Luis Fernández-Villamea. El arranque de lo que será una constante en la revista desde 1975 hasta la actualidad la defensa de la obra de Francisco Franco. Pero también ahondaba en la denuncia de los casos de corrupción o de los negocios que se hacían a la sombra del poder (ahí quedan sus denuncias sobre los sobrecostes que suponía la concesión a empresas privadas de obras, las autopistas, en vez de ser acometidas por el sector público).

Los años estelares

No es necesario incidir en que dada su posición, llegada la Transición, la revista perdió cualquier tipo de publicidad oficial y que ninguna empresa importante, salvo raras y momentáneas excepciones, insertaría anuncios en la misma, lo que eliminaba una fuente de financiación sin la que en España es difícil sobrevivir en el mundo de la prensa. Solo un número importante de suscriptores aseguraba su continuidad y su presencia en los quioscos de prensa.

Fuerza Nueva, por un lado del arco político, se convirtió en el gran enemigo de los franquistas que pilotaron la Transición, de Manuel Fraga y de la UCD. En 1976 el gobierno cursa una orden para que sea prohibida la entrada de la revista en los acuartelamientos militares, lo que implica la baja inmediata en la suscripción; lo mismo sucedió con centros oficiales, culturales, etc. Fuerza Nueva había dejado clara cuál era su postura. Nada había variado con respecto a su número cero. Es más, lo sucedido, era para la revista la consecuencia directa de haber desoído aquel titular inicial, por ello, en el número conmemorativo de 1976 dedicado al aniversario del Alzamiento Nacional, rotulaba su portada recuperando la de su primer ejemplar: “18 de julio. Pisado y roto (oficialmente)”. Aunque pueda parecer contradictorio, el hecho es que, convertida en la publicación que trata de agrupar los restos del “franquismo militante” y desde ahí ganar al “franquismo sociológico”, disputándoselo a la AP de Fraga y a la UCD de Suárez, sus principales usufructuarios, Fuerza Nueva crece hasta alcanzar los 14.000 suscriptores y los 40.000 ejemplares de tirada media. Una cifra más que digna para una publicación como esta. Además, con la puesta en marcha del partido del mismo nombre, todos los ejemplares sobrantes de la venta, cada vez más complicada, porque no pocos quiosqueros la esconden o la devuelven, son empleados para propaganda política (en algún caso las sacas con la revista fueron destruidas en la central de Correos por trabajadores de izquierdas allí empleados). Es reseñable que Manuel Fraga, en sus memorias, anota por ejemplo, tras sus reuniones con los dirigentes de Excombatientes o con falangistas destacados como Fernández Cuesta, como trataba de convencerles para que apoyasen el “mal menor”, es decir a él, y no se dejaran llevar por Piñar que les “fuerza la mano”, anotando que una de las bazas del dirigente de Fuerza Nueva, además de su militancia, del sector de la juventud que ha atraído y de su capacidad de convocatoria, es su revista

La revista se transforma en el notario de la actividad de Blas Piñar. Los numerosos actos del partido Fuerza Nueva y los discursos de su presidente ocupan gran espacio con amplios reportajes fotográficos que testimonian la asistencia masiva a los mítines. Hasta tal punto ocupó espacio en la misma que durante un tiempo se editó un cuadernillo separata con sus discursos y la actividad del partido. Desde la muerte de Franco, antes realmente, la revista va a defender la necesidad de la unidad entre los diversos grupos nacionales: desde la Falange hasta lo que se podría denominar la derecha de Alianza Popular. El primer intento resultó un fracaso, la Alianza Nacional 18 de Julio fue un tremendo error y, vista desde hoy, constituyó la simiente de la imposibilidad de abrir un espacio en el sistema de partidos que se estaba conformando. El propio Piñar reconoció su error en un escrito firmado el 24 de junio de 1977.

“Creo que hemos jugado limpio y en aras del Frente Nacional hemos sacrificado mucho. Cada grupo político deberá hacer examen de conciencia sobre las negativas, los apoyos, más o menos explícitos pero nunca integradores, las reservas y los vetos que han impedido la presentación conjunta en circunscripciones electorales de suma importancia; la demora, hasta el límite mismo de los plazos, de conversaciones y posibles acuerdos. Quede claro que nosotros lo hemos sufrido todo, aceptado todo, transigido todo, hasta el latigazo moral, por la constitución de ese frente, reducido, y solo en algunas provincias. Hemos aprendido: que la unión no hace la fuerza, y que no basta con que la base diga que es preciso llegar a la unión. Por otro lado, aun existiendo la comunidad ideológica en temas fundamentales, no basta la misma para que la unión surja, cuando hay recelos de carácter personal o de grupo”.

La revista apoyó una acción conjunta para oponerse al texto constitucional. En su número 591 rotulaba: “Ante la próxima Constitución: diremos no”. La revista comenzó a impulsar la necesidad de articular políticamente ese No a la Constitución, y así editorializaba: “Hay que asociar y reagrupar a todas las fuerzas nacionales, bastante desunidas y engolfadas en personalismos y tiquismiquis perniciosos. Urge un Frente Nacional donde quepan todos los hombres de buena voluntad, que en todo caso son de voluntad nacional”. La resultante fue Unión Nacional: “En un intento de salvar a España: los del No unidos”, proclamaba otra portada. Era la primera campaña que asumía realmente la revista: “Elige hombres de honor, no perjuros: vota Unión Nacional”. La revista apoyó la idea de Piñar de convertir Unión Nacional en una coalición estable después de haber conseguido casi cuatrocientos mil votos y un diputado por Madrid. No hubo respuesta y Fuerza Nueva como partido se decidió por la vía de la estrategia autónoma, algo que si hubiera hecho en 1977 quizás la historia se hubiera escrito de otra forma. La llegada de Piñar al Parlamento supuso abrir una nueva sección dedicada a la actividad parlamentaria cuyas crónicas realizaba Luis Fernández-Villamea.

Entre exclusivas y silencios.

A pesar de todo la revista buscó siempre evitar convertirse en un boletín de partido. En sus páginas, desde antes de la muerte de Franco se pueden encontrar las noticias silenciadas, las fotografías que otros medios no publicaban. Por un lado, y son interesantes, las crónicas y fotografías de las actividades de la oposición al franquismo en el tramo final del régimen. Por otro, los ataques a quienes representaban la opción nacional hábilmente escamoteados al público. Los periodistas de Fuerza Nueva estuvieron al lado de los militantes ante las cargas policiales y los botes de humo. Si no fuera por las fotografías de la revista no quedarían testimonios tan increíbles como los de la policía cargando en Elche cuando se inauguraba una sede con la presencia de Blas Piñar, que entonces era diputado; de los tiros aberzales en Anoeta, con la policía refugiada entre los árboles; de los entierros realizados con nocturnidad de las víctimas del terrorismo; de las manifestaciones en apoyo de las víctimas; de los atentados a las sedes de Fuerza Nueva o a las propiedades de sus militantes destacados; de los apuñalados en Córdoba por una manifestación del Día de Andalucía; del chico con un tiro en el brazo en Vallecas…

En Fuerza Nueva aparecía lo que nadie quería que apareciera. Se publicó por vez primera una carta de José Antonio, escrita en la prisión de Alicante a su tío Antón. Mayor importancia tuvo el rescate de las palabras pronunciadas por José Antonio en el Congreso Internacional de Montreux que se creían perdidas. Pero la más trascendente ha sido sin duda la publicación en portada del documento en el que Camilo José Cela se ofrecía para formar parte del “Cuerpo de Investigación y Vigilancia”  por “poder prestar datos sobre personas y conductas”. No menor importancia tiene un reportaje en el que se ponía al descubierto la existencia de una mina en la que habían sido arrojados decenas de asesinados por los republicanos durante la Guerra Civil.

También la revista incorporó en aquellos años la publicación de largos reportajes en capítulos. Quedan para la historia el realizado por Luis Fernández-Villamea sobre la figura de Manuel Gutiérrez Mellado transformado después en libro; los de Pedro Rodrigo sobre Cataluña; informes como los de la Iglesia ante la Constitución o el que el propio Piñar publicó sobre el cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Fuerza Nueva también va a prestar singular importancia a los temas históricos lo que se reforzó con la llegada al equipo de la revista de quien firma estas líneas, publicando series dedicadas a la Transición o el Terrorismo así como  una de las grandes aportaciones de la revista: los fascículos coleccionables que sobre la División Azul publicó Fuerza Nueva con motivo del 50 aniversario de la creación de esta unidad combatiente.

Hasta la fecha

La disolución primero de Fuerza Nueva y después del Frente Nacional marcaron una nueva etapa para una revista que sigue sobreviviendo hoy con una “economía de guerra” asumida desde los años noventa. Siendo imposible mantenerla en los quioscos se transformó en una publicación para suscriptores que de semanario pasó a una periodicidad de tres semanas con algún número intermedio. Al reducirse la fiebre de actos públicos la revista disponía de mayor espacio para otros temas. Mantuvo, como era tradicional, su análisis de política internacional llevado hasta su muerte por Gómez-Tello y luego por Arturo de Sienes. Piñar centró sus artículos en temas doctrinales. La revisión de la actualidad política fue realizada, también hasta su fallecimiento, por Ángel Ruíz Ayúcar. Félix Martialay se ocupó de la crítica cinematográfica. Luis Fernández-Villamea ha dado rienda suelta a su prosa crítica y ácida con sus Piedras de Toque. La revista ha seguido manteniendo su vocación de denuncia de lo que los demás callan y su oposición al discurso políticamente correcto. Al mismo tiempo ha dedicado gran espacio a la publicación de artículos sobre historia centrados en la II República, la Guerra Civil, el régimen de Franco y la Transición. Ha procurado recoger la actividad de los grupos nacionales y ha seguido manteniendo que la única alternativa pasa por la unión de todos los grupos nacionales (especialmente en los noventa con la difusión de la idea de hacer posible una “alternativa nacional”). A lo largo de las páginas de Fuerza Nueva también es posible seguir la persecución a la memoria de Franco y su régimen, la destrucción de lápidas y monumentos, antes de que se alumbrara la mal llamada “ley de la memoria histórica” a la que en la actualidad se enfrenta la revista. Esta coherencia le ha permitido mantenerse hasta hoy como la única publicación existente en este sector ideológico.

ANSÓN, entre el plumero de la desmemoria y la obsesión anti-Franco, o cuando manipular se hace vicio.

De vez en cuando, aunque con plomiza insistencia, Luis María Anson, ese alabado periodista egregio, se acuerda de que le toca exaltar a su añorado Juan III, que ni fue rey -por más que se empeñe en presentarlo casi como rey en el exilio- ni por tanto fue III. Suele hacerlo preñando la historia de olvidos y verdades a medias, que son, en las más de las ocasiones, las mayores falsedades; olvidos que conducen a mitologías y falsificaciones. Y Anson es el último mitólogo de la Monarquía actual y el único que cree en el mito de don Juan.

Leo con retraso de un par de días una de sus «canela fina» cuyo augusto título es «Juan III, Juan Carlos I, Felipe VI», publicado en las vísperas del aniversario de la Victoria nacional -como el corrector automático me corrige para utilizar la mayúscula inicial así lo dejo- en la guerra civil. Vuelve Anson a lo de siempre, meterse con su odiado Franco, «EL DICTADOR», así, escrito con mayúscula superlativa no se nos vaya a olvidar, para ensalzar a un don Juan que defendía una «monarquía de todos». Entiendo que democrática, aunque él utilice la más ajustada definición de «parlamentaria» -la monarquía no es una institución en sí misma democrática, no es electiva sino hereditaria y eso es para la mayoría, menos para los monárquicos, poco democrático-. ¡Claro que eso de que don Juan defendía una monarquía como la danesa o la sueca desde siempre es mucho decir! Digamos que durante mucho tiempo solo fue demócrata liberal a ratos y que durante no pocos años fue más antiliberal que otra cosa, pero ese vicio, el de ser antiliberal, también lo tenía el joven Anson partidario de don Juan, aunque se le haya olvidado o lo considere un pecado de juventud (¡Entonces eran tantos los monárquicos aquejados del mismo pecado!).

Nos dice Anson -dejo a un lado las tonterías sobre la «envidia» que le tenía Franco, a don Juan no a él, por sus viajes a lo largo y ancho de este mundo (viajes particulares en barco) y por sus relaciones con los dirigentes de la época (aquí debería explicar cuáles y de qué tipo, más allá de las reuniones de las testas con corona donde, por cierto, eran simplemente los Barcelona), como si Francisco Franco no las tuviera o no le hubieran venido a ver a su palacio personalidades de su tiempo (¡Haga memoria don Luis María!)- que el objetivo de la Monarquía de don Juan era «devolver al pueblo español la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil». Y por la coda final del artículo me parece que anda entusiasmado por la aplicación antifranquista de la Ley de la Manipulación Histórica, siempre, eso sí, que solo se meta con Franco. No quisiera tenerle que recordar a Anson que ya puestos la Monarquía podía haber incluido, en su heroica lucha contra Franco -modo irónico claro-, el devolverle al pueblo español toda su soberanía, incluyendo votar si quería o no monarquía, porque si los secuestradores fueron el Ejército triunfante en la «guerra incivil» tendríamos que admitir que la expresión de esa soberanía era la II República y por tanto la actual monarquía tendría otra muesca más de ilegitimidad. También Anson, que se lamenta de la «guerra incivil», tendría que explicar cómo esa Monarquía, encabezada por Alfonso XIII y don Juan, con el concurso de la inmensa mayoría de los monárquicos, conspiraron desde el primer minuto para derribar la II República con el recurso al golpe militar que llevaría a una «guerra incivil», o Anson cree que los republicanos y socialistas de entonces se hubieran conformado. ¡Ah, ese don Juan¡, príncipe de los monárquicos antiliberales que le saludaban brazo en alto en Roma el día de su boda (¿fotos pérdidas don Luis María?); príncipe dispuesto a apartar a su padre por el bien de la Corona y al que el padre mandó de viaje de bodas un año para que no cayera en la tentación.

¡Ay, don Luis María!, que sin la «guerra incivil» y sin Franco la monarquía no existiría en España, tendríamos una república y Juan III, Juan Carlos I y Felipe VI hubieran andado o andarían como los Saboya o los Grecia, o tantos otros, dando lustre de título a algún Consejo o emparentados con alguna gran fortuna internacional. Y no se meta con las «monarquías árabes» diciendo que ese era el modelo de Franco -no el de Franco era el mismo que el de los monárquicos antiliberales como lo fueron don Juan y usted mismo-, entre otras razones porque algunas de ellas (Marruecos, Jordania , Arabia Saudí…) han sido y son muy amigas de Juan Carlos I y Felipe VI.

No voy a trazar aquí un memorándum de las declaraciones públicas de don Juan, o mejor dicho de las declaraciones que le escribían a don Juan. Sería una antología del cambio de opinión según el signo de los tiempos y la capacidad de predicción, nula por otra parte, de sus consejeros. Lo declararon casi falangista, y con reiteración tradicionalista y antiliberal, asegurando que de demócrata liberal ni un pelo. Se puso morado a felicitar por los avances y las victorias del Ejército de Franco en la «guerra incivil»; estuvo dispuesto a venir a combatir con los nacionales -media familia Borbón lo hizo- y se libró de morir a bordo del Baleares porque Franco era monárquico y no aceptó su ofrecimiento -Franco lo era, por más que Anson se empeñe a la hora de fabular a la contra-; sus conspiradores, los amanuenses de sus cartas y declaraciones, quisieron que fuera rey con los nazis para sustituir a Franco, rey con los rojos al finalizar la IIGM y creer que echarían a Franco, estuvieron dispuestos a aplaudir una invasión aliada y se callaron cuando con el cerco internacional se sometía al hambre a los españoles -eso es lo que Franco nunca le perdonó a don Juan-; le quisieron hacer rey del Movimiento, verdadero representante de los ideales del 18 de julio… que Franco le hiciera rey y Franco siguiera con todos los honores y, también, que fuera rey democrático, pero ya entrados los sesenta y especialmente cuando su hijo aceptó ser el rey de Franco. Y mientras don Juan andaba con esas cuitas fue Franco quien realizó una maniobra política única cuando las monarquías desaparecían del mapa: volver a poner un rey en la Jefatura del Estado. Y lo hizo en contra de la opinión de no pocos de los suyos y de la propia opinión pública, consiguiendo hacer de Juan Carlos y Sofía los Príncipes de una generación.

La obsesión de Anson con sus hábiles e inexactos escritos es blindar históricamente la Monarquía. Entre otras razones porque sabe leer lo que está sucediendo, porque sabe que la Ley de la Memoria Histórica no tiene solo como objetivo quitar las estatuas de Franco -quedarán cuatro o cinco en toda España-, ni las placas de las calles que llevan retirándose treinta años, sino que va a tirar por elevación y que su objetivo final será el último vestigio del franquismo: la monarquía volando la historia mítica de la Transición. Por eso Anson quiere borrar huellas; por eso cifra la legitimidad de la actual Monarquía en la transmisión de un derecho inexistente, porque don Juan nunca fue rey en exilio, ni fue nunca reconocido internacionalmente como tal, el único reconocimiento lo tenía el régimen de Franco; y la cifra también en la Transición realizada por Juan Carlos I (es de sonrisa eso de que don Juan se atrajo a toda la oposición, porque esa oposición apostaba por una República y lo único que veía en don Juan era un instrumento, un compañero de viaje o un tonto útil según se prefiera). Por eso también tiene que cambiar la historia de la Transición, readecuarla al signo de los tiempos. Por eso, sin solución de continuidad, habla de «pasar de una dictadura de 40 años personificada en el caudillo amigo de Hitler y Mussolini a una democracia pluralista plena»., como si en medio nada hubiera pasado. Un momento: ¿Pluralismo pleno? Pero si hemos leído al mismo Anson defender el modelo bipartidista recomendando utilizar la ley electoral para evitar el molesto pluralismo resultante de las últimas elecciones.

Pero volvamos a la argumentación. ¡Cambiar la Transición¡ Don Luis María vuelve a las trampas: Franco el amigo de Hitler y Mussolini, y en el mismo grado lo sería de Eisenhower, Nixon, De Gaulle, Faisal, Hussein… pero esto se le olvida. No, la Transición no fue solo obra de don Juan Carlos «que tenía la fuerza del Ejército» -Anson se olvida que esa fuerza no era por mérito propio sino porque era el heredero de Franco (a don Juan lo hubieran mandado otra vez a Estoril en el primer tren)- o de Tarancón, o de Marcelino Camacho o de «Felipe González que tenía la fuerza de los votos»…. (?) O quizás sea que quiere recordar a Felipe VI la necesidad de vincular la Monarquía, para su pervivencia momentánea, al socialismo como hiciera su padre.

Se le olvida a Anson -en realidad lo oculta- que la Transición fue posible realmente por la colaboración de los franquistas que consideraron que el régimen desaparecía con Franco y procedía su cambio; por el voto sí, pero de los franquistas; por los votos del franquismo sociológico que eran los que nutrían AP -el origen del PP fundada por la tira de ministros de Franco- y la UCD -que contó con el aparato mediático del franquismo, con los hombres del Movimiento en pueblos y provincias-, que sumados eran mayoría, una mayoría que la nefasta acción de gobierno de Suárez hundió. A ese proceso/proyecto abierto por el rey y los franquistas -la inmensa mayoría de ellos-, apoyado por la opinión pública que constituía el franquismo sociológico porque lo realizaba el heredero de Franco y los hombres y estructuras del Movimiento, se sumó primero el PSOE de Felipe González y después el PCE de Santiago Carrillo. Pero este nombre y el de Adolfo Suárez es borrado de la historia por Anson, porque el ilustre periodista necesita borrar a los franquistas de esa Transición y concederle el protagonismo absoluto a su rey y a los socialistas para que la Memoria Histórica no siga tirando del hilo.

Queda la coda final. Esa comparación que hace Anson entre el monumento por suscripción popular a don Juan que perdura mientras se quitan los erigidos a Franco como imagen de una justicia histórica. ¡Qué metáfora tan brillante para un maestro de la pluma! Bueno, recordemos que no pocos de ellos, los de Franco, también lo fueron por suscripción popular, alguno inaugurado después de la muerte de Franco; que cuando Franco murió se abrieron numerosas suscripciones populares para poner monumentos (el gobierno decidió que no era conveniente y el dinero ni se sabe a dónde fue a parar) y que ha hecho falta una ley totalitaria para retirarlos (en más de una ocasión con oposición popular y con intervención policial represora). Pero que no se apure don Luis María, probablemente es solo cuestión de tiempo que le llegue también el turno de la demolición a su monumento histórico favorito, porque de momento ya hemos visto cómo se retiran los retratos de Felipe VI de centros oficiales y se empiezan a quitar los nombres regios otorgados a construcciones y calles y yo no he visto aún a los fervorosos monárquicos salir a la calle en su defensiva.

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