Cine de cuarentena Jezabel, 1938 de William Wyler
Cuando pude ver Jezabel ya era Bette Davis la mala malísima del cine (te podía ver morir y hasta asesinarte sin inmutarse).Claro que ella podía decir, como la novia de Roger Rabitt, que la habían hecho así. Quizás la gloria de la transformación sea achacable a su enamorado William Wyler (después veis en orden La carta y La Loba), director de este inmenso melodrama con triángulo amoroso sobrevenido y epidemia mortal incluida, aunque aquí sirva de camino de redención. La cámara mima a Bette Davis porque nos tiene que cautivar (Maléfica es bella) pese a que reúne todas las maldades que acompañan a la Jezabel bíblica (dominadora en todos los sentidos, quiere un esclavo por marido, caprichosa, altiva, orgullosa, desafiante, segura del poder de su sexo…). Wyler lo consigue: ¡Cómo no dejarse seducir por Jezabel con esos magníficos planos, con una cámara que juega con sus ojos inmensos y con aquellas frases! (“Lo deseaba tanto que no podía hacerlo”). Es cierto que Bette Davis estaba despechada por ser rechazada para ser Escarlata en Lo que el viento se llevó; no que la película fuera una réplica. Cierto que entre Escarlata y Julie Marsden hay parecidos pero también diferencias. Las mismas que marcan el rostro de Vivien Leigh y el de Bette Davis. Cuando se quiere aprender cine se tiene que ver una película de Ford o de Wyler. No hay otra. En esta ocasión el encuadre, el juego de la cámara y su posición, la claridad fotográfica son un prodigio (aunque ahora se estile lo borroso en los fondos), pero también el modo de contar la historia y lo que Wyler nos quiere decir por debajo del melodrama. Todos bailan alrededor de Jezabel (algunos dirían que hay cierta reivindicación femenina en el desafío a las normas de la protagonista). Está el novio, Henry Fonda (capaz de poner nervioso por su papel al público masculino: “Iba yo a aguantar”), y dejo para cuando la veáis la opinión sobre su significado incluida su capacidad de devolver el reto. Hay grandes escenas, mitos para cinéfilos. El afamado baile -los directores se lucen en ellos-, como lo es el de Lo que el viento se llevó, con un movimiento de cámara que subraya este momento clave con el apoyo de la gran partitura de Max Steiner. La escena de la teórica petición de perdón en el jardín, pletórica miradas y de aviesas intenciones, de esperanza y venganza; esos juegos de miradas de Bette Davis tentando a un hombre casado (“Nadie me ha hecho llorar, solo tu”). Ver Jezabel es un ejercicio de pasión por el cine y un lujo de escenarios y vestuario para colocarnos en el Sur de antes de la guerra de secesión americana. Aunque siempre quede en el recuerdo el desafiante vestido rojo que en realidad era un escarlata oscurecido y la pugna dialéctica con el blanco.