Amanece el que para no pocos iba a ser el día D+1 del anunciado como “el día histórico”. A diferencia del de 1975, por razón de trabajo, no pude seguir completa la retransmisión por televisión. En 1975 Franco conseguía su última gran victoria. Aquellas imágenes, junto con la de los días precedentes, que no pocos españoles han vuelto a ver en estos días, demostraban el inmenso calor popular con que Franco era despedido. No hicieron entonces falta comentaristas, había sólo informadores, porque las imágenes lo decían todo.
Anoche pude visionar los diversos programas emitidos por unas televisiones que repetían lo mismo, cada una en su estilo. TVE preparó un programa de continua manipulación histórica, con investigadores e historiadores orgánicos, que repetían errores de bulto, para dar visos de credibilidad a la verdad oficial de la izquierda, pero que, curiosamente, sin mencionarlo, trataban de argumentar contra el discurso histórico, mucho más potente, porque se asienta en la carga de la prueba, de quienes desmontan esa verdad oficial. La capacidad de manipulación de TVE, de la Cuatro o de la Sexta, en dura competencia, era tan bochornosa que llegaba a causar sonrojo. Por no entrar en la bien planificada agenda sorpresa de Sánchez destinada a capitalizar electoralmente la jornada.
Pude ver en directo, por la mañana, parte de la emisión mascullando, debo reconocerlo, algún insulto. Todo el preparado montaje visual y de discurso se quebró, se rompió, en el momento en el que se abrieron las inmensas puertas de la profanada y secuestrada Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Yo, como muchos españoles, sentí el dolor de no escuchar el himno nacional como en 1975. Sin embargo, ni Leni Riefhenstal lo hubiera dispuesto mejor. El poder de las imágenes, que acabarán censurando TVE y el gobierno, el indescriptible silencio, la inaudita disposición de las cámaras para los fines pretendidos, la fuerza del plano y las salvas de ordenanza (unos cohetes lanzados por dos jóvenes escondidos) que obligaron a TVE a bajar el sonido, transformaron el instante de la salida del féretro en una imagen triunfal. El féretro del Generalísimo, sin soldados de escolta, en una espartana soledad, era toda una declaración de principios y de homenaje.
Quienes lo comentaban se dieron perfecta cuenta de lo que estaba sucediendo. Tuvieron que intentar rehacer el discurso programado, pero hoy todo está guionizado, con los vídeos que se tienen que lanzar editados y es muy difícil cambiarlos sobre la marcha. Con desesperación y humillación, con cierto histerismo, repetían en todas las cadenas el guión preestablecido: la soledad de 2019 y las multitudes de 1975. Y el telespectador se daba cuenta de la formidable manipulación, porque si el féretro salía en la soledad de la familia (lo de los miembros del gobierno en forzado duelo detrás del féretro y la familia, en una posición de presidencia al permanecer en lo alto de la escalinata, era otro plano impagable) era porque el gobierno había tomado al asalto El Valle de los Caídos y prohibido el acceso. Pero, conforme al guión, incluso alguno pedía las imágenes del 75 para que nos diésemos cuenta de la soledad, las televisiones simultáneamente ofrecían la impresionante salida del féretro a la Plaza de Oriente a los sones del himno nacional, con la conjunción en el mismo plano de la multitud agitando pañuelos blancos y gritando “¡Franco, Franco, Franco!”. La fusión preparada entre las imágenes de 1975 y las de 2019 conseguía el efecto contrario al pretendido, y no pocos se dieron cuenta. La resultante tenía más de homenaje y dignidad que otra cosa.
Franco podía haber salido cubierto por la bandera nacional, que no tiene más significado sobre un féretro que el de un español que se entierra con su bandera, algo lógico. El gobierno, lo sabía todo el mundo, lo había prohibido en su deseo de humillar. Atónitos, pese a los desesperados intentos de difuminar la realidad (los conterulios no pudieron decir más tonterías en un minuto), percibieron la magnitud de lo que estaba pasando. Si TVE lo censuraba, en la Sexta, para pasmo, oyeron las salvas civiles.
Franco abandonaba el Valle de los Caídos a hombros de sus familiares, todos con la bandera de España en la solapa, en el mismo féretro de 1975, pese al intento de abrirlo y cambiarlo, con una cubierta que sin pretenderlo le daba un efecto fotográfico inesperado, con una corona de laurel con lazo de bandera de España, símbolo de victoria, con cinco rosas -símbolo de los caídos y de las 5 flechas que como Jefe Nacional del Movimiento siempre portó sobre su uniforme-, y cubierto con el tapiz con el escudo que era su guión de mando como Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Estado, que a la vez incorpora el símbolo de la Gran Cruz Laureada de San Fernando y su bastón de mando, que también figura en la 1ª Bandera de la Legión. Tras él caminaba el prior del Valle de los Caídos, que bendijo el féretro allí mismo, para que todos lo vieran, en el momento que para TVE era imposible cortar la señal. Y todos pudimos oír el “¡Viva España!¡Viva Franco!” (Sánchez ya debe ir pensando en aplicar a los Franco la LMH).
Franco en soledad, con su familia, con el monje de una montaña perdida y unos muchachos, estaba consiguiendo su penúltima victoria. Podía haber sido aún mayor de no localizar la fuerza armada, poco antes, a unos muchachos, que llevaban sufriendo toda clase de penalidades dos días en los montes, situados en uno de los riscos sobre la Basílica, con bengalas de humo de colores y bandera de España que iban a lanzar y exhibir cuando el féretro saliera a la explanada.
Que esta es la lectura correcta lo demuestra que no pocos en la izquierda así lo han interpretado y recriminado a Sánchez. Así pues, del día D+1 lo que queda para la Historia de la jornada “triunfal” preparada por el socialismo es la penúltima victoria de Franco, junto con la advertencia lanzada por su nieta: “Que la maldición de desenterrar a un muerto caiga sobre vosotros”. Y vaya si cayó unos minutos después.