A estas horas cerramos la edición de La Nación. En breve entra este número en imprenta sin que se pueda atisbar con seguridad lo que va a ocurrir, si es que cuando mi querido lector esté leyendo este artículo ha sucedido algo. A nadie creo que le haya sorprendido la no-respuesta de Puigdemont al gobierno. ¿Qué esperaban algunos? ¿Un gesto de “valentía” y un sacar pecho de Puigdemont afirmando que ha declarado la independencia pero que la tiene en suspenso? No, lo que ha dicho, por si acaba ante el juez, es que él suspendió la independencia para poder dialogar con el gobierno y que Mariano, que es malo malísimo, es el que no quiere: una trampa saducea en realidad y hasta ahí. No ha habido nada de valentía en el aquelarre independentista catalán, y sí mucho lloro por algunos golpes. Ha sido y es así porque todos son jugadores de ventaja que nadan y guardan la ropa.

Puigdemont y su mariachi siguen jugando con los resquicios de la ley, con los vericuetos jurídicos, para poder hacer eterna la podredumbre diciéndose: a ver si hay suerte y la necrosis se extiende. Puigdemont no es un héroe, ni un día de cárcel daría por la “patria catalana”; igual que la “patria” y la “independencia” le ha durado a algunos el tiempo que les ha empezado a afectar a sus negocios y sus bolsillos. Así que las marcas emblemáticas de Cataluña, La Caixa, el Sabadell, Planeta y hasta Codorniu están huyendo a plazos (alguna hasta lo ha visto como una bendición para sus balances futuros pues la antipatía que despertaban es un hecho). Otros, parte de ese empresariado catalán de toda la vida, andan llorando porque habían dado aire al independentismo, a la espera de que la cosa no llegara tan lejos y como de costumbre todo acabará engordando las cuentas a costa de los Presupuestos del Estado y hasta la próxima, como lleva sucediendo desde hace más de un siglo.

El heroico Puigdemont no ha querido contestar al gobierno en los términos que el gobierno esperaba, se lo han aconsejado sus asesores legales, esos que crispan a la CUP, y el capo en la sombra que no es otro que Arturo Mas. Entre otras razones ha sido así porque ello sería tanto como reconocer otro delito de los muchos que lleva impunes en su mochila (el gobierno le ofrece inmunidad a cambio de cesión, es lo que se lee entre líneas). En el fondo, Puigdemont cree o sabe que el gobierno no quiere aplicar ningún artículo de la Constitución y no quiere suspender la autonomía Cataluña, y se aprovecha. Llegados a este punto lo único que queda por señalar es que Mariano y Puigdemont se parecen, porque ambos tienen la misma estrategia: no aceptar el choque de trenes y esperar a que el otro ceda. Y a Mariano le gusta aguantar la partida, no tiene prisa, porque piensa que la tiene ganada y que cuanto más dure mejor; que Puigdemont capitulará y que él podrá sacar pecho por haber resuelto el problema sin daños colaterales. Puigdemont, Junqueras y demás independentistas de toda la vida -otra cosa es la CUP- juegan esperando que las detenciones colaterales les beneficien para poder seguir apoyándose en el subterfugio de que la represión contra el pueblo catalán sigue, lo que permitirá que con unas cuantas movilizaciones puedan mantener la tensión de los activistas pro independencia y al final no se atreva el gobierno a aplicar el 155 y acceda a negociar lo innegociable.

Lo había escrito unos días antes del lunes 16 de octubre: Puigdemont le iba a tomar el pelo a Mariano y Mariano se lo iba a dejar tomar porque tempoco está para muchos heroísmos. Y es lo que ha sucedido. Lo que muchos piensan es que al final cada uno toma el pelo a los suyos y todos a los pacientes españoles, especialemente a los que han estado saliendo a la calle en defensa de la unidad de España que son los que no entienden nada. Por ello, alguien se ocupa de que no nos demos cuenta. Para eso Puigdemont tiene su mariachi mediático con la colaboración inestimable de la Sexta (¿acaso Mariano solo ve la Sexta?). Mariano tiene a los suyos -en realidad me temo que solo tiene al incondicional Maruhenda-. Y en medio quedan esos que hacen editoriales sorprendentes que en el fondo solo transmiten la indignidad refugiada en la cobardía habitual, típica del buen burgués-conservador: todo menos la violencia (lo que se traduce en “el parlem” si Puigdemont se apea del burro y nos olvidamos de lo pasado y los delitos) porque les da miedo el 155.

Puigdemont le ha dado largas a Mariano con cierta chulería: “te doy unos mesecillos para negociar y si no declaró la independencia que no he declarado”. Mariano le ha dado tres días para que se arrepienta en ilógica correspondencia. Mientras, los presidentes de la ANC y Omnium, los Jordi, entran en prisión y Trapero y su segundo se quedan a las puertas, mientras corren rumores de Mozos de Escuadra dispuestos a luchar, asaltar cuarteles y defender a Puigdemont, de quién se dice que tiene guardaespaldas especiales. Así continúa el juego o la representación. Un sainete ante el que el gobierno sigue esperando sin decidirse a poner a los Mozos bajo sus órdenes para evitar, llegado el caso, males mayores.

Repito, el problema es que Mariano no quiere suspender ni intervenir la Comunidad Autónoma de Cataluña. No estaba en su hoja de ruta. Su juego estratégico era la presión indirecta para que, una vez fracasada la declaración, la DUI que algunos ya confunden con el DIU, Puigdemont disolviera el Parlamento y convocará elecciones, aunque fueran con faz plebiscitaria (a estas alturas no sé si la CUP se fiaría de Puigdemont dado el cariño que le están demostrando en internet -lo más suave que le llaman es traidor-). Pero pocos tienen en cuenta que más tarde o más temprano la CUP y parte de la Ezquerra van a presionar para que se suspenda la suspensión y se de paso a la república catalana lo que llevaría a la aplicación del artículo 155. Mariano y Soraya aguardan que esa presión final lleve a la convocatoria de elecciones y aquí paz y después gloria.

En esta coyuntura, y sin saber qué parte del sainete veremos el jueves 20 de octubre, quizás me tenga que comer estas líneas, lo más probable es que, con una nueva finta de Puigdemont y su equipo (quizás algún millonario mediático obsesionado con la república le haya dicho eso de “sé fuerte, Carles”), el jueves se abra un nuevo plazo mientras algún otro entra en prisión (ya le ha dicho su señoría a Trapero que no entra en prisión porque la acusación no es redonda, pero que se podrá seguir investigando y la cosa se pondrá a tiro cuando su señoría llegue al 1 de octubre); por aquello del polvo del camino que mancha las togas que nos explicaran hace unos años.

¿Detendrá Mariano a Puigdemont y lo pondrá a disposición judicial? Yo diría que no. ¿Utilizará el artículo 155 aunque sa a plazos? Me parece que tampoco -lo mismo lo ha hecho cuando estas líneas lleguen al lector y me hundo como analista de futuribles-.

El gobierno, si finalmanente lo hace, aplicará una hoja de ruta lo menos comprometida posible. Un gobierno de gestión en Cataluña para convocar elecciones, de tal modo que la suspensión sea prácticamente inoperante y los partidos, separatistas o no, se lancen a la campaña electoral en vez de a la protesta callejera porque saben que se la juegan. El problema es que esas elecciones tendrán un carácter plebiscitario y las sumas pueden dar un resultado que nos llevaría otra vez casi al punto de partida reforzando la idea de que se autorice un referéndum con garantías.

Tengo la impresión de que la encuestas que maneja el gobierno no solo no despejan la situación sino que la complican. Puede que Juntos por el Sí sufra un castigo electoral, pero no tan grande como se espera, si es que se juntan; que un difícil tripartito para hacer presidenta a Inés Arrimadas, con el apoyo del PSOE y del PP, que necesitaría alguna abstención, no se pueda sacar adelante; que estalle el efecto Colau y pudiera llegar a formarse una alianza con la CUP, los de IU y Ezquerra con alguna abstención… en definitiva que cualquier resultado, al final, creará inestabilidad.

Todo el mundo asume que el gran beneficiado políticamente del lío catalán será Albert Rivera, tanto en Cataluña como fuera de ella; que cuanto más tiempo se tarde en dar una salida al “conflicto” mayor será el crecimiento de su formación. Será la recompensa a su firmeza frente a la inacción de Mariano Rajoy y los costes de la misma que también serán exonómicos y nos afectarán a todos.

Dé o no de largas a la suspensión de la autonomía Mariano, el problema no está ahí sino en el qué hacer. Suspender la autonomía para convocar elecciones en dos meses no solucionará absolutamente nada. Se necesitarían más de seis meses de intervención para depurar de independentismo tantas y tantas cosas. Se necesitarían más de seis meses de intervención para reconducir el modelo educativo catalán de la inmersión y la propaganda. Se necesitarán más de seis meses para liberar las conciencias de la manipulación separatista. Se necesitarían más de seis meses para poner coto al control mediático que el separatismo ha creado… y, sobre todo, para difundir la idea de España que no se puede limitar a vincularla al vil metal, a si ganamos o perdemos en términos de Euros. Pero esto es mucho para Mariano.

(Esre arrículo fue enviado a imprenta el 17 de octubre de 2017)